lunes, 21 de octubre de 2019

«EL BENEDICTUS»... Un pequeño pensamiento para hoy

Formulado en el capítulo 1 del Evangelio de san Lucas (Lc 1,68-79), el “Benedictus», es uno de los tres grandes cánticos de los capítulos iniciales que este evangelista nos presenta, siendo los otros dos el «Magníficat» (Lc 1,46-55) y el «Nunc dimittis» o Cántico de Simeón (Lc 2,29-32). El Benedictus, que en este día es propuesto por la liturgia de la palabra como salmo responsorial, fue el canto de acción de gracias pronunciado por Zacarías con ocasión del nacimiento de su hijo Juan el Bautista. Es en su composición, un canto judío —por la forma—, pero todo un canto cristiano por el sentimiento. Esta hermosa composición está dividida de forma natural en dos partes. La primera (versículos 68-75) es un canto de acción de gracias por la realización de las esperanzas mesiánicas ya con un tono característicamente cristiano a tal realización. La liberación estaba ahora a punto, y fue señalada por Zacarías como el cumplimiento del juramento de Dios a Abraham; pero el cumplimiento se describe como una liberación no por amor al poder mundano, sino para que «pudiéramos servirlo sin temor, con santidad y justicia, todos los días de nuestra vida». La segunda parte del cántico (versículos 76-79), que hoy no aparece en el salmo responsorial, es un discurso de Zacarías a su propio hijo, que tendrá una parte tan importante en el plan de la Redención; pues será un profeta, y predicará la remisión de los pecados antes de la venida del Oriente, o la Luz, de lo alto. 

Todo completo, este cántico encuentra un espacio muy propicio en la oración de Laudes en la Liturgia de las Horas todas las mañanas. Hoy, como digo, la primera parte del cántico, aparece como salmo responsorial. Este cántico tiene como tema central la misericordia de Dios y su fidelidad a su alianza. La primera parte del cántico, que hoy recitamos en la liturgia de la Palabra de la Misa, ensalza las grandes obras redentoras de Dios, que alcanzan su punto culminante en la misión del Mesías. Zacarías queda lleno de Espíritu Santo, como antes Isabel (Lc 1,41), en el momento de desatarse su lengua, y pronuncia su cántico en aquel estado de inspiración profética (Lc 1,67). El himno comienza con las alabanzas usuales dirigidas a Dios en muchos salmos del Antiguo Testamento y oraciones posteriores judías. La actuación de la misericordia, —o sea de la bondad y la indulgencia divinas— constituye el contenido único de esta primera mitad del himno; la glorificación de Dios por la oración de los hombres puede consistir solamente en la sonora proclamación agradecida de sus obras. Los pensamientos se mantienen dentro del horizonte de la elección de Israel por parte de Dios como pueblo suyo y se expresan agradeciendo el hecho de que Dios ha visitado misericordioso a su pueblo (cf. vv. 71 y 74), y lo ha redimido. La visita de Dios consiste en la misión del Mesías, que viene a salvar a los hombres, todos e integralmente. y a encender en el mundo el fuego del amor, el que resolverá, evitándolos, todos los litigios entre los hermanos (cf. 1 Co 6. 1-11).

Zacarías, con este precioso cántico, nos ayuda a comprender con más claridad que Cristo es nuestra única esperanza. (1Tim 1,1). Nada más puede llenar nuestro corazón, y junto a Él encontraremos todos los bienes prometidos, que no tienen fin. Incluso los medios materiales que nos rodean y de los que nos servimos pueden ser objeto de la virtud de la esperanza en la medida que aprovechen para alcanzar el fin humano y sobrenatural del hombre. Nada ni nadie más que Cristo puede llenar nuestro corazón, es junto a Él que encontramos todos los bienes prometidos y la razón de vivir en este mundo hasta que nos llame, pero, como nos deja ver en la parábola del Evangelio de este día (Lc 12,13-21), no debemos convertir esos medios en fines. Un corazón que ama desordenadamente las cosas de la tierra estará como sujeto por una cadena que lo llevará hasta pelear, con el propio hermano, por causa de esos bienes. El cántico de Zacarías y la parábola de Jesús, nos ayudan hoy a agradecer la infinita misericordia de nuestro Dios y a darnos cuenta de que la medida de la riqueza espiritual no la da el tener más o menos dinero ni mucho menos el acaparar, sino el tener más o menos amor a Dios y a los demás. Nuestra Señora, esperanza nuestra nos ayudará a poner el corazón en su Hijo y los bienes que él nos trae y que son los que perduran para que seamos un signo creíble del amor de Dios para todos. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

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