Nuestro Dios, es un Dios de bondad, de misericordia, de compasión, un Dios —el único Dios— que ha iluminado el camino del creyente a través de su Ley, que es una expresión de su gracia. La Ley, de la que nos habla hoy el salmista (Sal 18 [19]) es el plan de Dios para que su pueblo santificado goce de una comunión plena e intensa con él. Es por esta razón que no solo este salmo, sino otros más, están llenos de declaraciones de deleite en referencia a los mandamientos de Dios. El Papa Francisco, tocando este tema de la Ley afirma: «Aquí está el valor de referir a la memoria la ley: no la ley fría, la que simplemente parece jurídica. Más bien, la ley del amor, la ley que el Señor ha insertado en nuestros corazones. En este sentido, hay que preguntarse si soy fiel a la ley, recuerdo la ley, ¿repito la ley? Porque a veces los cristianos, incluso los consagrados, tenemos dificultades para repetir los mandamientos: “Sí, sí, los recuerdo”, pero luego, en un momento dado, me equivoco, no recuerdo. Por lo tanto, memoria de la ley, la ley del amor, pero que es concreta.» (Homilía del 7 de junio de 2018, en Santa Marta). Qué importante es conocer y meditar la Ley el Señor para convertirnos en sabios en esta materia y llegar a vivir con pureza de intención y rectitud de corazón. Esta Ley nos ayuda a manifestar, con obras, la salvación que Dios nos ha concedido, amando a Dios sobre todas las cosas y amando a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
Nathan André Chouraqui (Argelia 1917-Jerusalén 2007) el acreditado abogado, pensador, escritor y político franco-israelí famoso por su traducción de la Biblia al francés, al comentar este salmo y hablar de la ley dice algo muy sencillo y muy cierto: «Así como el mundo sólo se ilumina y vive mediante el sol, el hombre se desarrolla y alcanza la plenitud de su vida mediante la "ley", que es "vida de Dios", "pensamiento de Dios", "querer de Dios" entre los hombres». Seguramente Jesús cantó este salmo con mucho fervor. El Evangelio está lleno de referencias a la «voluntad del Padre»: «mi alimento, es hacer su voluntad» nos deja dicho en Juan 4,34. Pero este amor a la Ley de Dios, la sociedad actual no lo entiende, porque, el mundo en el que vivimos, fascinado por el materialismo y el consumismo desmedido, ha llegado al punto de no aceptar la Ley y no solamente esa Ley de Dios sino ninguna ley. ¡Cómo hace falta que los discípulos–misioneros releamos a la luz del pensamiento de Jesús el elogio que este salmo hace a la Ley! El cumplimiento de esta Ley nos libra del apego a todo material lo que parece llenar las aspiraciones del hombre actual. Jesús nos lo dice hoy en el Evangelio: «Pónganse en camino... no lleven ni dinero, ni morral, ni sandalias... (Lc 10,1-12).
La única fuerza del discípulo–misionero y su único sostén ha de ser Cristo. Y para que Él llene toda la vida, es necesario que todo bautizado se vacíe totalmente de aquello que no es Cristo. La pobreza evangélica, el no apegarse a las trampas de este mundo es el gran requisito y, a la vez, el testimonio más creíble que el discípulo–misionero puede dar, aparte de que sólo este desprendimiento nos puede hacer libres para anunciar la paz a este mundo tan herido. «Cada bautizado es un misionero», decía San Juan Pablo II, y cada uno de los bautizados debemos ser un portador de paz porque llevamos en nuestro andar a Cristo, el «Príncipe de la Paz». Por esto, dice el mismo Cristo: «Cuando entren en una casa, digan: “Que la paz reine en esta casa”. Y si allí hay gente amante de la paz, el deseo de paz de ustedes se cumplirá; si no, no se cumplirá». (Lc 10,5-6). Nuestro mundo, nuestras familias, nuestro yo personal, tienen necesidad de entender la Ley del Señor. Nuestra misión es urgente y apasionante y más en este Mes Extraordinario de Misión que nos ha fijado el Papa para este mes. Roguémosle al Señor, por intercesión de la Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de vivir nuestra fe como un verdadero compromiso con la Ley, como un compromiso de amor que nos lleve a dar testimonio de esta Ley en el mundo, para que podamos ayudar a muchos a caminar hacia la perfección en Cristo, encontrándonos y gozando de Él eternamente. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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