sábado, 19 de octubre de 2019

«DE GENERACIÓN EN GENERACIÓN»... Un pequeño pensamiento para hoy


Cada día de este año litúrgico 2018–2019, he compartido, hasta hoy, mi meditación diaria basándome en el salmo responsorial de la Misa de cada día y lo hago a la hora de la mañana que puedo, a veces muy de madrugada y otras mucho más tarde, como hoy. Al estar ya en octubre, empiezo a pensar en que línea llevará mi oración de la mañana para el nuevo ciclo litúrgico y de que parte de la liturgia de la Palabra partirá. Por lo pronto aquí estoy de nuevo situado frente al autor del salmo 104 [105], un salmo de 45 versículos de los que el salmo responsorial de hoy toma unos cuantos y me deja centrado en el versículo 8 que dice: «Ni aunque transcurran mil generaciones, se olvidará el Señor de sus promesas» y me voy al tiempo en que este salmo se escribió. El salmo cubre el período histórico que va desde el llamado de Abraham hasta que el pueblo se establece en la tierra prometida. Todo el salmo procura alabar a Dios con gratitud por su trato con el pueblo. Dios escogió a Abraham y le prometió que sus descendientes vivirían en la tierra de Canaán —ahora llamada Israel— y que serían tan numerosos que no se podrían contar (Gen 17,6-8). 

Para los primeros oyentes, los salmos históricos, como éste, eran recordatorios verídicos de los hechos pasados de Dios por el bien de Israel. Estos cánticos históricos se escribieron con el propósito de que se trasmitieran lecciones importantes a las generaciones futuras. Alaban las muchas promesas que Dios hizo y cumplió con fidelidad, además hacían un recuento de la infidelidad del pueblo. Nosotros tampoco podemos leer esta historia antigua sin reflexionar en la fidelidad que Dios tuvo con este pueblo que, muchas veces, fue de cabeza dura y no atendió al amor y fidelidad del Señor que nunca les retiró. La historia de la relación de Israel con Dios, fue constantemente contaminada con el veneno de la ingratitud, y de la insatisfacción; y solamente eran «agradecidos» cuando recibían respuesta a sus deseos pasajeros. Pero cuando atravesaban tiempos de adversidad, muy pronto se olvidaban de las «maravillas» con las cuales habían sido bendecidos en el pasado, y volvían a rendirse a un espíritu de queja y murmuración en contra de Dios. Eso me recuerda a algunas de esas personas que, cuando tienen el enfermo muy grave o aquel problemón que les llega hasta el pescuezo, rezan y van a Misa y luego, cuando aquello se ha superado, se olvidan del Señor. Cuántas veces, en más de una ocasión, tal vez nosotros mismos hemos abierto las puertas de nuestra mente y corazón a los pecados de la ingratitud y de la insatisfacción; pero gracias al autor del Salmo 105 podemos recordar esta mañana que existe el camino de la fidelidad y perseverancia que nos lleva a la gratitud al Señor que nunca nos deja. 

Atravesamos tiempos difíciles, una época en la que poco se agradece el don recibido, una época que se engolfa muchas veces en placeres pasajeros que en nada hacen referencia a la perseverancia en proyectos de toda clase, una época en la que parece que no se quiere hacer memoria ni de Dios ni de nada. Es entonces un tiempo espinoso en que en la vida pública se reivindica la laicidad, obligando a los creyentes a manifestar su fe y su gratitud en el Señor únicamente en el ámbito privado. Cuando un cristiano, un presbítero, un obispo, el Papa mismo..., dice alguna cosa públicamente, aunque sea llena de sentido común, molesta, únicamente porque viene de quien viene, como si nosotros no tuviésemos derecho —¡como todo el mundo!— a decir lo que pensamos. Por más que les incomode, no podemos dejar de anunciar el Evangelio y recordarle a la humanidad que Dios está vivo y que «nunca olvida sus promesas». En todo caso y en todo momento habrá que seguir hablando de las promesas del Señor que cruzan de generación en generación seguros de que, como dice el Evangelio de hoy, «el Espíritu Santo les enseñará en aquel momento lo que convenga decir» (Lc 12,8-12). Al respecto, san Cirilo de Jerusalén lo remataba afirmando que «el Espíritu Santo, que habita en los que están bien dispuestos, les inspira como doctor aquello que han de decir». El Señor quiere prevenirnos contra la apostasía, pues la voluntad del Padre Dios es que creamos en Aquel que Él nos ha enviado y que, de generación en generación está siempre dispuesto a perdonarnos si volvemos a Él con un corazón sincero y arrepentido y le dejamos actuar como María, como los santos, como tanta gente buena que aún en medio de este mundo que parece hacer a un lado la acción del Espíritu Santo, se dan cuenta de que «el Señor es nuestro Dios y gobiernan la tierra sus decretos». ¡Bendecido sábado! 

Padre Alfredo.

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