La vida de la santa italiana María Cristina Brando (1856-1906) estuvo siempre caracterizada por una fe sencilla, consistente y viva, y constantemente alimentada por la palabra de Dios, por la fructífera celebración de los sacramentos, por una asidua contemplación de las verdades eternas y por una ferviente oración. Particularmente, esta santa —canonizada por el Papa Francisco el 17 de mayo de 2015— cultivó una devoción por la Encarnación, la Pasión y Muerte de Cristo, y por la Eucaristía. Con miras a estar más cerca en espíritu y cuerpo al Sagrario, construyó una celda adyacente a la iglesia, a la que ella llamaba la «grotticella» —la pequeña gruta— recordando el pesebre de la Natividad. Era una fuente edificante para todos en Casoria, donde vivió. Ahí transcurrían todas las noches de su vida, sentada en una silla, para acompañar a Jesús en la Eucaristía, mientras estaba despierta o en descanso. Su espiritualidad de expiación era tan fuerte, que se convirtió en el carisma del instituto religioso que fundó, las hermanas Víctimas Expiatorias de Jesús Sacramentado.
El Evangelio de hoy (Mc 2,18-22), lanza una pregunta que hacen algunos de los discípulos de Juan el Bautista y unos cuantos fariseos a Jesús: «¿Por qué los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan, y los tuyos no?» Parece que Jesús contesta de manera muy sencilla y sincera afirmando ¡pues, sí! Es realmente la fiesta. Mis discípulos son «los invitados a una boda»... tienen al «esposo» con ellos... son gentes felices, alegres... y días vendrán en que ya se tendrá que hacer sacrificio y como sabemos, sacrificio de expiación, como el que Santa María Cristina de la Inmaculada Concepción hacía velando a Jesús Sacramentado. De hecho, entre los fragmentos que se conservan de su autobiografía, escrita en obediencia a su director espiritual, se lee que: «el motivo principal de este trabajo —su carisma— es la reparación por las ofensas que recibe el Sagrado Corazón de Jesús en el Santísimo Sacramento, especialmente por los tantos actos de irreverencia y descuido, comuniones sacrílegas y sacramentos celebrados pobremente, por las Santas Misas a las que se asiste sin prestar la menor atención, que amargamente perforan ese Sagrado Corazón, por tantos de sus ministros y tantas almas que están consagradas a Él, que se confunden con esta gente ignorante y dañan su Corazón más todavía. (...) A los Perpetuos Adoradores del divino Corazón de Jesús quiere confiar la dulce y sublime tarea de Víctimas de la adoración y reparación perpetuas de su Divino Corazón, tan horriblemente ofendido y afrontado en el Santo Sacramento de amor. (...) A los Adoradores Perpetuos, en su vida activa y contemplativa, (...) el Sagrado Corazón de Jesús confía la dulce tarea de Víctimas de Caridad y reparación; de caridad porque se les ha confiado con el cuidado de sus hijos».
La santa comprendió que, como el Evangelio dice, Jesús es el Novio y por tanto, mientras esté el Novio, los discípulos están de fiesta; ella sabía que le tocó vivir el tiempo en que se necesitaba el ayuno y la oración constante que se necesitan para expiar la falta de amor al Esposo de la Iglesia. Estamos en el tiempo en que la Iglesia «no ve» a su Esposo: estamos en el tiempo de su ausencia visible, en la espera de su manifestación final. El ayuno y los sacrificios de expiación no quitan lo primario de la entrega al Señor: la fiesta, la alegría, la gracia y la comunión con Él, así lo demostró la alegría constante de Santa María Cristina. Lo prioritario en la vivencia de nuestra vida de fe es la Pascua, aunque también tengan sentido el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo como preparación e inauguración de la Pascua. También el amor supone muchas veces renuncia y ayuno. Pero este ayuno y los sacrificios de expiación no disminuyen el tono festivo, de alegría, de celebración nupcial de los cristianos con Cristo, el Novio. Que María Santísima nos alcance el mismo amor que Santa María Cristina tuvo al Corazón de Jesús Sacramentado y que le demos sentido al ayuno y a los sacrificios de expiación. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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