Si el domingo celebrábamos la epifanía de Cristo a los magos de Oriente, hoy la lectura del Evangelio (Lc 4,14-22) nos habla de otra epifanía, otra manifestación de Cristo; esta vez ya adulto en Nazaret, el pueblo de su infancia y juventud donde se revela de una manera muy particular, en la sinagoga, en ese espacio en donde se reunía la comunidad judía. El «Sabbat» —los oficios judíos el sábado— se celebraba en cada casa con ritos y plegarias familiares, pero los varones estaban también invitados a celebrarlo en la sinagoga, con la lectura pública de la Ley o de los Profetas, una homilía y el canto de algunos Salmos. Todo judío adulto podía tomar allí la palabra. Pero se solía confiar esa tarea de comentarista a los que por haber estudiado las Escrituras eran competentes (Hch 13,15). Pero la fama de Jesús por sus discursos pronunciados en otros lugares, hacen que se espere su mensaje con impaciencia.
«Los ojos de todos los asistentes a la sinagoga estaban fijos en él» dice el Evangelio y yo me pregunto: ¿están mis ojos fijos en Jesús o se distraen fácilmente hacia otro lado? La Iglesia conmemora hoy a los Santos Pedro Yi Hoyong, Águeda Yi Sosa —conocida por algunos como Ágata— y Teresa Kim en el aniversario de su cruento martirio ocurrido en un día como hoy de 1840 en Seúl, Corea. Oriundos de ese enigmático país, fueron miembros activos de su comunidad cristiana. En el calendario suele aparecer solo el nombre de Águeda, pero igual que ella, Pedro y Teresa fueron gente que permaneció siempre con los ojos fijos en Cristo durante toda su vida y no solamente en el momento del martirio. En 1984 San Juan Pablo II los inscribió en el catálogo de los santos junto con el padre Andrés Kim Taegón —primer sacerdote coreano— y otros cien mártires coreanos. Sus restos son venerados en la cripta de la catedral de Seúl. De Pedro se sabe que fue hijo de mártires católicos, víctimas de la primera persecución en Corea. Él fue catequista y esto le llevó a su captura y posterior tortura; le quebraron por tres veces los huesos, le mantuvieron cuatro años en la cárcel y allí finalmente murió, siendo el primero del glorioso escuadrón de los mártires. Por su parte, Águeda era una mujer virgen, hermana de Pedro que fue capturada también por agentes del gobierno, junto con su hermano y una de sus amigas, Teresa Kim, que era una mujer viuda colaboradora de su sobrino San Andrés Kim Taegon.
De Águeda es muy poco lo que se sabe, sólo que fue torturada 11 meses en prisión antes de morir y se mantuvo firme en su fe. De Teresa la historia nos dice que nació en la localidad coreana de Myeoncheon en 1797 y que al momento de su martirio tenía 43 años de edad. Había visto morir en prisión por la fe a su marido —José Son Len-ou-ki, no canonizado aun—, y que ella continuó como viuda dando ejemplos de virtud. Ayunaba con frecuencia y ayudaba en las tareas más humildes a los misioneros. En la persecusión de 1839 estaba en casa del obispo, y no huyó rápidamente, por lo que fue encarcelada por 7 meses y murió estrangulada junto con Águeda un 9 de enero de 1840. A estos tres santos le siguieron una larga lista de gente sencilla, humilde, llena de fe y amor por Jesucristo, que dio como testimonio lo único que tenía, su propia vida por mantener siempre sus ojos fijos en Cristo. ¿Hacia dónde se dirige en el hoy por hoy nuestra mirada? ¿Qué es o a quien vemos más? ¿Con nuestra mirada, se va también el corazón? Que María Santísima nos ayude para que nuestra mirada, como la de Pedro, la de Águeda y la de Teresa se mantenga fija en el Señor presente y vivo en la Eucaristía. ¡Bendecido jueves sacerdotal y Eucarístico!
Padre Alfredo.
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