viernes, 4 de octubre de 2019

«LA HERMANA SOLEDAD ESTRADA»... Vidas consagradas que dejan las huellas de Cristo XXIX

Me gusta compartir en este espacio, las vidas ejemplares de nuestras hermanas Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento que ya han sido llamadas a la Casa del Padre y que nos han dejado, en sus vidas de consagradas, las huellas de Cristo. 

A muchas de ellas las conocí, hace años a algunas y hace poco tiempo a otras, pero, siempre hay en la lista algunas de las que solamente he escuchado sus vidas, sus anécdotas, su herencia misionera y, una de ellas, es la hermana Soledad Estrada. Cuando era novicio, a mi paso por España para hacer los Ejercicios Ignacianos de un mes en Loyola, en la casa en donde nació y vivió algunos años San Ignacio de Loyola—gracia que nunca me cansaré de agradecer— las hermanas hablaban de esta excelsa misionera mexicana que había gastado sus mejores años en la misión de Sierra Leona y que acababa de fallecer unos cuantos días antes de mi llegada.

Soledad Estrada Serrano nació el 18 de abril de 1930 en Abasolo, Guanajuato, México. Allí mismo en medio de la vida ordinaria de toda jovencita de su edad, recibió el llamado del Señor para consagrar su vida a la misión como religiosa. El 14 de diciembre de 1952, ingresó, en Cuernavaca Morelos, al instituto de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento y al año siguiente, el 8 de diciembre de 1953, luego de haber pasado por el tiempo de postulantado que la enamoró más de esos anhelos misioneros que traía ya con ella, inició su noviciado y aun año después en esa misma fecha en que la Iglesia celebra a la Inmaculada Concepción, la hermana Soledad hizo su primera profesión religiosa, compromiso que tomó muy en serio y la llevó, el 10 de julio de 1961 a hacer su profesión perpetua. En la vida religiosa ella recibió el nombre de María Soledad.

La hermana Soledad estudió la Normal básica en Monterrey, ya como religiosa, y después continuó su preparación académica en Guadalajara, estudiando allá la especialización en Orientación Vocacional.

Desde sus primeros años en la vida consagrada, Soledad mostró siempre un vivo interés por ir como misionera al África, pero hubo de pasar antes por diferentes destinos en donde fue dejando esa huella de Cristo que todo consagrado imprime por donde va pasando. Estuvo un tiempo en San Antonio y Ubalde Texas; en Monterrey y en Cuernavaca y también en Los Ángeles California hasta que vio realizados sus sueños de ir a la misión de Sierra Leona a dar —como he dicho por los testimonios tan valiosos que de ella me han llegado— lo mejor de su vida en, la misión, concretamente en el colegio «Our Lady of Guadalupe» en Lunsar Sierra Leona, esa institución que a la fecha sigue en pie y que ella amó entrañablemente.

Allí estuvo hasta el año de 1983, cuando llegó en estado grave a la ciudad de Pamplona, en España, para ser sometida a una delicada operación gástrica que la mantuvo en buenas condiciones más o menos un año, hasta que, en el verano de 1984 fue nuevamente internada en el hospital y de donde salió nuevamente para reincorporarse a las actividades de la comunidad de religiosas allí mismo en Pamplona en el Colegio Mayor Santa Clara en donde de forma ejemplar procuraba asistir a todos sus actos de comunidad a pesar de que las fuerzas se le iban minando poco a poco. En mayo de 1985, sus fuerzas casi se fueron por completo y quedó reducida a estar en cama prácticamente sin poderse mover. 

Desde la primera operación a la que fue sometida en aquel 1983, la hermana Soledad fue consciente de la gravedad causada por un tumor maligno que fue causando una complicación tras otra hasta que llegó el tiempo del desenlace. Los médicos que la atendían en esos sus últimos días en esta tierra, decían que sufría intensos dolores debido a las complicaciones de la enfermedad que la consumía. Las hermanas que la atendían, por su parte, aseguran que siempre ocultó esos dolores con una amable sonrisa y con amenas pláticas sobre la misión cuando podía hacerlo. 

Allí, en su lecho, recibía los sacramentos de la confesión cuando lo requería y de la Eucaristía diariamente, al igual que la Unción de los Enfermos que, como viático, le sirvió para el encuentro definitivo con el Señor que llegó el domingo 9 de junio de 1985 en la enfermería del Colegio Mayor Santa Clara, en Pamplona España.

Descanse en paz la hermana María Soledad Estrada. Su testimonio es grande y ha dejado entre otros grandes regalos, gracias a su testimonio misionero, una religiosa y un sacerdote entre sus sobrinos.

Padre Alfredo.

P.D. Gracias a la hermana Conchita Casas por facilitarme, con los debidos permisos, fotografías y reseñas de las hermanas Misioneras Clarisas que nos van dejando las huellas de Cristo en sus vidas y que mucho me han servido para esta serie de biografías.

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