viernes, 10 de enero de 2020

«Confianza y más confianza»... Un pequeño pensamiento para hoy


«En aquel tiempo, estando Jesús en un poblado, llegó un leproso, y al ver a Jesús, se postró rostro en tierra, diciendo: “Señor, si quieres, puedes curarme”. Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: “Quiero. Queda limpio”. Y al momento desapareció la lepra». Así empieza el Evangelio de hoy (Lc 5,12-16). Que admirable la disposición y la oración del enfermo: «Señor, si quieres puedes curarme». Y la respuesta concisa y efectiva de Jesús: «Quiero. Queda limpio»... Nadie, en aquellos tiempos —incluso ni ahora— hubiera pensado que curarse de la lepra fuera tan fácil. Lo único que precisó este enfermo, fue acercarse humildemente y con sencillez a Cristo y pedírselo. Él sabía que Cristo bien podía hacerlo. Además, creía con todo su corazón en la bondad del Maestro. Quizá por esto, es que se presentó así, humilde y sencillo a la vez. La actitud denota no sólo humildad y respeto, revela además algo importantísimo: confianza. 

La vida de mucha gente, y a veces la nuestra, se ve llena de enfermedades y males, sucesos indeseados y problemas de todo tipo, color y sabor que nos podrían orillar a perder la confianza en Dios. Pero el confiar en el Señor, libera del miedo, de la ansiedad, de la angustia; libra de la autosuficiencia, del poder destructor de la ignorancia de Dios. Por eso nuestra fe vence al mundo. El que cree que Jesús es el Hijo de Dios vence al mundo. Eso es lo que pasa en la vida de los santos, no se trata de una gente de una élite especial, sino de gente que, desde su pequeñez, deposita toda su confianza en el Señor. La fe en Cristo es confianza en el Dios que hace posible lo que parece imposible; que cumple sus promesas, muchas veces por caminos desconocidos para nosotros, como sucedió a San Marciano, presbítero. Marciano nació en Constantinopla, donde pasó toda su vida, en el seno de una familia emparentada con la del emperador Teodosio. Se entregó al servicio de Dios desde su niñez, y a escondidas y con gran confianza en Dios, repartía grandes sumas de dinero entre los pobres. Hacia el año 455, el patriarca Anatolio, sin hacer caso de las protestas que la humildad dictaba a Marciano, le ordenó sacerdote. 

Marciano se sintió con ello más obligado todavía a confiar más en Dios y a buscar la perfección ejerciendo la caridad; así que vivió su sacerdocio sin abandonar su ocupación favorita que consistía en instruir a los pobres; redobló sus esfuerzos por socorrerlos en sus necesidades materiales y se impuso enormes penitencias. La confianza y la mansedumbre del santo triunfó a la larga de todas las críticas que se pudieran esperar. Su virtud brilló esplendorosamente, y el patriarca Genadio lo elevó a la dignidad de «Oikónomos» (administrador), con gran aplauso del clero y el pueblo. San Marciano construyó y restauró muchas iglesias de Constantinopla, en particular la de la «Anástasis» (La Resurrección del Señor). Los milagros que realizó antes y después de su muerte, le hicieron famoso. Murió probablemente el año 471. Algunos autores le consideran como un gran escritor de himnos litúrgicos. ¡Qué importante es confiar en el Señor! La beata María Inés Teresa decía: «confianza y más confianza» y se lanzaba como San Marciano a socorrer a muchos con el deseo de que todos se encontraran con Cristo. María, la Madre del Señor, seguramente fue modelo de San Marciano como lo fue para la beata María Inés y para muchos. Que sea su confianza también para nosotros un modelo a imitar. ¡Bendecido viernes! 

Padre Alfredo.

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