Dios no abandona, él jamás se olvida de nosotros. Por muy difícil que se nos presente la vida, el Señor siempre permanece a nuestro lado, él es nuestra fortaleza y nuestro defensor. Él es nuestro padre, hermano y amigo que nos ama siempre. Por eso hemos de tener confianza en el amor de Dios hacia nosotros. Entonces nos alegraremos por su salvación y le cantaremos himnos de alabanza. Aun cuando a veces nos dieran ganas de levantarnos en contra de Dios, a causa de las complicaciones de la vida, el autor del salmo 12 [13] como tantos otros pasajes bíblicos, nos invita a confiar en él y a poner lo que esté de nuestra parte para caminar conforme a la luz del Señor, esforzándonos, junto con la gracia de Dios, para que nuestra vida alcance los bienes prometidos, sabiendo que el camino de perfección no puede estar libre de generosidad y de momentos de dolor que acepta aquel que camina tras las huellas del buen Dios. El salmista canta: «Yo confío en tu lealtad, mi corazón se alegra con tu salvación y cantaré al Señor por el bien que me ha hecho».
El Espíritu Santo pone en nuestra mente los modelos de oración de la Sagrada Escritura. Esta es una de las razones por la cual los salmos siguen siendo tan usados por la Iglesia. En cada Eucaristía, hay siempre un salmo, ya sea completo o en fragmentos que «siguen dando luz a nuestros ojos» (cf. v. 3). La trayectoria de la fe del salmista, que pasa por la prueba, la angustia y la duda, pero sigue confiando en que Dios le contestará, nos incita a poner nuestra confianza en el Señor aún en medio de nuestro diario quehacer, especialmente en los momentos en que la noche se hace muy oscura. La fe del salmista tiene su base, como debe ser, en la misericordia de Dios. Se basa en lo que Dios es, en sus promesas, y en que el mismo autor del salmo ha experimentado este amor de Dios. Ya que brota de nuevo esta confianza, se alegra su corazón, porque la verdadera alegría es ser portadores de la salvación de Dios y su obra en la vida, como un testimonio de su amor que llena el corazón.
En el Evangelio de hoy (Lc 13,22-30), alguien se acerca a Jesús y le pregunta: «Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?». Como a Jesús no le gusta contestar a esta clase de preguntas, aprovecha la ocasión para dar una lección: —«Esfuércense por entrar por la puerta, que es angosta». A la luz del salmo 12 [13] del que hoy la liturgia de la palabra nos presenta esta parte que he comentado, podemos preguntarnos ¿qué significa esto de la «puerta angosta»?, ¿por qué muchos no logran entrar por ella?, ¿acaso se trata de un paso reservado sólo a algunos elegidos? La respuesta a estas interrogantes es sencilla. Po esa puerta que es angosta entrarán los que confían en el Señor. Si también nosotros queremos pasar por la puerta estrecha, debemos esforzarnos por sabernos necesitados de Dios y confiar en su bondad, es decir, ser humildes de corazón como Jesús, como María, Madre suya y nuestra. Ella fue la primera que, siguiendo a su Hijo, confió en las promesas del Señor y fue elevada a la gloria del cielo. A ella la invocamos como «Puerta del cielo». Pidámosle a ella que, en nos guíe por el camino que conduce a la «puerta del cielo». ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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