El relato del Evangelio de hoy (Mc 3,1-6), en la liturgia de la palabra de la Misa, sigue el mismo esquema del de ayer. De nuevo Jesús quiere dejar en claro que la ley del sábado está al servicio del hombre y no al revés. Delante de los fariseos, que como enemigos espían todas sus actuaciones, cura al hombre del brazo paralítico y lo hace provocativamente en la sinagoga y en sábado. Pero antes de hacer esta acción, mete en jaque a los presentes preguntando: «¿Qué es lo que está permitido hacer en sábado, el bien o el mal? ¿Se le puede salvar la vida a un hombre en sábado o hay que dejarlo morir?» Y ante el silencio de todos, dice el Evangelista San Marcos que Jesús les dirigió «una mirada de ira y de tristeza» porque no querían entender la manera de vivir la Ley en el amor. ¿Cuánto nos falta? Y nos solamente a los fariseos, sino a todos nosotros que muchas veces nos quedamos en lo externo de los ritos, en la cubierta de las cosas, en la superficie sin profundizar. Seguramente, también en nuestros tiempos, Jesús se irrita, se indigna y se pone triste. Porque hay personas, encerradas en su interpretación estricta y exagerada de una ley, que son capaces de brazos cruzados y no ayudar al que lo necesita, con la excusa no de que es sábado sino de los clásicos: «No sé cómo», «eso no me toca a mí», «es que se aprovechan», «por qué todo yo», «está así porque quiere»... y muchos epítetos más. ¿Cómo puede querer eso Dios?
El calendario celebra hoy a San Vicente, un diácono español del clero de Zaragoza, que murió ahogado durante el imperio del terrible emperador Diocleciano. Vicente nació en el siglo IV, hijo de una familia aristócrata. Sus padres lo confinaron a San Valero, que entonces era obispo de Zaragoza y, bajo sus enseñanzas, llegó a alcanzar una vida virtuosa. Cuando tenía 22 años, el obispo lo ordenó diácono. Eran tiempos convulsos para los cristianos bajo el imperio de Diocleciano, que había puesto un sin fin de leyes absurdas y que perseguía a los cristianos. Y Vicente predicaba en lugar del obispo Valero, ya que, impedido, porque era tartamudo, encontró en Vicente a quien sería un fiel portador de su mensaje ya que no le era fácil hablar.
Vicente fue denunciado, detenido y encarcelado junto a Valero en el año 303 por orden del gobernador Publio Daciano. Valero fue condenado al destierro, mientras que Vicente a sufrir el martirio, fue atado a una rueda de molino y arrojado al mar. Pese a ello, su cuerpo sin vida fue devuelto a la playa de Cullera, en Valencia, donde una cristiana lo enterró y los fieles comenzaron a venerarlo. Cuenta la leyenda que minutos antes de morir, Vicente logró convertir al cristianismo al verdugo encargado de darle muerte. Desde el lugar de su primera sepultura, el cuerpo de Vicente fue trasladado, en el mismo siglo de su martirio, a una basílica existente fuera de los muros de la ciudad. Con su testimonio, Vicente nos enseña que el bien del hombre y la gloria de Dios no está más que en la Ley del Amor, la Ley que nos hace darnos por Cristo hasta las últimas consecuencias. Seguro conoció el Evangelio de San Marcos y se animó a no quedarse «atorado» en lo inadmisible, sino a darse del todo. Aunque la fecha de su fallecimiento no es del todo precisa, la tradición cristiana la asigno a este 22 de enero. Que María Santísima interceda y nos ayude a darnos del todo a nosotros también. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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