jueves, 2 de enero de 2020

«LA UNIDAD EN JESÚS EUCARISTÍA»*... algunos consejos para la unidad del grupo de M.E.C.E.

Introducción

Seguramente hemos escuchado la frase «La unión hace la fuerza». Pues como Ministros Extraordinarios de la Comunión Eucarística, deben ustedes permanecer unidos para lograr alcanzar la transformación en Jesús Eucaristía de su comunidad parroquial. A cada uno de ustedes, como hijo de Dios, le toca velar por la unidad de su grupo en este ministerio. Este tema es muy importante, pues Cristo Eucaristía anhela que vivan en armonía y comunión entre ustedes y con los demás hermanos de su parroquia. 

San Pablo, escribiendo a los efesios les dice: «Esfuércense por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz» (Ef 4,3). La unidad es el alma de la comunión y ustedes son ministros extraordinarios de la «COMUNIÓN EUCARÍSTICA». Si esa comunión se llegase a destruir por causa de alguno o de algunos de ustedes, arrancarían el corazón del cuerpo de Cristo. Nuestro Padre celestial se alegra al ver como sus hijos se llevan bien entre sí en torno a Cristo, en una comunión que es reflejo de la vida apostólica de aquellos doce que estaban con Jesús. El mismo Dios nos ofrece el modelo sobre la unidad en el misterio de la Santísima Trinidad: El Padre, El Hijo y el Espíritu Santo —cada uno obrando de diferente manera— son «uno» en la manera de pensar y en esencia, formando un solo Dios. 

Nada es más valioso para Dios en la tierra que su Iglesia en comunión. Él murió y se sacrificó en la cruz por ella, y quiere que la protejamos de todo daño que quiera hacerle el enemigo, como puede ser la división y el sectarismo, los conflictos, los celos y las rivalidades entre los miembros de los diversos grupos. Si cada uno de ustedes, es parte de un grupo: el grupo de Ministros extraordinarios de la comunión eucarística (M.E.C.E.), debe velar por la unidad de su grupo y crecer en el mismo. Esta es una responsabilidad de cada uno y es algo insustituible. Pero... ¿como hacerlo? Aquí va una serie de consejos para cada uno y para todos: 

1. Enfócate en lo que tienen en común todos los miembros de tu grupo

Dice san Pablo: «Por lo tanto, esforcémonos por promover todo lo que conduzca a la paz y a la mutua edificación» (Rm 14,19). Como miembros del grupo, recuerden que tienen un solo Señor, una sola fe, una misma Iglesia, un propósito, un Padre común que les ama, un Espíritu que les mantiene en la unidad, una fe, un bautismo, una esperanza y un amor. La Iglesia es como una fraternidad en Cristo y lo mismo el grupo, una concepción radical de la Iglesia para que no haya distinción ni separación, por eso somos hermanos. Cristo ha tomado la condición humana para estar con nosotros. Entonces Jesús es nuestro hermano mayor y hace que nosotros, desde el Bautismo, seamos hermanos, con lo que hemos recibido de la gracia de Dios. 

Tenemos una sola Salvación que gira alrededor del Cuerpo y la Sangre de Cristo y una Vida Eterna que compartiremos por siempre. Ser hermanos en Cristo es una gracia, no lo hemos elegido. No es algo que nosotros hayamos logrado, conseguido ni pensado, sino que es un regalo de Dios, que nos da la oportunidad para que lleguemos a vivir como verdaderos hermanos. ¡Estos son los asuntos en los que como grupo deben enfocarse, no en sus diferencias terrenales que siempre van a existir! 

2. Se realista con tus expectativas

Siempre hay que ser humildes y amables, pacientes, tolerantes unos con otros en amor. (cf. Ef 4,2). Es fácil desanimarse por la diferencia entre lo ideal y la realidad en nuestra Iglesia y en nuestros grupos, sin embargo, debemos amar a la Iglesia con pasión, al igual que a nuestro grupo, aún con sus imperfecciones que derivan del hecho de que somos criaturas limitadas. 

Recordemos que la Iglesia está formada por pecadores y seres humanos imperfectos: Si alguien en la Iglesia, se dedica más a criticar que a servir, significa que es un miembro inmaduro en la fe. Habrá siempre personas que te defraudarán y te decepcionarán, pero esa no es excusa para no tener comunión con ellas en el grupo; pues el Señor nos manda perdonar y buscar una salida a las diferencias que siempre existirán, recuerda que los demás miembros del grupo, mientras permanezcas aquí, serán siempre tus familiares en Cristo. 

No te «divorcies» de tu grupo al ver algo que te decepcione de él, pues todos los ministerios tienen sus debilidades y problemas, y que, si te pasas a otro, encontraras los mismos problemas o peores aún. ¡Es por eso que no debes quejarte, sino ayudar a que tu grupo se una más en torno a Jesús Eucaristía y se levante! El amor fraterno nos enseña a compartir nuestros bienes y a llevar una convivencia sana y constructiva, aunque seamos diferentes. El amor fraterno nos prepara a vivir como familia en la fe y se extiende a los que no son hermanos de sangre, pero se aman como si lo fueran. 

3. Decídete a animar a tus compañeros y no a criticarlos

El libro de los Hechos de los Apóstoles, hablándonos de san Pablo, el misionero por excelencia, nos dice: «Después de estar allí algún tiempo, salió y recorrió por orden la región de Galacia y de Frigia, animando a todos los discípulos» (Hch 18,23). 

Dios nos advierte en su Palabra varias veces que no debemos criticar, comparar o juzgar a otros hermanos, sino más bien animarlos para que su fe se fortalezca. No somos quien para juzgar o despreciar a otros hermanos en la fe, cuya forma de ser es diferente a la nuestra, pues si lo hacemos, perdemos la verdadera comunión con Dios y le damos cabida al diablo y a nuestro orgullo. 

El grupo de M.E.C.E. debe ser el más unido en una comunidad, ya que ejerce su ministerio como portador y heraldo de Jesús Eucaristía, centro y sostén de nuestras vidas. 

4. Niégate a escuchar chismes

El chismoso traiciona la confianza; «evita conversar con la gente que habla de más» dice el libro de los Proverbios (Prov 20,19). Cada uno de nosotros sabemos perfectamente que murmurar «chismear» está mal y es pecado, y que no debemos escuchar chismes si queremos cuidar nuestro grupo y nuestra comunidad parroquial. 

Escuchar chismes es como aceptar algo robado, pues a la vez, te convierte también en culpable del delito, en «cómplice» de un mal espíritu. Es triste que, en el rebaño de Dios, las heridas más grandes generalmente vienen de otras ovejas y no de lobos. La mejor manera de acabar con un conflicto dentro de un grupo es dirigirse al coordinador, responsable o asistente y confrontar al que difunde los rumores, para exhortarlo a que no lo siga haciendo, por la paz de todos. Generalmente los chismes provienen de situaciones sin fundamento. 

Los hermanos tienen una capacidad de desearse el bien sin criticarse, porque ven en el otro, un reflejo de sí mismo. Esto implica que hay un profundo conocimiento del otro y de sus necesidades, de su condición y de su situación personal. El amor fraterno, por lo tanto, se da entre los iguales y desea el bien para los iguales. No olvidemos que el amor fraternal más perfecto es el mutuo, aunque a veces esto no suceda así. No obstante, esta posible situación, el amor fraterno puede llegar a ser mutuo si uno de los hermanos comienza a amar desinteresadamente primero. 

5. Apoya a tu coordinador, a tus asistentes y a tu párroco

«Hermanos, les pedimos que sean considerados con los que trabajan arduamente entre ustedes, y los guían y amonestan en el Señor. Ténganlos en alta estima, y ámenlos por el trabajo que hacen. Vivan en paz unos con otros», dice la Primera Carta a los Tesalonicenses (1 Tes 5,12-13). No existen líderes de Iglesia perfectos, pero Dios les ha conferido autoridad para mantener el bienestar y la unidad del grupo. Quien coordina un grupo o le asiste, vela y cuida de ti. Todos los que están al frente de cualquier ministerio tendrán un día que rendir cuentas ante el Señor por el trabajo que hicieron aquí en la tierra, es por eso que debemos apoyarlos. 

La Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia, dan instrucciones específicas a quienes ejercen el ministerio del pastoreo, de cómo deben cuidar su rebaño, estos deben evitar discusiones y solucionar problemas; enseñar con delicadeza y amor; buscar la armonía y hermandad en el grupo y amonestar a los que andan mal; velar por la unidad del grupo entre sí y con los demás grupos y ministerios de la Parroquia. 

Este es un trabajo muy pesado para una sola persona, es por eso que todos los miembros del grupo deben saberse «equipo» y poner cada quien de su parte para que, quien coordina o asiste, trabaje con éxito. 

5. Ama entrañablemente a María

María es Madre de la Iglesia por ser Madre de Cristo, por haberle dado la carne y la sangre; esa carne y esa sangre que en la Cruz se ofrecieron en sacrificio y se hacen presentes en la Eucaristía (cfr. Ecclesia de Eucharistia n. 55). Este es el aspecto más inmediatamente perceptible de aquella «relación profunda», de comunión, de unidad, de la Virgen con el misterio eucarístico. Por eso el M.E.C.E. debe amar entrañablemente a María. 

«La Iglesia, tomando a María como modelo, ha de imitarla también en su relación con este altísimo misterio» de la Eucaristía (Ecclesia de Eucharistia n. 53). Imitar, para cada uno de ustedes, debe ser ante todo, ver la fe de María y su amor, en la anunciación (los momentos de adoración) y en la visitación a Isabel (la visita a los enfermos), donde María es realmente tabernáculo vivo de Cristo (cfr. Ecclesia de Eucharistia n. 55); en el Calvario (celebración de la Santa Misa) (cfr. Ecclesia de Eucharistia nn. 56-57) y, más allá, cuando recibió la Comunión Eucarística de manos de los Apóstoles (al acercarse ustedes a comulgar) (cfr. Ecclesia de Eucharistia n. 56). Ustedes, como Ministros Extraordinrios de la Comunión Eucarística, deben tener una fe y un amor que —como en el Magnificat— se deben desbordar junto a María en alabanza y en acción de gracias (cfr. Ecclesia de Eucharistia n. 58). Es grande la riqueza de matices de esta llamada a la imitación de María «mujer eucarística» que, viviendo en comunión y unidad, deben ustedes vivir, para contagiar, de ese amor mariano, a toda la comunidad. 

Conclusión

El grupo de los Ministros Extraordinarios de la Comunión Eucarística, es el primero de entre todos los grupos parroquiales, que debe demostrar que se vive y se sirve en la Iglesia en unidad, para que así los demás miembros de la parroquia y los no creyentes quieran ser parte de este núcleo de amigos y hermanos en Cristo. 

El final del Evangelio de Mateo remacha una idea que conviene recordar ahora: «Yo estoy con ustedes (mis discípulos) todos los días hasta el fin del mundo» (MT 28,20). Cristo está con los discípulos–misioneros que, como Él, quieren dar la vida y se identifica con ellos. Por eso hay que conservar la unidad entre los hermanos y el mismo Cristo. Quien ama a Cristo «Esposo», ama a la vez a su Esposa, la Iglesia. 

Recuerda siempre el reto: 

¡LA UNIÓN HACE LA FUERZA! ¡SÉ MAS UNIDO CON TUS HERMANOS EN EL GRUPO Y APOYALOS! 

Padre Alfredo.

* Este tema lo expuse en al grupo de Ministros Extraordinarios de la Comunión Eucarística (M.E.C.E.) en la parroquia de Fátima de la colonia Pro-Hogar.

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