La costumbre de darle a la gente un mote, alias, sobrenombre, apodo o diminutivo pertenece al legado de la humanidad y a todas las épocas históricas. Un sobrenombre nace, muchas veces, como un signo de cariño y de aceptación. El padre Carlitos Vázquez —amigo y formador de muchos años y hoy de feliz memoria—, nos decía en el Seminario que el llamar a alguien con un apodo o con un diminutivo de su nombre en una familia o en una comunidad, era un signo de confianza, de cercanía, de aceptación. Hoy quiero hablar de una hermana Misionera Clarisa que fue —puedo decirlo— internacionalmente conocida como «Pipis». Es la hermana María Guadalupe Uranga Licón que fue llamada a la Casa del Padre el 19 de noviembre de 2018 en la Casa del Tesoro, en Guadalajara (Zapopan), Jalisco, México.
La Hermana Pipis nació en Villa de Rosales, Distrito de Camargo, Chihuahua, México, el 10 de noviembre de 1928. Estudió una carrera comercial en la Academia Villa Matel, en Gómez Palacio, Durango e ingresó a la congregación de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento el 17 de agosto de 1955 en Cuernavaca, donde hizo su Postulantado. El 8 de abril del siguiente año, inició su noviciado y profesó sus votos temporales de castidad, pobreza y obediencia el 30 de marzo de 1958.
Por sus estudios en la carrera comercial y la facilidad que tenía para los números, durante los primeros años de vida religiosa ayudó en diferentes labores administrativas en las comunidades en donde la destinó la obediencia. Desde su ingreso hasta 1961 estuvo en la Casa Madre y el 8 de febrero de 1963 hizo su Profesión Perpetua. Tanto su profesión temporal como la perpetua, fueron presididas por la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento.
Entre otras empresas en su vida consagrada como misionera, colaboró en la Universidad Femenina de Puebla hasta 1969, cuando, junto con otra hermana viajó en barco desde el puerto de Veracruz hasta Italia, con la encomienda de trasladar el archivo de la Casa General a Roma, donde después de estar algún tiempo colaborando muy cerca con la beata María Inés Teresa, partió a Pamplona, España, para ayudar a disponer el Colegio Mayor Santa Clara que abriría sus puertas en octubre de 1970. Y es que la hermana Pipis era un alma sencilla, siempre servicial y disponible. Era una excelente chofer, así la recuerdo cuando nos llevaba al Vaticano al ensayo del coro. La historia cuenta que incluso, en algunas ocasiones llevó a la beata María Inés y a su fiel colaboradora, la Madre Teresa Botello en largos viajes por carretera.
Muy amante de su vocación, con un fuerte espíritu misionero, Pipis se distinguió siempre por ser generosa, sencilla, alegre y simpática. De mi propia experiencia puedo decir, por el tiempo que conviví con ella —sobre todo en Roma cuando yo era Novicio— que era simpatiquísima, con unas puntadas increíbles que sacaban la risa hasta del más mustio. Era, por así decir, incansable, trabajadora y responsable en sus encomiendas. Disfrutaba mucho la alegría de la convivencia fraterna.
Entre otras cosas, recuerdo que en aquellos tiempos de mi noviciado, todos los sábados íbamos a ayudar a la Casita (La Casa General de las Misioneras Clarisas en Roma) en el jardín, en el viñedo y en otras actividades. Cuando algo necesitábamos, como por ejemplo, un calvo especial algún tornillo, un cable parea reparar algo, un lazo para amarrar y no se cuánto más, bastaba pedirle a Pipis que abriera su cuartito, una bodeguita en medio del jardín en donde guardaba de todo y en perfecto orden sabía encontrar y darnos lo que necesitábamos. Siempre se preocupó por vivir el espíritu de pobreza, tanto en el desempeño de sus encomiendas, como en el cuidado de sus cosas personales. Era muy limpia, y le gustaba el orden.
En 1971 estuvo un corto período en Lunsar, Sierra Leona, África, y a partir de 1972 formó parte del personal en las diferentes de casas de Roma, colaborando como ecónoma local, así como en distintas labores de casa, oficina, y en la atención a los peregrinos en la casa de Garampi. En el año de 1979 fue nombrada ecónoma general, labor que desempeñó hasta 1982. El 23 de marzo de 1983 celebró su 25 aniversario de consagración religiosa en la comunidad de Castel Gandolfo, Italia,
Siempre cordial en su trato con las personas, su mismo temperamento y carácter la llevaban a entablar relaciones con mucha facilidad, tratando a las personas con sencillez y amabilidad, sin preocuparse mucho por la lengua que hablaran, siempre buscaba el modo de comunicarse con todos, se daba a entender con señas y después de que se inició el proceso de canonización de la beata María Inés, no desperdiciaba tiempo para darla a conocer.
En el año 2002, recibió su cambio a la Casa Madre, en Cuernavaca, donde había iniciado su caminar misionero muchos años atrás. Allí estuvo hasta el año 2006, cuando fue destinada a la Casa de Guadalajara en donde, el 13 de abril de 2008, celebró sus bodas de oro como Misionera Clarisa.
Ya enferma, en sus últimos años, se distinguió por su sonrisa y el buen sentido del humor que siempre conservó. Algunas de las hermanas que la atendieron en esta etapa de su vida, comentan que amaba mucho a la Santísima Virgen y que constantemente hablaba de Nuestra Madre Fundadora, repitiendo que nuestros sufrimientos no se comparaban con lo que ella había padecido; a las más jóvenes les hacía hincapié en el valor de la rectitud y la fidelidad a la Congregación.
El Señor tuvo a bien asociar a Pipis en sus últimos años de vida a su cruz mediante la enfermedad. En el mes de abril del 2018, la hermana Pipis fue hospitalizada en terapia intensiva por una neumonía bacteriana, y el 25 de septiembre de ese año tuvo una fuerte caída, resultando fractura de fémur, posteriormente se le fueron presentando otras complicaciones de salud que se fueron agravando con el paso de los días. La noche del 19 de Noviembre, después de las veintidós horas, las hermanas que la asistían percibieron en ella una paz muy particular, y momentos después, a las veintidós horas con treinta minutos, en este mismo clima de paz y serenidad, el divino Esposo la llamó a las nupcias eternas, debido a la neumonía bacteriana e insuficiencia respiratoria aguda que tenía. Con toda certeza podemos decir que esta excepcional misionera tuvo un amor entrañable a la Madre de Dios vestida de guadalupana, a ella le pedimos que la acoja entre sus maternales manos presentándola a su Hijo, el divino Esposo y al Eterno Padre, quienes esperamos, por su infinita misericordia, la tendrán con regocijo en su Santa Morada.
Seguramente el Señor ha hecho fructificar todos sus anhelos misioneros y esfuerzos ofrecidos durante su vida para su mayor gloria y salvación de las almas. Descanse en paz la hermana María Guadalupe Uranga Licón, nuestra querida Pipis.
Padre Alfredo.
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