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Este mes misionero lo iniciamos celebrando, cada año, a la célebre Doctora de la Iglesia y Patrona de las Misiones Santa Teresita del Niño Jesús y una frase del salmo responsorial de hoy (Sal 86 [87]) me hace imaginarme el gozo con la que esta extraordinaria e impresionante santa lo rezaría tantas veces desde el interior de su corazón, misionero por excelencia. El salmista canta: «El Señor registrará en el libro de la vida a cada pueblo, convertido en ciudadano tuyo; y todos los pueblos te cantarán, bailando: “Tú eres la fuente de nuestra salvación”». Cuántas de las hermosas frases de este salmo iluminarían el corazón de Santa Teresita en el que no hay fronteras, no hay aduanas, no hay límites. En esta misma línea del salmo 86, también el concilio Vaticano II, mas cercano a nosotros en el tiempo que la «Maximum Illud» y Santa Teresita, ve la tarea de la Iglesia universal —es decir católica— que quiere tener lugar para todos y llevarlos a la gloria eterna. Esa Iglesia «llegará gloriosamente a su plenitud al final de los siglos» (Lumen gentium, 2). En el Evangelio de hoy (Lc. 9,51-56), Jesús nos dejará muy en claro que él no ha venido para condenar al mundo, sino para salvarlo; «pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.» Y para hacer eso una realidad, porque nos ama y para Él valemos más de lo que nos imaginamos, lo contemplamos hoy iniciando su camino hacia Jerusalén, desde donde, después de padecer por nosotros, será elevado y glorificado junto a su Padre Dios. Mediante la obra de salvación realizada por el Señor, cumplirá las promesas hechas por el Padre que nos lo envía y desde ahí, llegará la salvación al mundo entero.
Quienes hemos sido hechos depositarios de la salvación de Dios para proclamar la Buena Nueva a todas las naciones, y llevar la Luz y la salvación que Dios ofrece a todos los hombres, no podemos excluir a nadie de esa oferta que Dios nos ha confiado. No importa si alguien nos rechaza o se mantiene indiferente ante el mensaje de salvación; somos misioneros desde nuestro bautismo y el Señor nos pide orar por los que nos persiguen y maldicen, no nos indica que hagamos bajar fuego contra ellos para hacerlos desaparecer. Somos portadores de la Buena Nueva que viene de Dios, y no de la muerte ni del egoísmo que proceden del Maligno y ofuscan la mente de los hombres para quitarles la paz y destruir entre ellos el amor fraterno. Con la misma premura con la que María se encaminó presurosa a llevar la Buena Nueva a su parienta Isabel, nos encaminamos en este octubre especial para llevar el Evangelio de manera integral a un mundo que tanto lo necesita, utilizando para ello todos los medios a nuestro alcance. A ella le bastó una insinuación del ángel Gabriel, y ella se puso en camino hacia el hogar de su prima. Nosotros... ¿qué estamos esperando para llevar a Cristo y que, como anhelaba la beata María Inés Teresa: «Todos le conozcan y le amen»? ¡Bendecido martes, inicio del mes misionero extraordinario!
Padre Alfredo.
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