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Consciente de la importancia de las publicaciones para atraer vocaciones y fondos, Arnoldo estableció la propia imprenta sólo cuatro meses después de inaugurada la casa. Miles de laicos generosos dedicaron tiempo y esfuerzos a la animación misional en los países de habla alemana distribuyendo las revistas de Steyl. De esta manera, la nueva congregación se desarrolló ya desde su inicio como comunidad de sacerdotes y hermanos. Prácticamente desde el comienzo, un grupo de mujeres se puso al servicio de la comunidad. Su deseo era servir a la misión como religiosas. Este deseo, los años de fiel servicio, y la conciencia de la importancia de las mujeres en las misiones, llevaron a Arnoldo a fundar la congregación de las «Siervas del Espíritu Santo» el 8 de diciembre de 1889. En 1896, el P. Arnoldo eligió a algunas de las Hermanas para formar una rama de clausura, las «Siervas del Espíritu Santo de Adoración Perpetua». Su servicio a la misión sería la de rezar día y noche por la Iglesia y especialmente por las otras dos congregaciones misioneras, manteniendo un servicio ininterrumpido de adoración al Santísimo Sacramento. Arnoldo murió el 15 de enero de 1909. Fue canonizado por San Juan Pablo II el 5 de octubre de 2003.
¡Cuánto puede hacer un alma que se deja guiar de la mano de Dios y que busca imitar a Cristo que «pasó por el mundo haciendo el bien»! (Hch 10,38). La vida de este santo fundador es un buen ejemplo de buscar imitar la acción misionera de Nuestro Señor. Cristo, en su andar misionero, es siempre un modelo a seguir, él va siempre comunicando su victoria contra el mal y la muerte, curando enfermos y liberando a los poseídos por el demonio. Hoy el Evangelio nos habla de la curación de la suegra de Pedro y nos dice que atendía y curaba a otros muchos enfermos y endemoniados (Mc 1, 29-39) y que dejaba, además, un tiempo especial para marchar fuera del pueblo y ponerse a rezar a solas con su Padre, y continuar predicando por otros pueblos. Así debe ser y hacer el discípulo–misionero, así fue San Arnoldo Janssen. El seguidor y anunciador de Cristo no es alguien que se queda a recoger éxitos fáciles, sabe que, como Cristo, ha venido a este mundo a evangelizar a todos. Pidámosle a María Santísima, la primera misionera, que nos alcance de su Hijo Jesús ese espíritu misionero que nos haga salir de nosotros mismos para ir a los enfermos, a los pobres, a los necesitados de la Buena Nueva. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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