Con la memoria de san Francisco de Sales que hoy celebra la Iglesia, se nos marca el ejemplo a seguir de un obispo, de un doctor de la Iglesia que sin perder la sencillez de vida alcanzó grandes vuelos en el campo espiritual. Francisco nació en 1567 en una región francesa fronteriza. Vivió entre dos siglos, el XVI y el XVII, recogiendo en sí lo mejor de las enseñanzas y de las conquistas culturales del siglo que terminaba. Su formación fue muy esmerada: Durante su infancia su madre le narraba el Catecismo. A los 10 años hizo su primera comunión y confirmación y desde ese día se propuso frecuentar la visita al Santísimo. Cuando tenía 14 años ingresó en la Universidad de París donde destacó en retórica y filosofía, se entregó al estudio de Teología y se consagró a Dios. Como estudiante fue un buscador de la verdad y un ferviente defensor de la dignidad humana. En la Universidad de Padua hizo los estudios de derecho que concluyó de forma brillante con el doctorado en derecho canónico y derecho civil y fue ordenado sacerdote en 1593.
A los veinte años de edad, Francisco se había encontrado profundamente con el amor de Dios y se propuso desde aquel entonces amarlo sin pedir nada a cambio confiando en el amor divino; no preguntarse más qué haría Dios con el sino amarlo sencillamente, independientemente de lo que me diera o no. Así Francisco encontró la paz y la alegría que le acompañó durante todo el resto de su vida, porque él no buscaba más de lo que podía recibir de Dios; sencillamente lo amaba, se abandonaba a su bondad a pesar de su carácter fuerte, que lo llevó a luchar para alcanzar, en la práctica, una caridad y amabilidad exquisitas. La historia cuenta que fue en la Iglesia de San Esteban en París, donde arrodillado ante una imagen de la Virgen, pronunció la famosa oración de San Bernardo: «Acuérdate Oh piadosísima Virgen María...» y que a partir de ese momento empezó a recobrar la paz y a dejar a un lado la ira que muchas veces le invadía. Este fue el secreto de su vida, que se reflejará en su obra más importante: el «Tratado del amor de Dios». La generosidad y el amor, la alegría, la humildad y la misericordia santo eran inagotables. Con el cultivo de esas mismas virtudes tenemos que encontrar los discípulos–misioneros de Cristo una de las tareas más importantes en el desalentado mundo que nos ha tocado vivir: ser portadores del amor de Dios y de su alegría.
San Francisco, sintiéndose siempre llamado por el Señor, como los doce Apóstoles, según nos narra el Evangelio de hoy (Mc 3,13-19) fue un gran predicador y además fundó, con la baronesa santa Juana de Chantal, la Orden de la Visitación en 1610. San Francisco de Sales expiró a los 56 años un 28 de diciembre de 1622, siendo Obispo por 21 años, fue beatificado por el Papa Alejandro VII en 1661, y el mismo Papa lo canonizó en 1665, a los 43 años de su muerte. En 1878 el Papa Pío IX, considerando que los tres libros famosos del santo: «Las controversias» (contra los protestantes); «La Introducción a la Vida Devota» (o Filotea) y «El Tratado del Amor de Dios» (o Teótimo), tanto como la colección de sus sermones, que son verdaderos tesoros de sabiduría, declaró a San Francisco de Sales «Doctor de la Iglesia», siendo llamado «El Doctor de la amabilidad». Muchos son los que han seguido el ejemplo de vida de este eximio doctor de la Iglesia, entre ellos destaca San Juan Bosco, quien tomaría al «santo de la amabilidad» como patrono de su congregación y como modelo para el servicio que los salesianos deben brindar a los jóvenes. Que María Santísima, que tanto tuvo que ver en la vida de San Francisco de Sales tenga que ver también mucho en la nuestra para que hagamos que el amor de Dios llegue a todos. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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