viernes, 25 de octubre de 2019

«La Ley de Dios y los signos de los tiempos»... Un pequeño pensamiento para hoy


El salmo 118 [119] es el más largo de la Biblia, y, por lo tanto, también el capítulo más extenso de la misma. Tiene 176 versículos y cada versículo (con la posible excepción de 2 versículos) constituye una alabanza a la Palabra de Dios. Fue escrito de una manera muy cuidada en la forma de acróstico, pero un acróstico un poco diferente de los demás salmos que utilizan este estilo, pues, en lugar de tener un versículo que comienza con cada letra del alfabeto hebreo, una de ellas, distribuyendo así, sus 176 versículos que mucho han influido en hombre y mujeres de bien. El famoso escritor, crítico de arte, sociólogo, artista y reformador social británico John Ruskin (8 de febrero de 1819—20 de enero de 1900) que influyó notablemente en personajes como Mahatma Gandhi, escribió: «Es extraño que de todas las porciones de la Biblia que me enseñó mi madre, la que me resultó más difícil de aprender y la que rechazaba mi mente, el Salmo 119, ha llegado a ser la más hermosa, en su pasión desbordante y gloriosa del amor por la ley de Dios». Hoy el salmo responsorial nos ofrece los versículos 66,68,76,77,93 y 94 de este salmo. Este maravilloso salmo, dado a su gran longitud, nos ayuda a maravillarnos en la inmensidad de la Escritura y a ver detalladamente cómo «la Ley» es la voluntad de Dios que se revela para ordenar la vida religiosa del creyente, su convivencia con Dios y con el prójimo: por eso es amable y perfecta e inagotable. El salmista está continuamente hablando a Dios en segunda persona, porque la ley no es un orden objetivo impersonal, sino una realidad muy personal. La ley es parte de la alianza y parte de la revelación divina; es voluntad de Dios hecha palabra para enseñar y guiar al hombre. Dios nos hizo, Él sabe exactamente lo que nosotros necesitamos. Y una de nuestras necesidades básicas es su Palabra que es la Ley en que tenemos que vivir, y de eso nos está hablando aquí el salmista. 

Nuestro Señor Jesucristo, nos dice en el Evangelio: No viene a abolir la ley. Viene a darle plenitud, viene a darle su verdadero sentido, su madurez (Mt 5,17). La ley del Sinaí, que está contenida en todo el Antiguo Testamento, es para Él sagrada, es el alimento de su vida. Pero Él le quita todo la inhumano y todo lo que no es de Dios en ella. Rescata todo la positivo y puro y le da un nuevo espíritu con el cual podemos nosotros orar este y otros salmos. Y en eso consiste su radicalismo, porque cambiar «el espíritu» con que se vive una ley no es solamente cambiar una ley por otra, sino darle cumplimiento. ¡Cuánta necesidad tenemos de vivir en la Ley del Señor que se encuentra expresada especialmente en los diez mandamientos! Éstos no son más que una derivación del amor en su doble vertiente: a Dios y al prójimo. Si amamos a Dios, a Cristo, guardaremos sus mandamientos y cumpliremos entonces la Ley. Así llevaremos con honra el calificativo de discípulos–misioneros que Cristo nos da. Viéndolo así, es el amor y cercanía de Dios al hombre lo que oramos con este salmo, porque no podemos olvidar que el hombre, por consecuencia de la mancha que ha dejado el pecado original, es un ser dividido, que aspira al bien y que hace el mal y que, entonces, ha de estar recurriendo contantemente a meditar en la Ley del Señor para enderezar su corazón y amar a Dios y al prójimo ayudado por los signos de los tiempos, es decir, atendiendo al mundo en el que vivimos con sus esperanzas y aspiraciones, escuchando a través de los acontecimientos la voz de Dios que nos señala el camino a seguir para vivir bajo su Ley. 

En el Evangelio de hoy (Lc 12,54-59) Jesús reprocha a sus conciudadanos no saber interpretar los «signos de los tiempos», cuando son perfectamente capaces de interpretar los signos metereológicos. El Concilio Vaticano II dice: «Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y futura... Es necesario, por ello, conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el rasgo dramático que con frecuencia le caracteriza (G.S. 4). Es preciso, según la invitación de Jesús en el Evangelio de hoy, darnos cuenta del momento en que nos encontramos y con los pies en la tierra y la mirada en el cielo, sepamos interpretar los signos de los tiempos para poder cumplir con fidelidad la Ley del Señor, es decir sus mandamientos, esos que se resumen en amar a Dios y al prójimo. Qué María Santísima, que cumplió con impresionante fidelidad la Ley, atenta siempre a la Palabra de Dios nos ayude. ¡Bendecido viernes! 

Padre Alfredo.

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