jueves, 24 de octubre de 2019

«El Buen Pastor»... Un pequeño pensamiento para hoy


¿Quién no conoce por lo menos los primeros versículos de uno de los salmos más bellos del salterio, el salmo 22 [23]? «El Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes praderas me hace reposar y hacia fuentes tranquilas me conduce...» Este salmo es, sin duda, unos de los más conocidos. Es un salmo claro y conciso, un cántico de alabanza que habla del Señor como un pastor bueno que nos guía, acompaña y protege; un pastor bueno que nos prepara un maravilloso hogar donde nada nos faltará y que, si nos descarriamos del camino, su vara y su cayado nos tocan, sin pegarnos ni hacernos daño para que sigamos el camino correcto y no nos perdamos. Esa vara y ese cayado nos tranquilizan, porque son una barrera para que no nos perdamos por estos campos del mundo llenos de lobos. Si estamos en el borde de un precipicio, el bastón del pastor bueno hace de barrera para que nos caigamos y nos hace adentrar al camino seguro. Cuando recitamos este salmo, al igual que el salmista, nos damos cuenta que al cuidado del Pastor bueno, el Pastor obsequioso, el Pastor misericordioso, nada nos falta. Yahvé le prometió a Israel que nada le faltaría. El Señor es para el salmista el pastor que le hace ir hacia los lugares frescos y jugosos, llevándole por las rectas sendas para que allí se recree su alma. Hace descansar el rebaño en el oasis después de haber caminado bajo los ardores del sol del desierto. También en nuestra vida de discípulos–misioneros de Cristo tenemos que andar por zonas áridas, bajos los ardores de un sol inclemente y en medio de lobos (Mt 10,16). Es sólo con la ayuda del Señor que encontramos las frescas aguas que reparan nuestras fuerzas. 

Con este salmo y el Evangelio de hoy (Jn 10,11-16) la liturgia de la palabra parece tomar en este día un ritmo diferente del que llevamos en estas semanas del tiempo ordinario, y es que, cómo no hacer un alto para contemplar la figura de un hombre extraordinario como san Rafael Guizar y Valencia, el primer obispo mexicano e hispanoamericano en ser canonizado, figura clara de lo que debe ser el Buen Pastor. «Yo daría mi vida por la salvación de las almas» solía decir quien, como buen pastor de su rebaño, para ejercer su ministerio en medio de los violentos tiempos de la persecución religiosa en México, se disfrazaba de vendedor de baratijas, de músico o de médico homeópata, lo que le permitía acercarse a los enfermos y administrarles los sacramentos. El 6 de noviembre de 2014, el Papa Francisco, hablando del Buen Pastor en su homilía decía: «El verdadero pastor, el verdadero cristiano tiene este celo dentro: que nadie se pierda. Y por esto no tiene miedo de mancharse las manos. No tiene miedo. Va donde debe ir. Arriesga su vida, arriesga su fama, arriesga perder su comodidad, su estatus, también perder en la carrera eclesiástica, pero es buen pastor... también los cristianos deben ser así... El Hijo de Dios va al límite, da la vida, como la ha dado Jesús, por los otros». 

Ante el salmo 23, el evangelio del Buen Pastor y las palabras del Papa Francisco me pregunto y les pregunto: ¿Seremos capaces de ser pastores en aquellos sitios donde nos encontramos? ¿Nos expondremos al peligro por salvar a alguien que se aleja del camino? Y entonces voy a otro fragmento de este salmo que hoy se nos presenta como salmo responsorial en la Misa: «aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú estás conmigo». Es tal la confianza que debemos tener en el Señor, que, aunque tengamos que andar por parajes peligrosos y valles profundos, nos sentimos seguros bajo la protección de nuestro Pastor. Así es como el salmista reconoce que gracias a la confianza en el Señor, a el no le importa si tiene que atravesar zonas peligrosas antes de llegar a los oasis seguros. Tengamos la confianza de san Rafael Guizar y de tantos más que, sabiéndose sostenidos y acompañados por el Buen Pastor buscaron la manera de ser como él, buenos pastores y busquemos nosotros también a la vez que nos sentimos ovejas del Señor y confiamos en él para que muchas almas se salven. Que la Santísima Virgen María nos ayude a seguir adelante, sin desfallecer. ¡Bendecido jueves eucarístico y sacerdotal! 

Padre Alfredo.

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