lunes, 28 de octubre de 2019

«Nuestra tarea en medio de la creación»... Un pequeño pensamiento para hoy


Los primeros cinco versículos del salmo 18 [19] constituyen hoy el salmo responsorial que, en la fiesta de los apóstoles Simón y Judas Tadeo nos ofrece la Liturgia de la Palabra de la Misa. El tema central de este salmo es la revelación maravillosa que Dios ha entregado al género humano; no solamente al pueblo de Israel sino a todas las naciones. Es interesante ver cómo, en el idioma original en el que fue escrito, que es el hebreo, el nombre que se utiliza en esta primera parte para nombrar a Dios es «Elohim», que es el nombre universal de Dios con el que se le reconoce nos solamente como Dios de los hebreos, sino de toda la creación, siendo este el nombre que se utiliza cuando se habla, por ejemplo, en el capítulo 1 del Génesis para hablar de la creación del mundo. Dios es el creador todopoderoso del universo. Dios conoce todo, crea todas las cosas y está en todas partes en todo momento. Suena muy interesante el hecho de que «Elohim» es una palabra que en hebreo es plural, tiene la terminación hebrea para todos los nombres masculinos en plural. Sin embargo, aunque este nombre está en plural va acompañado de pronombres, verbos y adjetivos en singular, por ejemplo: «Entonces dijo (singular) «Elohim» (plural): Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza. . .» (Gn 1,26). De esta manera, aunque la palabra «Trinidad» no aparece en la Biblia desde el Génesis 1,1 podemos ver alusiones, cuando se utiliza este nombre de Dios, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo como un único Dios en tres personas (Gn 1,26; 3,22; 11,7; Is 6,8). 

El teólogo protestante Karl Barth (1886-1968), uno de los de mayor renombre del siglo XX, quien después del Concilio Vaticano II aparece más católico que muchos al quedar impresionado por el papel que la Iglesia da a la Sagrada Escritura en la Dei Verbum, escribe sobre este salmo diciendo que «Dios ha dado tal lenguaje a su creación que, al hablar de sí misma, no puede dejar de hablar de él, de Dios». Quizá esto es algo que, a nosotros los hombre y mujeres de esta época, nos falta profundizar. Toda la creación es palabra, es voz de alabanza y de gloria para el que la ha creado. Pero bien pronto nos olvidamos del pensamiento de amor que nos ha llamado a la existencia, y vamos diciendo continuamente palabras y haciendo cosas que ya no son adecuadas para difundir un mensaje de belleza y esperanza, porque están encerradas en un horizonte complicado y estrecho. Nuestras conversaciones son muchas veces sonidos vacíos que no remiten a otro, mientras que toda criatura grita tácitamente la alabanza de aquel que la ha pensado, que la ha creado, que la ha amado. 

Darse cuenta del valor de la creación y sabernos nosotros mismos creación de Dios para amarle y hacerle amar del mundo entero, debe marcar nuestra condición de discípulos–misioneros que, como Simón y Judas Tadeo somos llamados y enviados. No tuvimos la suerte de San Judas y San Simón, de haber nacido en tiempos de Jesús y de haber sido de esos primeros llamados de los que el Evangelio del día de hoy nos habla (Lc 6,12-19). Sin embargo, a nosotros también nos ha llamado y nos envía. Estos dos santos y cada uno de nosotros, somos obra de la creación de Dios, que decidió que la culminación de esa obra creadora fuera hacernos a todos hijos en y con Cristo, y que todos —redimidos— pudiéramos volver a mirarle a Él como a Padre, como «Elohim», como Dios creador, Trinidad Santa que, a la luz de la Resurrección de Jesús, y de Pentecostés, nos ha invitado, como a Simón y Judas Tadeo a comunicar la Buena Nueva. Pensando en estos dos apóstoles de los que con documentación histórica sabemos muy poco y en la obra maravillosa de la creación de la cual somos parte fundamental, pienso en aquella pequeña parte de la humanidad que a través de ellos y del salmista, recibió inicialmente la buena noticia del Señor y que ahora, por ellos, por los Apóstoles y por nuestra condición de discípulos—misioneros, son muchos más los que conocen y aman a Dios y no me cabe duda de que, el testimonio de vida es sumamente importante aunque algunos sean tan famosos como san Judas Tadeo o tan desconocidos como san Simón. Que la Virgen nos ayude a que, en medio de la creación, ocupemos el lugar que nos toca para colaborar a que todos conozcan y amen al Señor. ¡Bendecido lunes! 

Padre Alfredo.

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