lunes, 7 de octubre de 2019

«Parece exagerado»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Plan de Dios para nuestras vidas y para nuestra salvación, es siempre lo mejor que nos pueda ocurrir, escapar de él puede parecer lo más fácil, pero al final, el hacer a un lado el plan que Dios tiene, nunca llenará del todo. A veces parece que la misión encomendada por el Señor nos puede parecer «exagerada» o «muy difícil» de cumplir porque que solemos juzgar la realidad con ojos muy humanos, muy pequeños. Puesto que quien nos acompaña y conduce es Dios mismo, si nos dejamos conducir por él y permitimos que intervenga en nuestras vidas, podemos alcanzar grandes cosas. El libro de Jonás, es único en su género en toda la literatura profética de la Sagrada Escritura. Hoy la liturgia toma la primera lectura (Jonás 1) y lo que viene a ser el salmo responsorial (Jonás 2) para ilustrarnos sobre este tema de seguir el camino que el Señor va trazando para nosotros y nuestra salvación. Habiendo recibido la orden de dirigirse a predicar contra Nínive, Jonás huye pensando que la misión que Dios le encarga es «exagerada» temiendo que aquella ciudad pueda convertirse y ser perdonada por Dios. Se embarca en Jafa en dirección a Tarsis —es decir, en dirección opuesta—; pero Dios suscita una violenta tempestad que los marineros y los viajeros no consiguen aplacar más que arrojando a Jonás al mar; se lo traga un pez enorme, y después de tres días lo deposita en la playa. Entretanto, Jonás, en el vientre del pez, eleva a Dios un himno de alabanza. Al llegar a Nínive, predica que dentro de cuarenta días va a ser destruida la ciudad si no se convierte; pero por orden del rey toda la población se arrepiente, ayuna, se viste de saco; incluso las bestias se ven obligadas a ayunar. El Señor perdona a la ciudad, y Jonás se retira indignado. Y entonces Dios le enseña que es un Dios que ama incluso a los pueblos paganos, que delante de él son como niños «que no saben distinguir su derecha de su izquierda» (4,11). 

Todos tenemos una misión que cumplir en esta vida que es pasajera y nuestra vida, se va realizando entre esos proyectos que Dios tiene para nosotros y que a veces parecen así, «exagerados», tanto, que a veces nos parecen irrealizables. ¿Qué no fue grande y a primera vista «exagerado» lo que el Señor pidió a la Santísima Virgen María cuando el Ángel le anunció que sería la Madre de Dios? ¿Qué no parece «exagerado» que su Hijo, que es el Hijo de Dios naciera en un pesebre? ¿No parece «exagerado» que ella sea quien eche a andar el primer milagro de Cristo en las bodas de Caná? ¿No es «exagerado» que sea solo ella con unos cuantos —Juan, Magdalena y algunas otras mujeres— los que acompañan a Cristo al pie de la Cruz? Es que Dios no actúa con criterios humanos, él tiene la dimensión que le da su poder y su sabiduría, y sabe lo que hace, como nos deja en claro estas dos escenas de la vida de Jonás en la liturgia de la Palabra del día de hoy. En nuestras vidas, como en las vidas de Jonás y de María Santísima, lo que Dios nos pide en la misión encomendada, se va entretejiendo como se entretejen los misterios del Santo Rosario, y hoy, precisamente, la Iglesia celebra la fiesta e Nuestra Señora del Rosario, esta hermosa oración en donde los misterios de la vida de Cristo y de su Madre Santísima, se van entretejiendo. El Rosario —dicen algunos comentando esta hermosa y sencilla oración— es como un río de rosas en donde los pétalos son cuentas y las cuentas oración. 

El origen de la oración del Rosario, con exactitud, no se sabe. Hay una vieja leyenda cuenta que un hermano lego, de los Dominicos, no sabía leer ni escribir, por lo que no podía leer los Salmos, que ya se rezaban en los conventos de la época. Entonces, cuando terminaba sus labores por la noche, se iba a la capilla y se hincaba frente a la imagen de la Virgen María para recitar 150 avemarías —el número de los salmos—, luego se iba a dormir. Por la mañana, de madrugada, se levantaba antes que todos sus hermanos y se dirigía a la capilla para repetir su costumbre de saludar así la Virgen. Dicen que cuando él llegaba a la capilla para celebrar las oraciones de la mañana había un exquisito olor a rosas. Una mañana les extrañó que el hermano, que tenía días y días enfermo, se había levantado más temprano que todos, pero no lo hallaban por ninguna parte. Al fin, se reunieron en la capilla y quedaron asombrados, pues el Hermano lego estaba arrodillado frente a la imagen de la Virgen, recitando sus avemarías y a cada una que dirigía a la Señora, una rosa aparecía en los floreros. Así al terminar sus 150 avemarías, cayó muerto a los pies de la Virgen... ¿Parece esto algo «exagerado»? Así es Dios. Con el correr de los años, Santo Domingo de Guzmán —se dice que por revelación de la Santísima Virgen— dividió las 150 avemarías en tres grupos de 50 y los asoció a la meditación de la Biblia: los Misterios Gozosos, los Misterios Dolorosos y los Misterios Gloriosos, a los cuales San Juan Pablo II añadió los Misterios Luminosos. ¡Bendecido lunes, día de Nuestra Señora del Rosario! 

Padre Alfredo.

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