Para el hombre y la mujer de fe, la historia no es nada más un perpetuo volver a empezar sino que es algo que sigue una progresión que jalonan unas «visitas inesperadas» de Dios, unas «intervenciones» divinas, en días, horas y momentos privilegiados: el Señor ha venido, continúa viniendo, vendrá... para juzgar el mundo y para salvarlo. El cristiano, en medio de este devenir de la historia, no alguien que solamente está estático a la espera de la última venida de Jesús, la de nuestra propia muerte, la del fin del mundo. Porque sabe que las «venidas» de Dios a nuestro encuentro son múltiples, y nada ostentosas... incluso ¡podemos no verlas! podemos ¡rehusarlas! «Vino a su casa y los suyos no lo recibieron» (Jn 1,11) y sabemos que Jesús lloró sobre Jerusalén «porque la ciudad no reconoció el tiempo en que fue "visitada"» (Lc 19,44). El Apocalipsis presenta a Jesús preparado a intervenir en la vida de las Iglesias de Asia si no se convierten (Ap. 2,3). Y cada discípulo es invitado a recibir la «visita íntima y personal» del Señor: «He ahí que estoy a la puerta y llamo: si uno me oye y me abre, entraré en su casa y tomaremos la "cena" juntos» (Ap 3,20).
Nuestra esperanza está en la venida del Señor Jesús al final de los tiempos; pero ahora y aquí, también Jesús viene a nuestro encuentro y se hace presente en nuestra vida, en la sencillez y la complejidad de cada momento. Es hoy cuando, con la fuerza del Señor, esperando su retorno glorioso, como el padre de familia que está alerta cuidando a los suyos de la llegada del ladrón (Lc 12,39-48) descubrimos que viene cada día en la sencillez de un momento, de una presencia, de un gesto en el que se hace encontradizo. Dios, en su infinita misericordia, ha vuelto su mirada compasiva hacia nosotros al enviarnos como Salvador a su Hijo, Jesús y hoy podemos reflexionar en que, a pesar de las grandes pruebas a que hemos sido sometidos, el Señor jamás nos ha abandonado. Él sabe de nuestra inclinación al mal y cómo, muchas veces, hemos abandonado el camino de la salvación. Sin embargo, Él jamás dejará que nuestro enemigo nos destruya y nos lleve a la muerte eterna. Por eso hoy el autor del salmo 123 [124] nos invita a que confiemos en el Señor y recordemos que está siempre de nuestra parte.
En medio de este tiempo de espera de la parusía —el advenimiento glorioso de Jesús al final de los tiempos—, la vida del hombre está rodeada de emboscadas de los malvados que no sólo atentan contra su existencia, sino que quieren destruir también todos los valores humanos. Sin embargo, el Señor interviene en ayuda del justo y le salva (El Señor fue un apoyo para mí; me sacó a espacio abierto, me salvó porque me amaba» (Sal 17). San Agustín explicando este salmo dice: «Los santos recuerdan los sufrimientos que afrontaron y desde el lugar de felicidad y de tranquilidad en el que se encuentran miran el camino recorrido; y, dado que hubiera sido difícil alcanzar la liberación si no hubiera intervenido para ayudarles la mano del Liberador, llenos de alegría, exclaman: «Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte». Así comienza su canto» (Comentario al Salmo 123, «Esposizione sul Salmo 123», 3: «Nuova Biblioteca Agostiniana», XXVIII, Roma 1977, p. 65). Dios no nos deja, Él, que viene cada día a nuestro encuentro especialmente en la Eucaristía y en su Palabra, al final de los tiempos volverá de nuevo y podremos cantar con el salmista: «Nuestra vida se escapó como un pájaro de la trampa de los cazadores. La trampa se rompió y nosotros escapamos. La ayuda nos viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra». Hoy, de la mano de María Santísima, la que entendió muy claro que el Señor viene cada día pero que hay que estar preparados para esa venida especial del Señor al final de los tiempos, podemos orar diciendo: «Apártanos, Señor, de la trampa del cazador, que nos asalta y quiere tragarnos vivos; que nuestro auxilio sea tu nombre, para que no caigamos como presa de sus dientes, antes, cubiertos con tus plumas y refugiados, bajo tus alas, podamos bendecirte, viendo cómo la trampa se rompió y nosotros escapamos. ¡Ven, Señor Jesús! Amén». ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario