martes, 15 de octubre de 2019

«Orar desde lo profundo del corazón»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Evangelio guarda la memoria del Cristo orante, y en el centro de esta vida de oración de nuestro Redentor están los salmos. Desde el exilio de Babilonia, los judíos se hicieron a la costumbre de reunir a la familia para rezar. La oración fue poco a poco ganando un ritmo diario en el ambiente familiar; un ritmo semanal en la Sinagoga en comunidad, y un ritmo anual, como nación, en el Templo de Jerusalén. En este contexto Jesús nació, creció y se desarrolló. Las primeras comunidades cristianas procuraron rezar los salmos como les habían transmitido que Jesús los rezaba. Los evangelistas, sobre todo Lucas y Juan, conservaron una imagen de Jesús orante, que vivía en permanente contacto con el Padre. Hacer la voluntad del Padre era la respiración en la vida de Jesús, su alimento diario (Jn 5,19). En el centro de esta vida de oración estaban siempre los salmos. Por eso nosotros, que somos sus discípulos–misioneros, estamos llamados a hacerlos parte importante de nuestra oración. La Liturgia de la Palabra de la Misa del día de hoy, nos invita a orar con los primeros versículos de uno de los salmos más hermosos, el salmo 18 (19). Esta primera parte del salmo (vv. 2-5), puede ser considerada como un «himno al Creador». Los cielos están presentados de una manera personificada mientras desarrollan la función de testigos entusiastas de la obra creadora de Dios. A esa acción corresponde la narración continua del firmamento, concebido en aquellos tiempos como una especie de bóveda, de separación fija del mundo celestial. Entre los elementos cósmicos se transmite una palabra velada y misteriosa, aunque real y continua. 

Toda la creación es palabra, es voz de alabanza y de gloria para el que la ha creado. Sólo nosotros, quizá los más pequeños y frágiles seres en la creación, somos los que bien pronto nos olvidamos del pensamiento de amor que nos ha llamado a la existencia, y vamos diciendo continuamente palabras que ya no son adecuadas para difundir un mensaje de belleza y esperanza, porque están encerradas en un horizonte complicado y estrecho. Muchas de las palabras de hoy son sonidos vacíos que no remiten a otro, mientras que toda criatura grita tácitamente la alabanza de aquel que la ha pensado. La palabra humana, para ser verdadera, debe volverse antes que nada escucha de la única Palabra que ha venido como sol a iluminar nuestras tinieblas; entonces se convierte, a su vez, en anuncio libre y agradecido de las grandes obras que Dios ha realizado. La grandeza del hombre está en su capacidad de interpretar y recoger la voz de los astros y de todo el resto de la creación para hacerse, a su vez, eco de ella y volver a darla al Creador, «recalentada» por el fuego de su corazón. 

A esto nos exhorta la liturgia invitándonos a hacernos voz de cada criatura aún las que, en primera, parecen ser más fuertes y resistentes que nosotros. En los tiempos de Cristo, muchos oraban con los salmos, y seguramente entre los fariseos había gente buena: cumplidores de la ley, deseosos de agradar a Dios en todo. Pero muchos de ellos corrían el peligro de poner todo su empeño sólo en lo exterior, de cuidar las apariencias, de sentirse demasiado satisfechos de su propia santidad, por eso Jesús denunciaba que les faltaba esforzarse por orar desde la pureza interior que pone lo esencial en el corazón. El corazón, lo profundo del hombre, su interior, es lo que importa mantener limpio para hacer de la vida una oración. Es lo que él quiere de cada uno de sus discípulos–misioneros. Porque aquello que brota del corazón que se aleja de los planes de Dios —la injusticia, la rapacidad, la avaricia— mancha al hombre (Lc 11,37-41) y por eso hay que orar desde el interior. El primer lugar de misión es el propio corazón. A invitación del mismo Jesús, convendría que cada vez estuviéramos más atentos a lo que pasa en este «interior» profundo en nuestro corazón. María guardaba allí todo y lo meditaba. Seguramente a ella también la contemplación de la creación le llevaría a orar desde lo profundo de este corazón inmaculado, puro, lleno de gratitud. Que ella nos ayude a orar así, desde dentro. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

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