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El calendario celebra hoy a San Vicente, un diácono español del clero de Zaragoza, que murió ahogado durante el imperio del terrible emperador Diocleciano. Vicente nació en el siglo IV, hijo de una familia aristócrata. Sus padres lo confinaron a San Valero, que entonces era obispo de Zaragoza y, bajo sus enseñanzas, llegó a alcanzar una vida virtuosa. Cuando tenía 22 años, el obispo lo ordenó diácono. Eran tiempos convulsos para los cristianos bajo el imperio de Diocleciano, que había puesto un sin fin de leyes absurdas y que perseguía a los cristianos. Y Vicente predicaba en lugar del obispo Valero, ya que, impedido, porque era tartamudo, encontró en Vicente a quien sería un fiel portador de su mensaje ya que no le era fácil hablar.
Vicente fue denunciado, detenido y encarcelado junto a Valero en el año 303 por orden del gobernador Publio Daciano. Valero fue condenado al destierro, mientras que Vicente a sufrir el martirio, fue atado a una rueda de molino y arrojado al mar. Pese a ello, su cuerpo sin vida fue devuelto a la playa de Cullera, en Valencia, donde una cristiana lo enterró y los fieles comenzaron a venerarlo. Cuenta la leyenda que minutos antes de morir, Vicente logró convertir al cristianismo al verdugo encargado de darle muerte. Desde el lugar de su primera sepultura, el cuerpo de Vicente fue trasladado, en el mismo siglo de su martirio, a una basílica existente fuera de los muros de la ciudad. Con su testimonio, Vicente nos enseña que el bien del hombre y la gloria de Dios no está más que en la Ley del Amor, la Ley que nos hace darnos por Cristo hasta las últimas consecuencias. Seguro conoció el Evangelio de San Marcos y se animó a no quedarse «atorado» en lo inadmisible, sino a darse del todo. Aunque la fecha de su fallecimiento no es del todo precisa, la tradición cristiana la asigno a este 22 de enero. Que María Santísima interceda y nos ayude a darnos del todo a nosotros también. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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