lunes, 14 de octubre de 2019

«Que la Buena Nueva llegue a todos»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Papa y 283 participantes —185 padres sinodales y otras 98 personas, en su mayoría expertos en la Amazonia, incluidos 16 representantes de pueblos indígenas, están reunidos en el Vaticano desde el 6 hasta el 27 de este mes de octubre en la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos 6 - 27 Octubre 2019 con el tema: «Amazonía: Nuevos Caminos para la Iglesia y para una Ecología Integral». El Papa Francisco ha afirmado que convocó a este Sínodo para «encontrar nuevos caminos para la evangelización de aquella porción del Pueblo de Dios, sobre todo de los indígenas, muchas veces olvidados y sin una perspectiva de un futuro sereno, también por la causa de la crisis de la foresta amazónica, pulmón de fundamental importancia para nuestro planeta». La población de este vasto territorio es de cerca de 34 millones de habitantes, de los cuales más de tres millones son indígenas, pertenecientes a más de 390 grupos étnicos. Pueblos y culturas de todos los tipos como los afrodescendientes, campesinos, colonos, que viven en una relación vital con la vegetación e con las aguas de los ríos. Aunque la temática se refiera a una región específica, como la Panamazonía, las reflexiones propuestas en este Sínodo van más allá del territorio geográfico, pues abarcan toda la Iglesia y se refieren al futuro del planeta. La naturaleza, siempre solidaria del hombre —el hombre ha sido creado por Dios partiendo de ella: barro de la tierra—, canta las obras de Yahvé desde tiempos muy antiguos agradeciendo el regalo de la creación. El autor del salmo 97 (98) del que tenemos una pequeña parte en el salmo responsorial de hoy, nos invita a una alabanza tantos dones recibidos de lo alto e invita a alabar al Señor con un cántico nuevo que abarque el mundo entero. El salmista nos ayuda a ver que el mundo creado no es un simple escenario en el que se inserta la acción salvífica de Dios, sino que es el comienzo mismo de esa acción maravillosa. 

Con la Creación, el Señor se manifiesta en toda su bondad y belleza, se compromete con la vida, revelando una voluntad de bien de la que brota cada una de las demás acciones de la salvación que ha de llegar al mundo entero. Partiendo de la experiencia histórica de Israel, el salmista extiende su campo de alabanza a todos los pueblos y naciones, invitando a toda la tierra a sumarse en un canto nuevo al Dios del universo, de la historia y de la salvación, cuyo juicio dará la recompensa a sus elegidos y permitirá un nuevo orden de cosas. Su victoriosa actuación le hace superior a todos los dioses y fuerzas del universo y le da dominio sobre todas las naciones: «Que todos los pueblos y naciones aclamen con júbilo al Señor». El Señor nos ha elegido y enviado para ser continuadores de una tarea de alabanza a nuestro Dios que viene desde muy antiguo. La tarea de dar a conocer su victoria salvadora a todas las naciones no ha terminado. Es responsabilidad de la Iglesia el trabajar denodadamente para que esa misión se cumpla constantemente y la Buena Nueva llegue hasta los confines de toda la tierra. Mientras algunos, que se supone son los sabios y letrados que ya conocen y saben quién es Dios piden señales extravagantes para afirmar su existencia y divinidad, como sucede en el Evangelio de hoy (Lc 11, 29-32), una gran parte de los habitantes de la tierra aún no le conoce y los discípulos–misioneros no podemos contentarnos con que nosotros sí sabemos quién es Dios y no necesitamos pedirle signos para comprobar su existencia y su divinidad; pues mientras alguien viva lejos del Señor, por no conocerle o por haberlo hecho a un lado: no podemos descansar sino ser nosotros mismos la señal, un testimonio vivo de la presencia de Aquel que dice que no dará más señales extraordinarias. 

Nos falta mucho por hacer para que esa realidad que el salmista ve como profecía se cumpla. La única señal válida y que realmente moverá el corazón de muchos para alabar al Señor en la Asamblea de los creyentes somos nosotros, sus apóstoles, sus discípulos–misioneros que somos los portadores de la Buena Nueva. El 42 % de las iglesias que están en la región amazónica no pertenecen a la fe católica. Cada uno de nosotros como católicos, hemos recibido, desde nuestro bautismo, el encargo de la misión como testigos, como signo, como señal de la presencia del Señor entre los hombres. Los laicos cumplen también su misión profética evangelizando, con «el anuncio de Cristo comunicado con el testimonio de la vida y la palabra». En los laicos, esta evangelización «adquiere una nota específica y una eficacia particular por el hecho de que se realiza en las condiciones generales de nuestro mundo». Este apostolado no se puede quedar en nuestros días sólo en el testimonio de vida —que de por sí es importantísimo y del todo necesario— sino en alzar la voz no en protestas ni marchas que atentan contra la dignidad y obstaculizan la unidad; sino buscando ocasiones para anunciar a Cristo con la palabra, tanto a los no creyentes, como a los fieles (Catecismo de la Iglesia Católica nº. 905). Así, con todo esto, creo que se entiende el por qué la Iglesia se empeña en estos días en el Sínodo sobre esta basta región de nuestra casa común. La selva amazónica es un regalo de Dios que nadie tiene derecho a destruirla, hay allí muchos hermanos nuestros que aún no han recibido la Buena Nueva o la han recibido a medias. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, la gracia de proclamar el Nombre del Señor aquí, allá y acullá con una vida intachable, preocupándonos de que el amor de Dios llegue a todas las gentes. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

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