Los versículos del salmo 33 [34] que el salmo responsorial de este domingo nos regala para meditar (vv 2-3.17-18.19 y 23) nos ayuda a ver hasta qué punto Jesús estaba impregnado del modo de orar de su pueblo, de sus padres y seguramente de sus abuelos. Si vemos detalladamente el salmo responsorial de hoy, podemos descubrir el gran parecido con el «Magnificat» que María reza ante su parienta Isabel (Lc 1,46-55). Por eso la acción de gracias, la alabanza, era el clima dominante del alma de Jesús. El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que Cristo aprendió a orar conforme a su corazón de hombre asimilando de su madre las fórmulas de oración; de ella, que conservaba todas las «maravillas» del Todopoderoso y las meditaba en su corazón (cf. Lc 1,49; 2,19; 2,51). Él aprendió en las palabras y en los ritmos de la oración de su pueblo, en la sinagoga y en el Templo. (cf. CEC 2599). Sabemos también —nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica en este mismo número— que la oración de Jesús, de una manera especial, brota de una fuente secreta distinta, como lo deja presentir a la edad de los doce años: «Yo debo estar en las cosas de mi Padre» (Lc 2, 49).
Por eso en el Evangelio, una de las oraciones que Jesús hace es de la misma tonalidad que este salmo y va dirigida al Padre Celestial con gran confianza: «Padre, te doy gracias porque revelaste estas cosas a los pobres y humildes y las ocultaste a los sabios y prudentes» (Lc 10,21). Jesús, aprende entonces de su madre María y de su Padre Dios a orar. Dios se complace en quienes oran así. Sus oídos están siempre atentos a las peticiones y a las súplicas de quienes oran como Jesús y como María, como el salmista, almas sencillas que hablan con Dios en un clima de sencillez y de confianza sabiendo que cuando uno clama a Dios, Él lo escucha y lo atiende. El salmista insiste en la confianza, en la idea de la pronta intervención de Dios. La sencillez de este salmo, desde esta perspectiva de la oración de Jesús y de María me hace ir en espíritu a la Misa con niños que cada domingo celebramos a las 10 de la mañana en la parroquia de la Coronación de la Virgen del Roble en donde ahora ejerzo mi ministerio sacerdotal. Todos somos testigos de que en la actualidad, muchos de nuestros jóvenes están siendo blanco del enemigo por un constante ataque que muchas veces no termina bien, pues muchos caen en las drogas, la rebeldía y sucesos penosos que marcan sus vidas para siempre. Es por eso que resulta tan importante enseñar a los pequeños a tener una verdadera relación con Dios, una amistad real y genuina que les de bases solidas para crecer con principios de amor, misericordia y verdad en el corazón, una labor que no será completa si falta la participación en la Eucaristía dominical, en donde oran aprendiendo de sus papás y de nuestro Padre Dios.
Los niños que aprenden a orar desde pequeños orarán siempre, no como el fariseo autosuficiente, sino como el publicano que, en el Evangelio de hoy (Lc 18,9-14) ora desde su pequeñez y desde su condición de pecador necesitado de la misericordia del Padre. En la participación en la Misa dominical, los pequeños aprenden sencillamente a abrirse al Dios que van descubriendo y experimentando como Alguien maravillosamente grande que se hace pequeño, cercano, amigo. Este es el Dios del Magníficat de María, donde aparece el mismo vocabulario del versículo 14 del Evangelio de hoy. La Eucaristía dominical es el mejor momento para que los niños aprendan a orar, el mejor momento para sentir su dependencia ante el regalo del Padre en su Hijo amado, pan de vida y bebida de salvación. También para nosotros, que ya llevamos camino recorrido en nuestra manera de vivir la fe, la Eucaristía es el mejor momento para orar como el publicano, el mejor momento para sentir nuestra pobreza ante el gran don del Padre. Que salgamos todos del templo, al final de la Eucaristía, pequeños y grandes, justificados por la misericordia y la bondad del corazón de Dios bajo la mirada amorosa de María, Maestra de oración. ¡Bendecido domingo y no dejen de llevar a sus hijos, nietos y bisnietos a la Santa Misa!
Padre Alfredo.
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