martes, 7 de enero de 2020

«Que todos alcancen»... Un pequeño pensamiento para hoy

Raimundo de Peñafort nació, cerca de Barcelona, en España, en el castillo de Peñafort probablemente entre los años de 1175 a 1177. Siendo ya un jovencito, ingresó a la comunidad de la catedral de Barcelona para prepararse a ser sacerdote. A los 20 años asumió la enseñanza de las artes liberales y luego fue ordenado presbítero. Cerca de los 30 años se dirigió a Bolonia a perfeccionarse en ciencias jurídicas. Allí obtuvo el doctorado en derecho civil y eclesiástico. Allá conoció a Santo Domingo de Guzmán, así como la vida y misión de la orden que él había fundado. Entonces pidió a su obispo la creación de una comunidad dominicana en Barcelona. Fue consejero para temas jurídicos de papas y reyes. A su regreso a Barcelona, luego de un breve periodo, ingresó en la Orden de los dominicos en Barcelona y ayudó a San Pedro Nolasco en la fundación de la Orden Mercedaria, cuya misión esencial era la redención de los cristianos que caían cautivos de los sarracenos. 

El papa Gregorio IX encomendó a San Raimundo la predicación de la cruzada a favor de la expedición aragonesa contra Mallorca y a petición suya instituyó el tribunal de la Inquisición en Aragón. Fue nombrado capellán y penitenciario del Papa, que le encargó la compilación de las Decretales promulgadas en 1234. Estando en este cargo, consiguió la bula aprobatoria de la Orden mercedaria. Fue maestro general de los dominicos para los que redactó nuevas constituciones. De vuelta a Barcelona se dedicó a la conversión de los judíos. Animó a Santo Tomás de Aquino a publicar la Summa contra gentes. Él por su parte escribió la Summa de poenitentia et matrimonio, la Summa casuum y la Summa pastoralis. Murió en Barcelona, el año 1275. 

Sí, hay gente así, muy brillante, pero creo que lo más maravilloso en San Raimundo de Peñafort no es tanto su capacidad de hacer tantas cosas en su vida sino su capacidad de hacerlo todo por voluntad de Dios. Raimundo siempre buscó eso: la voluntad de Dios. Raimundo fue el primer santo canonizado en la actual Basílica Vaticana, por Clemente VIII, el 29 de abril de 1601. Es el patrón de los juristas católicos y se distinguió siempre por la rectitud y generosidad en sus actos y en los diversos cargos que a lo largo de su fecunda vida ejerció. Como Cristo, Raimundo siempre pensó en los demás y se identificó con Él en el dar, en el repartir a manos llenas, en el compartir lo que sabía. Hoy el Evangelio (Mc 6,34-44) nos presenta a Jesús multiplicando y repartiendo los panes para que todos alcancen. Jesús opera el milagro de la multiplicación de los panes en beneficio de una multitud y también con el fin de formar a sus apóstoles. Cristo no obra milagros solamente para satisfacer las necesidades materiales del pueblo hambriento, sino para revelar su misión entre los hombres y preparar a los apóstoles para dar y para darse. Es aún Navidad, es aún tiempo de contemplar al Divino Niño que nos invita a nosotros a hacer lo mismo, pidamos a María Santísima que, con Jesús en su regazo nos aliente a seguir imitando a su Hijo. ¡Bendecido martes! 

Padre Alfredo.

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