martes, 28 de enero de 2020

«¿Por qué no existen mujeres sacerdotes?»*...

¡Vaya pregunta! y ¡vaya respuesta tan clara y difícil de desmenuzar a la vez!

Son muchos los especialistas que han escrito sobre el tema. Yo, que soy como una pequeñísima rama, de estas que están al final de las grandes ramas de los árboles, no tengo nada nuevo que aportar a lo que se ha escrito sobre el tema y que es bastante claro. La propuesta del sacerdocio femenino —que a decir verdad viene de una minoría de católicos— ha buscado argumentos de índole muy diversa para apoyar esa propuesta que de entrada, podemos decir, va contra la voluntad de Cristo, pues queda claro, por los testimonios del Evangelio, que él no buscó instituir mujeres como sacerdotes, pues eran varias las que le acompañaban y no solamente María la de Magdala como a veces hacen creer. El Evangelio expresa, con gran claridad, que en aquellos tiempos, Jesús iba caminando por ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios; que le acompañaban los Doce, y «algunas mujeres» que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: «María, llamada Magdalena», de la que habían salido siete demonios, «Juana, mujer de Cusa», un administrador de Herodes, «Susana» y «otras muchas» que les servían con sus bienes (Lc 8,1-3).

A ninguna de ellas las ordenó sacerdotisas como los Apóstoles, sino las invitó a «servir», hecho que queda claro también en el Evangelio cuando Jesús se halla clavado en la cruz, después de morir, y el evangelista San Marcos dice que había allí unas mujeres, mirando desde lejos: «María Magdalena», «María, la madre de Santiago el menor y de José», y «Salomé.» Ellas, —afirma San Marcos— «seguían» a Jesús y «lo servían» cuando estaba en Galilea. Y había también «muchas otras», que habían subido con él a Jerusalén —dice— (Mc 15,40-41). Eso expresa que ninguna de ellas era sacerdote aunque sí «seguidoras» y «servidoras», es decir evangelizadoras. Incluso María Magdalena será reconocida como «Apóstol de los Apóstoles».

Está claro que los discípulos del Señor eran muchos y está claro también que entre ellos había hombres y mujeres. Jesús no discriminó a nadie en su seguimiento, pero, el sacerdocio ministerial, es un don peculiar, que Cristo tiene reservado a varones y por el que Él asume a algunos para que obren en su nombre con su autoridad, para prestar a la Iglesia un ministerio peculiar. La Ordenación Sacerdotal, como sacramento, ha sido reservada siempre a los varones. En esto la Tradición ha sido unánime.

El que las mujeres no sean sacerdotes ministeriales, aunque por el bautismo poseen como todos, el «sacerdocio bautismal», es un acto de la voluntad de Jesucristo mismo, que no implica una discriminación como algunas mujeres piensan, sino que asume la constitución masculina como elemento de la visibilización de Jesucristo: Él fue varón, y quiso que quien hiciera sus veces en la comunidad debía ser varón, por eso para tal encargo eligió a doce hombres.

Esto no implica ningún demerito a la dignidad femenina. De hecho, en todo momento la Iglesia ha considerado como la criatura más excelsa a la mujer que tuvo como misión el dar a luz al Hijo de Dios hecho hombre, a la Santísima Virgen María, quien se presentó a sí misma como «la servidora del Señor» (Lc 1,38). Esto nos enseña que ni ella, por ser la más pura de todas las mujeres, fue sacerdotisa, ya que, como he dicho, no es cuestión de dignidad sino de un servicio ministerial específico. De esta manera no se hace sino reconocer algo que se encuentra marcado con claridad en nuestra constitución biológica y psicológica. Alguien argumenta por allí que esto es tan claro como que no sería normal ver a un varón presentar una denuncia en alguna comisión de derechos humanos contra la naturaleza por haberlo privado de la posibilidad de ser madre.

Así, podemos concluir que en la Iglesia cada uno tiene su lugar según el plan de salvación de Dios, según sus designios. La presencia y la tarea de las mujeres en la Iglesia son imprescindibles, sin eso la Iglesia queda incompleta, pero no es, ciertamente, y con justa razón, su tarea, el ejercer el sacerdocio ministerial, sino el evangelizar, el hacer presente a Cristo como lo hizo su Madre, como lo hicieron aquellas primeras mujeres que «siguieron» y «sirvieron» al Señor.

Padre Alfredo.

* Originalmente este artículo fue escrito para la página de Facebook «Sí Sostenido» el 20 de enero de 2020.

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