En el Evangelio que la liturgia de la palabra de la Misa de hoy nos presenta, Jesús aprovecha el momento en el que advierten de que su madre y sus parientes cercanos — «tu Madre y tus hermanos»— están entre la multitud para afianzar su discurso, y llamarnos madre y hermanos a todos sus discípulos–misioneros buscadores y hacedores de la voluntad de Dios, uniendo nuestra voluntad a la suya (Mc 3,31-35). «Estos son mi madre y mis hermanos», dice Jesús mirando a los que están a su alrededor escuchándole. Así, en el Reino, la fraternidad cristiana no se funda en los vínculos de carne y sangre, sino en un espíritu común: hacer la voluntad del Padre. «¡Aquí estoy para hacer tu voluntad!»: ésta es la norma de vida del cristiano y, más aún, la oración del Espíritu que se nos dio el día del bautismo.
Dice Santo Tomás de Aquino, el santo al que el día de hoy celebramos en la Iglesia, y cuya vida como filósofo y teólogo estuvo dedicada íntegramente al estudio, a la redacción de numerosos escritos y a la docencia, que la santidad no consiste en saber mucho o meditar mucho, sino en amar mucho. Porque sólo amando, afirmaba, hacemos la voluntad de Dios: en amarle a él y amar a los hermanos está resumida la voluntad de Dios. Y saber que podemos hacer la voluntad de Dios significa también reconocer algo maravilloso: que él tiene una «voluntad» sobre cada uno de nosotros que somos sus hijos y que somos hermanos unos de otros. La familia de Jesús es amplia y grande, no se le puede encerrar en su familia humana inmediata. Así entendemos que el replegarse en sí mismo es contrario al modo de ser de Jesús. Las únicas fronteras de su familia son el horizonte del mundo entero.
Nosotros, como personas que creemos y seguimos a Cristo, pertenecemos a su familia. Esto nos llena de alegría. Por eso podemos decir con confianza la oración que Jesús nos enseñó: «Padre nuestro». Somos hijos y somos hermanos. Hemos entrado en la comunidad nueva del Reino. En ella nos alegramos también de que esté la Virgen María, la Madre de Jesús. Si de alguien se puede decir que «ha cumplido la voluntad de Dios» es de ella, la primera, la que respondió al ángel enviado de Dios: «Hágase en mi según tu Palabra». Ella es la mujer creyente, la totalmente disponible ante Dios. Incluso antes que su maternidad física, tuvo María de Nazaret este otro parentesco que aquí anuncia Cristo, el de la fe. Como decía Santo Tomás de Aquino y muchos otros santos, ella acogió antes al Hijo de Dios en su mente por medio de la fe que en su seno por su maternidad. A Ella pidámosle que nos ayude a hacer siempre y ante todo, la voluntad de Dios. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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