Hace años tuve la dicha de conocer a la hermana Amparito Izquierdo, la primera vocación que recibió nuestra Madre Fundadora la beata María Inés Teresa en nuestra congregación hermana de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento. Una mujer alegre, sencilla, de trato amable y muy agradable que perseveró en el camino de seguimiento del Señor hasta el final. La recuerdo sobre todo en los últimos años de su vida, que es cuando Dios me permitió tratarla un poco más e incluso compartir algunos días de misión en nuestra comunidad de «El Tigre», en Michoacán.
Amparito supo conservar hasta sus últimos momentos el gozo de ser misionera no sólo con la acción, sino también en la contemplación y en ofrecimiento de una vida que se fue consumiendo en la entrega generosa de cada día haciendo vida los ideales que, como primera hija de Madre Inés, supo grabar en lo más hondo de su corazón. Además de esto, hay que decir que la hermana Amparito se distinguió por su gran docilidad y simpatía hasta los últimos tiempos de su paso por este mundo, cuando por su enfermedad se vio obligada a utilizar una silla de ruedas, situación que no le quitó la frescura de su anciano rostro que seguía manifestando la alegría de su entrega generosa en medio de las molestias y dolores propios de los años y su enfermedad, que ya le dificultaba incluso la respiración, ya que que sufría de fibrosis en los pulmones, además de algunos problemas cardiacos.
Esperanza Izquierdo Ruvalcaba (nombre con el que fue bautizada), nació el 1° de agosto de 1928 en Tenancingo, Estado de México. Antes de iniciar su camino vocacional, Amparito estudió —por correspondencia— la carrera técnica de Enfermería. Ingresó a la congregación de las Misioneras Clarisas el 1° de abril de 1946 en la que fue la primera casita que ocupó en Cuernavaca la beata María Inés Teresa y las religiosas que la acompañaron al salir de su Monasterio para realizar la fundación. Inició su Noviciado el 3 de octubre de ese mismo año y profesó sus votos temporales de pobreza, castidad y obediencia el 6 de enero de 1948, cuando ya estaba bien instalada la primera comunidad en la Casa Madre de nuestra Familia Inesiana recibiendo el nombre de María Amparo de Jesús, en aquellos años en que se acostumbraba recibir un nuevo nombre al hacer los votos. Desde su ingreso y durante primeros años de su vida religiosa, recibió su formación directamente de la beata Madre María Inés, quien fue su Maestra de Novicias.
La hermana Amparito continuó, ya como religiosa, otros estudios académicos y espirituales en las ciudades de México, Cuernavaca y Puebla, donde se recibió como Maestra de Escuela Primaria; fue en esa ciudad, en donde mientras estudiaba la Normal, que se hizo cargo también de la dirección de una escuela parroquial para niños pobres, quienes con el paso de los años la seguían recordando con cariño y gratitud.
El 24 de junio de 1951 emitió sus votos perpetuos y por largos años estuvo dedicada a la enseñanza en los colegios de la congregación en varios lugares como Puebla, Monterrey y Chiapas entre otros. Sus hermanas en religión que conocí, la recuerdan como una hermana que, en la vida comunitaria, fue siempre cumplida y puntual, muy amante del espíritu y espiritualidad de nuestra Familia Inesiana, era piadosa, atenta y fiel en la observancia de los votos.
Gracias a Dios, perseveró en fidelidad y hasta el último momento de su vida, no perdió el sentido del valor de su consagración religiosa, ofrendándose con gusto en el cumplimiento de la voluntad de Dios. Celebró sus Bodas de Plata el 6 de enero de 1973. Según diversos testimonios de algunas hermanas Misioneras Clarisas, de seglares que convivieron con ella y de los momentos que pude compartir yo también con esta alma privilegiada, una de sus virtudes más sobresalientes y edificantes fue notable el grande celo misionero que desplegaba con sencillez con toda clase de personas. Quienes la conocieron como maestra dicen que fue muy buena, que quería mucho a los niños, al grado de que dicen que, hace pocos años, un médico ya en plena profesión, la recordaba con cariño porque cuando él era niño la tuvo como su maestra en el kínder.
El 6 de enero de1998 celebró sus Bodas de Oro, ¡cincuenta años de seguir al Señor muy de cerca en la vida consagrada! y continuó con ese gran celo misionero que ardía en su interior y que había recibido contagiada por el ansia misionera de la beata María Inés Teresa. Muchos de sus exalumnos, ahora profesionistas, sacerdotes, religiosas, la recuerdan siempre como aquella hermana que en su más tierna edad les enseñó, con su palabra y su ejemplo, a amar a Dios y a dejarse amar por él. Sus últimos años como maestra, hasta que su avanzada edad se lo permitió, los ejerció en el Kinder «María Inés». Por su gran experiencia también colaboró, con mucha caridad, alegría y entusiasmo, orientando y ayudando a las hermanas maestras jóvenes.
Ya alejada de su carrera magisterial, se mantuvo siempre disponible, aunque ya no diera clases, para participar en misiones de Semana Santa, misiones parroquiales y de todo tipo, colaborando con gran entusiasmo, como catequista con los niños pequeños, escuchando a las personas, hablando mucho más con su testimonio de fidelidad, amor y entusiasmo a pesar de su avanzada edad. En sus últimos años, me tocó convivir con ella, como dije al inicio, en una misión en «El Tigre» y tengo una anécdota muy particular que quiero compartir.
Estando el martes santo, en los preparativos para el Triduo Pascual, los Vanclaristas me explicaban que estaban viendo lo del recorrido del Viacrucis para el viernes santo y me decían que terminaría en el cerrito que está un poco retirado. De inmediato les dije: —¡No me vayan a hacer caminar a Amparito entre ese pedregal porque es mucho! Ellos se rieron y me dijeron: —¡Padre, ya fue con nosotros e iba a mero adelante! Y es que la hermana Amparito, ya con muchos años encima, poco o nada demostraba sus dolencias, era muy activa e inquieta y le gustaba caminar mucho.
Las hermanas de la Casa de «El Tesoro», en Guadalajara, convivieron con ella cuando era de muy avanzada edad. El 6 de enero de 2008, le festejaron sus Bodas de Diamante en Guadalajara, Jalisco y la recuerdan como fiel y amena acompañante de hermanas choferes, siempre disponible con un espíritu jovial que conservó hasta el final, contestando cuando se le preguntaba cómo estaba: «Estoy bien y de buenas y con ganas de ser santa». Muchas veces me tocó escucharle decir eso y animarme a ser fiel en mi vocación recordándome algunas veces, que en eso de las primicias vocacionales, ella como religiosa y yo como sacerdote, éramos colegas.
En el año 2016, fue notorio en ella el cansancio, el doctor le diagnosticó una fibrosis pulmonar, y se le dieron los cuidados necesarios; se le instaló en su habitación el aparato de oxígeno y poco después la hermana enfermera que la cuidaba ya no le permitió más caminatas, y tuvo ella que aceptar ser transportada en silla de ruedas. Durante la última semana de su vida iba el doctor a verla todos los días.
Amparito tuvo la dicha de recibir el Viático. La hermana María Elena de Luna, que era superiora de la «Casa del tesoro» en ese entonces, estuvo presente en la Unción de los Enfermos y comentó que el sacerdote que le dió la Unicón le dijo: —«Hermana, ya está usted lista para la hora que sea». La superiora general, la Madre Martha Gabriela Hernández, telefónicamente le dio la bendición y le dirigió palabras de aliento, pues en todo momento estuvo siguiendo atentamente el estado de salud de la primera vocación de las Misioneras Clarisas.
El mismo sacerdote, días después, el 31 de diciembre, cuando fue a celebrar la Eucaristía a las seis de la tarde, expresó a la comunidad, sentirse muy conmovido por el testimonio de la alegría y gran paz que la Hermana Amparito reflejaba en su rostro al recibir la Unción. Por su parte, la superiora testifica que en estos últimos días, en algún momento, la hermana le dijo estar muy contenta; y al preguntarle ella: —«¿por qué Amparito?, señalando hacia el cielo con el pulgar Amparito le contestó: —«Vinieron un grupo de las de allá, de las nuestras, ya me vienen a decir que ya me voy a ir con ellas». Cuando se le invitaba a ofrecer sus sufrimientos y dolores al Señor, ella respondía siempre: —«¡Sí, todo lo que tengo lo he recibido de él y me siento muy afortunada!» Esta última palabra «afortunada», la repitió con frecuencia hasta que perdió la voz. Por la noche de ese sábado 31, se agravó más, la siguieron acompañando las hermanas rezando el Rosario de la confianza, Jaculatorias, hablándole al oído palabras de confianza en la infinita bondad del Señor, hasta que ella voló a los brazos del Padre así, tranquila, quedándose como dormida en las primeras horas del recién estrenado 2017, exactamente a las 1:20 de la mañana.
Los que la conocimos sabemos que, como todo humano, la hermana Ampartito seguro tuvo también sus fallas, sus dificultades, sus caídas y levantadas, sus momentos tristes y dolorosos, pero sabemos también que, en su condición de elegida por el Señor, como lo escucho directamente de labios de la beata María Inés Teresa que lo afirmaba de ella misma, fue una amante incondicional de la Dulce Morenita del Tepeyac. Que haya sido Ella, la Madre de Dios, quien la haya acompañado en aquellos momentos en quese presentó ante el trono de nuestro Señor y que a todos nosotros, nos conceda el don de perseverar en la fe y en la propia vocación, con una vida edificante, buscando aumentar nuestro espíritu de donación y adhesión filial e incondicional a los designios de Dios sobre nuestras vidas.
Descanse en la paz nuestra querida hermana Misionera Clarisa, Amparo Izquierdo Ruvalcaba.
Padre Alfredo.
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