Hoy es día de los ángeles custodios. Sabemos que los ángeles son seres que han sido creados por Dios para su gloria. Es decir, como todo, en la creación: «para alabar, hacer reverencia y servir» al Creador. Los ángeles cumplen esta finalidad siendo la corona gloriosa del Señor, como le vieron tantos artistas, capitaneados por Luca della Robbia, el escultor florentino (1400-1482) autor del grupo más delicioso de los ángeles cantores que engalanan la Catedral de Florencia que muchos hemos visto en ese fastuoso templo. Pero, ¿por qué estos seres son nuestros custodios? Precisamente porque todo su anhelo es alabar, hacer reverencia y servir a Dios Nuestro Señor, cumplen las criaturas angélicas con este oficio de mensajeros de Dios cerca de nosotros, y de custodios de nuestra pobre vida, destinada, como la suya, «para alabar, hacer reverencia y servir» al Creador. Los ángeles quieren que estemos a su lado en la corte celestial, que conservemos y aumentemos la gracia que nos da derecho a cantar en sus coros para a repetir, por toda la eternidad, la melodía inefable de los que son gloriosos porque supieron buscar la gloria de Dios. En el libro del Éxodo (Ex 23,20-21), hay una frase que dice: «Yo voy a enviar un Ángel delante de ti, para que te proteja en el camino y te conduzca hasta el lugar que te he preparado. Respétalo y escucha su voz». De igual manera en el Nuevo Testamento, Jesús, como afirma el Evangelio de hoy (Mt 18,1-5.10) nuestros ángeles de la guarda, en el cielo, ven continuamente el rostro del Padre, que está en el cielo.
El autor del salmo responsorial que la liturgia del día de hoy nos ofrece (Sal 136 [137]) nos habla de una realidad muy común en el hombre y nada habitual en los ángeles. Al pueblo de Israel, por las duras situaciones que atraviesa en el cautiverio, no le sale el cantar: «Aquellos que cautivos nos tenían pidieron que cantáramos. Decían los opresores: “Algún cantar de Sión, alegres, cántennos”. Pero, ¿cómo podríamos cantar un himno al Señor en tierra extraña?». Al igual que aquellas gentes, a veces nosotros nos dejamos llevar por la tristeza de tantas cosas que nos oprimen y se nos olvida que, aún en medio del dolor, de la soledad, de la angustia, debemos cantar «para alabar, hacer reverencia y servir» a nuestro Dios. A veces la vida nos da golpes inesperados y nos confronta con el sufrimiento y el dolor. El salmista recuerda que, junto con su pueblo, atravesó por uno de esos momentos morando en las tierras del opresor babilónico, y, por eso, su lengua enmudeció en espera de poder reanudar las alabanzas de Yahvé en la tierra sagrada de sus antepasados. Nuestros ángeles custodios tienen un amor infinito por cada uno de nosotros. A ellos se les ha encomendado la tarea de ayudarnos en nuestros procesos de vida, y esta tarea la cumplen fervientemente especialmente cuando por alguna razón estamos sumergidos en la noche del dolor para alentarnos y ayudarnos a ver que, aún viviendo las situaciones más duras, más adversas, más incomprensibles, estamos llamados a dar gloria y alabanza al Señor con el canto de nuestras vidas.
Es una pena que, en los últimos años de estas dos últimas décadas que vivimos, en un mundo donde prolifera todo tipo de información, se pueden encontrar muchos contenidos de la llamada «Nueva Era» (New Age), que distorcionan la tarea y la veneración a los ángeles y los presenta como energía, de una forma mágica y supersticiosa, confundiendo a las personas con ritos paganos donde se usan velas, cuarzos, cadenas y no se cuántas cosas más. Nuestra relación con el ángel de la guarda es un encuentro sencillo con él. San Juan Pablo II decía que a lo largo del día él le pedía la luz a su ángel custodio con una manera sencilla, con una oración espontánea que salga del corazón. La Iglesia Católica no inventó los ángeles guardianes para ayudar a que los niños pequeños se sientan seguros en la noche. Los ángeles guardianes son reales y nos custodian a todos. «La existencia de los seres espirituales, no corporales, que la Sagrada Escritura llama habitualmente “ángeles” es una verdad de fe. El testimonio de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición» (Catecismo de la Iglesia Católica 328). Hay innumerables ejemplos de ángeles en toda la Escritura. Ellos cuidaron a todos, hasta a Jesús mismo, por eso no dudemos en pedir a nuestro ángel custodio que nos ayude a hacer de nuestra vida un canto de alabanza a nuestro Dios. Que María Santísima, Nuestra Señora Reina de los Ángeles, cuide de que estemos atentos a escuchar y dejarnos guiar por nuestros ángeles custodios para defendernos y rechazar lejos al demonio, nuestro mortal enemigo, ese ángel malvado, caído y traicionero que especialmente, en los momentos de dolor, de tristeza y angustia, busca apartarnos de Dios. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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