jueves, 31 de octubre de 2019

«SANTOS COMO EL PADRE CELESTIAL ES SANTO»...

«Familia Inesiana en Santa Ana California, U.S.A.»... Conociendo la Familia Inesiana XXXVII

«Holywins, la víspera de todos los santos»... Un pequeño pensamiento para hoy


El salmo 108 [109] es un salmo largo, tiene 31 versículos de los cuales la liturgia de la palabra de hoy toma unos cuantos (21-22.26-27.30-31) que se centran en la bondad de Dios y en la gratitud del hombre. ¡Cuánto hay que agradecer la bondad de Dios y cuánto tenemos que ser agradecidos! Dios nos ama, es bueno con nosotros y esa bondad se manifiesta de muchas maneras y en situaciones muy diversas; de esa bondad no podemos dudar, pero, qué pasa con la gratitud del hombre hacia Dios. ¡Ha sido tan fácil para muchos el dejar de ser agradecidos! Es que para ser agradecidos se necesita reconocer nuestra condición de pobres, de necesitados, de reconocernos limitados. Eso han hecho los santos, todos se sintieron así, pobres, necesitados, limitados y por eso abrieron sus almas y sus corazones a Dios de cuya bondad todo esperaron y ante quien siempre mostraron gratitud, pero cómo contrasta esa visión con el mundo que nos rodea y que nos presenta como ideal al hombre autosuficiente que no necesita de nada ni de nadie. Hoy es 31 de octubre, en la tarde celebraremos ya la víspera de la solemnidad de Todos los Santos. Por ello la noche del 31 de octubre, en el inglés antiguo, era llamada «All hallow’s eve» (víspera de todos los santos). De allí viene la palabra que se abrevió a «Halloween». ¡Cómo recuerdo aquellos 31 de octubre cuando era niño! La celebración de esta noche en una sociedad tan cristiana, tan católica, tan llena de Dios en nuestro Monterrey, como era la de hace 50 años, reducía esta noche a disfrazarse y a visitar las casas de los vecinos pidiendo dulces y nada más. En aquellos años los disfraces se hacían en casa, con papel crepé, aquel papel casi multiusos, de corte ligero y con una textura rugosa que le daba flexibilidad para hacer disfraces de soldaditos romanos, frutas, personajes diversos e incluso angelitos... 

¡Me viene ahora a la mente la escena aquella del Halloween en la película de E.T. que muchos hemos visto! Pero, desde hace ya algunos decenios, la cosa ha cambiado. Poco a poco la celebración fue tomando aspectos relativos a la brujería con disfraces que ya no eran aquellos inocentes, sino que cada vez van siendo disfraces más sangrientos, que tienen que ver con lo tenebroso, lo grotesco y a fin de cuentas con la brujería y con lo demoniaco, marcando una evolución muy negativa. Hoy los disfraces se compran, cuestan un buen y son feos. Hay papás que son cristianos, que son católicos, buenos católicos, que se limitan a poner un buen disfraz a su hijo, a una pequeña celebración en el colegio y ya está, no hay que dejarse llevar por las trampas del enemigo, que, de alguna manera, ha venido a meterse en nuestro mundo de inocencia queriendo desviar los corazones hacia lo malo, hacia la ingratitud, hacia el lado oscuro. Hace unos diez años, más o menos, para ayudar a enderezar las cosas, se empezó a celebrar esta víspera de Todos los Santos con el nombre de «Holywins», un juego de palabras que significa «la santidad vence», invitando a los niños a vestirse de sus santos preferidos y a recordar en ese día sus vidas ejemplares a través de juegos, testimonios, procesiones y canciones. La similitud fonética con la palabra Halloween no es casual, pues «Holywins» tiene la pretensión de ayudar a reforzar la fiesta cristiana de Todos los Santos, ante el eclipse cada vez mayor que está sufriendo por la potente implantación de la fiesta pagana de Halloween. 

Los católicos, los discípulos­–misioneros, debemos devolver a esta tarde y esta noche su verdadero sentido y celebrar a todos los aquellos que siguieron heroicamente a Jesucristo, con una luminosa fiesta que desborde alegría y esperanza. La vida es hermosa y su meta es el Cielo. Todos somos invitados a ser santos, no hay que olvidarlo y hay que vencer el mal y la ingratitud que siempre han querido hacer nido en el corazón del hombre. EL Evangelio de hoy nos muestra, por ejemplo, la ingratitud de Jerusalén para con el Señor (Lc 13,31-35). Es entrañable que en este pasaje Jesús se compare a sí mismo con la gallina que quiere reunir a sus pollitos bajo las alas. Hoy podemos hacer una pequeña oración para dar gracias al Señor que nos cuida, que camina con nosotros, que nos invita a ser santos, le podemos decir: «Señor Jesús, tú que quisiste acogernos a todos bajo tus alas, como la gallina a sus pollitos; tú que concediste a los todos los santos fortaleza suficiente para permanecer en fidelidad a tu alianza, en medio de dificultades sin cuento; tú que nos amas por encima de cualquier medida, danos la gracia de vivir y expresarnos como discípulos—misioneros tuyos que en todo momento busquemos vencer el mal a costa del bien. Que tu Madre Santísima nos cuide y nos proteja para que estas vísperas de la fiesta de Todos Los Santos, nuestros niños no sean arrastrados hacia el mal sino que celebrando la bondad del Señor, sigan aprendiendo a ser agradecidos por los dones recibidos de tu Padre celestial, tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.» ¡Bendecido jueves en la víspera de Todos los Santos! 

Padre Alfredo.

miércoles, 30 de octubre de 2019

«Hasta la locura»... Un canto de Pablo Martínez para expresar nuestro amor al Señor

«Misioneras Clarisas en Ixtlán del Río, Nayarit»... Conociendo la Familia Inesiana XXXVI

«Misioneras Clarisas en India»... Conociendo la Familia Inesiana XXXV.

«Van-Clar en Ciudad Quezada, Costa Rica»... Conociendo la Familia Inesiana XXXIV

«Misioneras Clarisas en Mazatán, Chiapas»... Conociendo la Familia Inesiana XXXIII

«Santo Rosario en PDF»... Ideal para imprimir»...

El padre Luis Gerardo Montemayor M.C.I.U., ha hecho un tríptico del Santo Rosario que se puede imprimir en tamaño oficio (Legal en U.S.A.). Le agradecemos mucho su aportación que seguro será de gran utilidad para muchos.

«Confiar en la bondad del Señor»... Un pequeño pensamiento para hoy


Dios no abandona, él jamás se olvida de nosotros. Por muy difícil que se nos presente la vida, el Señor siempre permanece a nuestro lado, él es nuestra fortaleza y nuestro defensor. Él es nuestro padre, hermano y amigo que nos ama siempre. Por eso hemos de tener confianza en el amor de Dios hacia nosotros. Entonces nos alegraremos por su salvación y le cantaremos himnos de alabanza. Aun cuando a veces nos dieran ganas de levantarnos en contra de Dios, a causa de las complicaciones de la vida, el autor del salmo 12 [13] como tantos otros pasajes bíblicos, nos invita a confiar en él y a poner lo que esté de nuestra parte para caminar conforme a la luz del Señor, esforzándonos, junto con la gracia de Dios, para que nuestra vida alcance los bienes prometidos, sabiendo que el camino de perfección no puede estar libre de generosidad y de momentos de dolor que acepta aquel que camina tras las huellas del buen Dios. El salmista canta: «Yo confío en tu lealtad, mi corazón se alegra con tu salvación y cantaré al Señor por el bien que me ha hecho». 

El Espíritu Santo pone en nuestra mente los modelos de oración de la Sagrada Escritura. Esta es una de las razones por la cual los salmos siguen siendo tan usados por la Iglesia. En cada Eucaristía, hay siempre un salmo, ya sea completo o en fragmentos que «siguen dando luz a nuestros ojos» (cf. v. 3). La trayectoria de la fe del salmista, que pasa por la prueba, la angustia y la duda, pero sigue confiando en que Dios le contestará, nos incita a poner nuestra confianza en el Señor aún en medio de nuestro diario quehacer, especialmente en los momentos en que la noche se hace muy oscura. La fe del salmista tiene su base, como debe ser, en la misericordia de Dios. Se basa en lo que Dios es, en sus promesas, y en que el mismo autor del salmo ha experimentado este amor de Dios. Ya que brota de nuevo esta confianza, se alegra su corazón, porque la verdadera alegría es ser portadores de la salvación de Dios y su obra en la vida, como un testimonio de su amor que llena el corazón. 

En el Evangelio de hoy (Lc 13,22-30), alguien se acerca a Jesús y le pregunta: «Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?». Como a Jesús no le gusta contestar a esta clase de preguntas, aprovecha la ocasión para dar una lección: —«Esfuércense por entrar por la puerta, que es angosta». A la luz del salmo 12 [13] del que hoy la liturgia de la palabra nos presenta esta parte que he comentado, podemos preguntarnos ¿qué significa esto de la «puerta angosta»?, ¿por qué muchos no logran entrar por ella?, ¿acaso se trata de un paso reservado sólo a algunos elegidos? La respuesta a estas interrogantes es sencilla. Po esa puerta que es angosta entrarán los que confían en el Señor. Si también nosotros queremos pasar por la puerta estrecha, debemos esforzarnos por sabernos necesitados de Dios y confiar en su bondad, es decir, ser humildes de corazón como Jesús, como María, Madre suya y nuestra. Ella fue la primera que, siguiendo a su Hijo, confió en las promesas del Señor y fue elevada a la gloria del cielo. A ella la invocamos como «Puerta del cielo». Pidámosle a ella que, en nos guíe por el camino que conduce a la «puerta del cielo». ¡Bendecido miércoles! 

Padre Alfredo.

martes, 29 de octubre de 2019

«Como la semilla de mostaza y la levadura»... Un pequeño pensamiento para hoy


La esperanza del hombre y de la mujer de fe, no es la vaga esperanza de mucha gente que con aires de tristeza dice que las cosas se arreglarán algún día. Nuestra esperanza es la certeza de que Dios está vivo y está constantemente actuando para salvar lo que estaba perdido. Es la certeza de que el dueño de la mies está haciendo madurar la cosecha (Mc 4,26-29), es la certeza, como la que muestra el autor del salmo 125 [126] que hoy recitamos, de que el Señor actúa y salva a los cautivos trayéndolos de regreso a la tierra de la que habían sido desalojados. El sentido original de este salmo fue evidentemente ese «regreso de los que habían sido tomados como prisioneros» mediante el edicto de Ciro, en el año 538, después de 47 años de exilio en Babilonia. Este acontecimiento histórico innegable es para el autor del salmo un gran símbolo humano: En toda situación humanamente desesperada, Dios es, en definitiva, el único salvador. EL salmista hace suya la alegría y la gratitud del esperanzado pueblo. Los beneficiarios no salen de su asombro, creen ver un «sueño» y su alegría estalla. Aún los paganos están igualmente maravillados y cantan la acción de gracias diciendo: «¡Grandes cosas ha hecho por ellos el Señor!». 

Este salmo es todo un programa de trabajo y responsabilidad para los discípulos–misioneros de Cristo que no podemos darnos descanso en la tarea esperanzadora de cultivar, acrecentar y compartir nuestra fe: «entre gritos de júbilo cosecharán aquellos que siembran con dolor». El salmista, con su canto de júbilo, nos recuerda que la salvación no se hace «¡sin nosotros!» Las lágrimas del sufrimiento no pueden reemplazar el trabajo de la siembra: hay que hacer todo lo que está de nuestra parte para transformar en liberación, en un mundo nuevo, en una esperanza que se hace realidad, la situación mortal que es la nuestra. El grano sembrado parece perdido, y en los momentos de hambre, el sembrador «sacrifica» el trigo del cual se priva momentáneamente porque tiene la esperanza de que podrá comer después. Benedicto XVI, el gran Papa —ahora emérito— y eminente teólogo, afirma que «el hombre está vivo mientras espera, mientras en su corazón está viva la esperanza» (Ángelus, 28 de noviembre de 2010). Aún en medio del dolor, de la carencia, de lo que apenas parece ser la obertura, el prólogo de algo bueno que viene, el discípulo–misionero no puede perder el optimismo apoyado sobre la fe y la esperanza. 

Ciertamente que la semilla de mostaza, recién sembrada no puede llegar a ser un arbusto grande a la mañana siguiente, ni ninguna mujer puede esperar que al amasar tres medidas de harina y ponerle levadura fermente en un instante... ¡hay que esperar! Así es el estilo de Dios según nos dice hoy el evangelista (Lc 13,18-21). ¡Cuántas veces Dios se sirve de medios que humanamente parecen insignificantes, pero consigue frutos bastante considerables! La Iglesia empezó en Israel, un pueblo pequeño en el concierto político de su tiempo, animada por unos apóstoles que eran personas muy sencillas, en medio de persecuciones que parecía que iban a ahogar aquella incipiente comunidad. Pero, como el grano de mostaza y como la pequeña porción de levadura, la fe cristiana, llena de esperanza, fue transformando a todo el mundo conocido y creció hasta ser un árbol en el que anidan generaciones y generaciones de creyentes. Pidámosle a la Santísima Virgen María que nos aliente, que nos ayude a no perder la esperanza en las promesas de su Hijo para que sigamos siendo en el mundo una comunidad que como levadura, fermente al mundo y se pierda en él hasta hacerlo más humano y habitable. Una comunidad cuya ausencia debe echarse de menos y cuya presencia apenas se nota, como el granito de mostaza, pero que encierra la sombra futura de un arbusto que podrá anidar a muchos. ¡Bendecido martes! 

Padre Alfredo.

lunes, 28 de octubre de 2019

«Nuestra tarea en medio de la creación»... Un pequeño pensamiento para hoy


Los primeros cinco versículos del salmo 18 [19] constituyen hoy el salmo responsorial que, en la fiesta de los apóstoles Simón y Judas Tadeo nos ofrece la Liturgia de la Palabra de la Misa. El tema central de este salmo es la revelación maravillosa que Dios ha entregado al género humano; no solamente al pueblo de Israel sino a todas las naciones. Es interesante ver cómo, en el idioma original en el que fue escrito, que es el hebreo, el nombre que se utiliza en esta primera parte para nombrar a Dios es «Elohim», que es el nombre universal de Dios con el que se le reconoce nos solamente como Dios de los hebreos, sino de toda la creación, siendo este el nombre que se utiliza cuando se habla, por ejemplo, en el capítulo 1 del Génesis para hablar de la creación del mundo. Dios es el creador todopoderoso del universo. Dios conoce todo, crea todas las cosas y está en todas partes en todo momento. Suena muy interesante el hecho de que «Elohim» es una palabra que en hebreo es plural, tiene la terminación hebrea para todos los nombres masculinos en plural. Sin embargo, aunque este nombre está en plural va acompañado de pronombres, verbos y adjetivos en singular, por ejemplo: «Entonces dijo (singular) «Elohim» (plural): Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza. . .» (Gn 1,26). De esta manera, aunque la palabra «Trinidad» no aparece en la Biblia desde el Génesis 1,1 podemos ver alusiones, cuando se utiliza este nombre de Dios, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo como un único Dios en tres personas (Gn 1,26; 3,22; 11,7; Is 6,8). 

El teólogo protestante Karl Barth (1886-1968), uno de los de mayor renombre del siglo XX, quien después del Concilio Vaticano II aparece más católico que muchos al quedar impresionado por el papel que la Iglesia da a la Sagrada Escritura en la Dei Verbum, escribe sobre este salmo diciendo que «Dios ha dado tal lenguaje a su creación que, al hablar de sí misma, no puede dejar de hablar de él, de Dios». Quizá esto es algo que, a nosotros los hombre y mujeres de esta época, nos falta profundizar. Toda la creación es palabra, es voz de alabanza y de gloria para el que la ha creado. Pero bien pronto nos olvidamos del pensamiento de amor que nos ha llamado a la existencia, y vamos diciendo continuamente palabras y haciendo cosas que ya no son adecuadas para difundir un mensaje de belleza y esperanza, porque están encerradas en un horizonte complicado y estrecho. Nuestras conversaciones son muchas veces sonidos vacíos que no remiten a otro, mientras que toda criatura grita tácitamente la alabanza de aquel que la ha pensado, que la ha creado, que la ha amado. 

Darse cuenta del valor de la creación y sabernos nosotros mismos creación de Dios para amarle y hacerle amar del mundo entero, debe marcar nuestra condición de discípulos–misioneros que, como Simón y Judas Tadeo somos llamados y enviados. No tuvimos la suerte de San Judas y San Simón, de haber nacido en tiempos de Jesús y de haber sido de esos primeros llamados de los que el Evangelio del día de hoy nos habla (Lc 6,12-19). Sin embargo, a nosotros también nos ha llamado y nos envía. Estos dos santos y cada uno de nosotros, somos obra de la creación de Dios, que decidió que la culminación de esa obra creadora fuera hacernos a todos hijos en y con Cristo, y que todos —redimidos— pudiéramos volver a mirarle a Él como a Padre, como «Elohim», como Dios creador, Trinidad Santa que, a la luz de la Resurrección de Jesús, y de Pentecostés, nos ha invitado, como a Simón y Judas Tadeo a comunicar la Buena Nueva. Pensando en estos dos apóstoles de los que con documentación histórica sabemos muy poco y en la obra maravillosa de la creación de la cual somos parte fundamental, pienso en aquella pequeña parte de la humanidad que a través de ellos y del salmista, recibió inicialmente la buena noticia del Señor y que ahora, por ellos, por los Apóstoles y por nuestra condición de discípulos—misioneros, son muchos más los que conocen y aman a Dios y no me cabe duda de que, el testimonio de vida es sumamente importante aunque algunos sean tan famosos como san Judas Tadeo o tan desconocidos como san Simón. Que la Virgen nos ayude a que, en medio de la creación, ocupemos el lugar que nos toca para colaborar a que todos conozcan y amen al Señor. ¡Bendecido lunes! 

Padre Alfredo.

domingo, 27 de octubre de 2019

«Misioneras Clarisas en el Kinder Garden de Lunsar en Sierra Leona, África»... Conociendo la Familia Inesiana XXXII

«Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento, Indonesia»... Conociendo la Familia Inesiana XXXI

Misioneras Clarisas del Santisimo Sacramento, Lunsar, Sierra Leona, West Africa... Conociendo la Familia Inesiana XXX

«MISIONERAS CLARISAS EN MADRID»... Conociendo la Familia Inesiana XXIX

«VAN-CLAR JÓVENES, COSTA RICA»... Conociendo la Familia Inesiana XXVIII

«APRENDER A ORAR COMO JESÚS»... Un pequeño pensamiento para hoy


Los versículos del salmo 33 [34] que el salmo responsorial de este domingo nos regala para meditar (vv 2-3.17-18.19 y 23) nos ayuda a ver hasta qué punto Jesús estaba impregnado del modo de orar de su pueblo, de sus padres y seguramente de sus abuelos. Si vemos detalladamente el salmo responsorial de hoy, podemos descubrir el gran parecido con el «Magnificat» que María reza ante su parienta Isabel (Lc 1,46-55). Por eso la acción de gracias, la alabanza, era el clima dominante del alma de Jesús. El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que Cristo aprendió a orar conforme a su corazón de hombre asimilando de su madre las fórmulas de oración; de ella, que conservaba todas las «maravillas» del Todopoderoso y las meditaba en su corazón (cf. Lc 1,49; 2,19; 2,51). Él aprendió en las palabras y en los ritmos de la oración de su pueblo, en la sinagoga y en el Templo. (cf. CEC 2599). Sabemos también —nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica en este mismo número— que la oración de Jesús, de una manera especial, brota de una fuente secreta distinta, como lo deja presentir a la edad de los doce años: «Yo debo estar en las cosas de mi Padre» (Lc 2, 49). 

Por eso en el Evangelio, una de las oraciones que Jesús hace es de la misma tonalidad que este salmo y va dirigida al Padre Celestial con gran confianza: «Padre, te doy gracias porque revelaste estas cosas a los pobres y humildes y las ocultaste a los sabios y prudentes» (Lc 10,21). Jesús, aprende entonces de su madre María y de su Padre Dios a orar. Dios se complace en quienes oran así. Sus oídos están siempre atentos a las peticiones y a las súplicas de quienes oran como Jesús y como María, como el salmista, almas sencillas que hablan con Dios en un clima de sencillez y de confianza sabiendo que cuando uno clama a Dios, Él lo escucha y lo atiende. El salmista insiste en la confianza, en la idea de la pronta intervención de Dios. La sencillez de este salmo, desde esta perspectiva de la oración de Jesús y de María me hace ir en espíritu a la Misa con niños que cada domingo celebramos a las 10 de la mañana en la parroquia de la Coronación de la Virgen del Roble en donde ahora ejerzo mi ministerio sacerdotal. Todos somos testigos de que en la actualidad, muchos de nuestros jóvenes están siendo blanco del enemigo por un constante ataque que muchas veces no termina bien, pues muchos caen en las drogas, la rebeldía y sucesos penosos que marcan sus vidas para siempre. Es por eso que resulta tan importante enseñar a los pequeños a tener una verdadera relación con Dios, una amistad real y genuina que les de bases solidas para crecer con principios de amor, misericordia y verdad en el corazón, una labor que no será completa si falta la participación en la Eucaristía dominical, en donde oran aprendiendo de sus papás y de nuestro Padre Dios. 

Los niños que aprenden a orar desde pequeños orarán siempre, no como el fariseo autosuficiente, sino como el publicano que, en el Evangelio de hoy (Lc 18,9-14) ora desde su pequeñez y desde su condición de pecador necesitado de la misericordia del Padre. En la participación en la Misa dominical, los pequeños aprenden sencillamente a abrirse al Dios que van descubriendo y experimentando como Alguien maravillosamente grande que se hace pequeño, cercano, amigo. Este es el Dios del Magníficat de María, donde aparece el mismo vocabulario del versículo 14 del Evangelio de hoy. La Eucaristía dominical es el mejor momento para que los niños aprendan a orar, el mejor momento para sentir su dependencia ante el regalo del Padre en su Hijo amado, pan de vida y bebida de salvación. También para nosotros, que ya llevamos camino recorrido en nuestra manera de vivir la fe, la Eucaristía es el mejor momento para orar como el publicano, el mejor momento para sentir nuestra pobreza ante el gran don del Padre. Que salgamos todos del templo, al final de la Eucaristía, pequeños y grandes, justificados por la misericordia y la bondad del corazón de Dios bajo la mirada amorosa de María, Maestra de oración. ¡Bendecido domingo y no dejen de llevar a sus hijos, nietos y bisnietos a la Santa Misa! 

Padre Alfredo.

sábado, 26 de octubre de 2019

«SÍRVETE DE MÍ»... Un canto inspirado en el carisma inesiano

«MISIONERAS CLARISAS EN TIBÁS, COSTA RICA»... Conociendo la Familia Inesiana XXVII

«Misioneras Clarisas en Ida, Japón»... Conociendo la Familia Inesiana XXVI

«Misioneras Clarisas en Missouri USA»... Conociendo la Familia Inesiana XXV

«VAN-CLAR MATRIMONIOS EN MÉXICO»... Conociendo la Familia Inesiana XXIV

«Misioneros de Cristo en Sierra Leona»... Conociendo la Familia Inesiana XXIII

«Para dar buenos frutos»... Un pequeño pensamiento para hoy


Cuando estamos en la presencia del Señor en el templo, los creyentes somos conscientes de que estamos viviendo por anticipado nuestro ingreso a la Vida Eterna donde nos gozaremos eternamente en Dios, y que, desde aquí, recordamos en cada visita al templo, que el Señor no quiere sólo que nos presentemos ante Él en el lugar sagrado; sino que quiere hacer su templo en nuestros corazones. Por eso buscamos una continua conversión para que día a día seamos una morada cada vez más digna para Él. San Juan Pablo II, meditando el salmo 23 [24] que trata este tema y del que este sábado tenemos como salmo responsorial los versículos del 1 al 6, se plantea, a partir de este, tres exigencias para conocer a Dios y experimentar su presencia. Esta mañana al meditar yo también en este salmo, las quiero traer a la memoria. Estas tres exigencias son: a) Pureza de vida y de corazón; b) Pureza de religión y culto; c) Justicia y rectitud. El autor sagrado hace una pregunta que San Juan Pablo II toma como entrada a la reflexión a la que el salmo nos invita: «¿Quién subirá hasta el monte del Señor? ¿Quién podrá entrar en su recinto santo?» y de aquí San Juan Pablo II parte para ofrecernos esta ayuda para nuestra meditación con estas tres exigencias que no debemos considerar como normas meramente rituales y exteriores que hay que observar, sino más bien como compromisos morales y existenciales que hay que practicar. Veamos cada una de ellas: 

a) Pureza de vida y de corazón: Ante todo hay que tener «corazón limpio y manos puras». «Manos» y «corazón» —explica el santo pontífice— «evocan la acción y la intención, es decir, todo el ser del hombre que debe ser radicalmente orientado hacia Dios y su ley». b) Pureza de religión y culto se expresa en que el salmista dice que el hombre que puede rendir culto a Dios es el que «que no jura en falso», es decir, el que «no dice mentiras», porque en el lenguaje bíblico esto no sólo hace referencia a la sinceridad, sino también a la lucha contra la idolatría, pues los ídolos son falsos dioses, es decir, «mentira». c) Justicia y rectitud. El salmo exige —vuelve a insistir el santo en su reflexión— «no jurar en falso» y esto significa que para el autor sagrado la Palabra no debía ser instrumento de engaño, sino más bien era símbolo de las relaciones sociales inspiradas en la justicia y la rectitud. Con estas condiciones —asegura San Juan Pablo II— el corazón del hombre se prepara para el encuentro con Dios, quien como muestra el Salmo 23, siendo dueño de todo: «Del Señor es la tierra y lo que ella tiene, el orbe todo y los que en él habitan», se adapta a la criatura humana, se acerca a ella para salirle al encuentro, para escucharla y entrar en comunión con ella en un encuentro en la fe, en el diálogo y en el amor. 

Cada día nuevo que se nos concede, representa una nueva oportunidad para poner en práctica estas tres exigencias que San Juan Pablo nos presenta. De esta manera es como podremos dar el fruto que se espera. Esto es lo que Jesús quiere decirnos en el trozo final del Evangelio de hoy (Lc 13,1-9) con la parábola de la higuera. «aflojar la tierra alrededor y echarle abono» a la higuera que no ha dado fruto, es una tarea urgentes que se debe emprender para subsanar nuestra esterilidad que muchas veces sólo agota la tierra, negándose a transformarla en los frutos queridos por Dios. Es necesario que, contando con las tres exigencias que San Juan Pablo II nos presenta meditando el salmo responsorial de hoy, nos apliquemos nosotros esta parábola, individualmente y sobre todo, como comunidad cristiana o Iglesia. Una Iglesia, una comunidad, un discípulo–misionero que no dé frutos, no tiene razón de ser, por mucha hojarasca que ostente. ¡Cuántos años nos ha ido dejando a prueba el Señor, y nos ha regado con su gracia, y nos ha llamado con palabras de afecto, y nos ha sorprendido con signos de bendición, y nosotros quizá hemos continuado sin fructificar! Hay mucho que hacer, pidamos a la Santísima Virgen, hoy en especial que es sábado, el día que semanalmente la Iglesia le dedica especial atención, que ella nos ayude a vivir las exigencias de nuestra pertenencia al Señor para que demos fruto. ¡Bendecido sábado! 

Padre Alfredo.

viernes, 25 de octubre de 2019

«Misioneras Clarisas en Pyatigorsk, Rusia»... Conociendo la Familia Inesiana XXII

«Misioneras Clarisas en Argentina»... Conociendo la Familia Inesiana XXI

«ORACIÓN A LA LLAGA DEL HOMBRO DE JESÚS... Oraciones de mi padre II

Papá solía rezar esta oración de San Bernardo que ahora comparto con ustedes. La historia dice que San Bernardo, preguntó en una ocasión al Divino Redentor cuál fue el dolor que más sufrió, y que es más desconocido por los hombres y que Jesús le respondió: «Tenía una llaga profundísima en el hombro sobre el cual cargue mi pesada cruz; esa llaga era la mas dolorosa de todas. Los hombres no la conocen. Honrad pues esta llaga y haré todo lo que por ella pidas...»

Oh amado Jesús, manso Cordero de Dios, 
a pesar de ser yo una criatura miserable y pecadora, 
te adoro y venero la llaga causada 
por el peso de tu cruz 
que abriendo tus carnes desnudo los huesos de tu hombro sagrado
y de la cual tu Madre Dolorosa tanto se compadeció. 
También yo, oh carísimo Jesús, 
me compadezco de Ti y desde el fondo de mi corazón te glorifico 
y te agradezco por esta llaga dolorosa de tu hombro 
en la que quisiste cargar tu cruz por mi salvación. 
¡Ah! por los sufrimientos que padeciste 
y que aumentaron el enorme peso de tu cruz, 
te ruego con mucha humildad, 
ten piedad de mi pobre criatura pecadora, 
perdona mis pecados y condúceme al cielo 
por el camino de la cruz.

Se reza siete veces el Ave María y se agrega:

Madre santísima imprime en mi corazón 
las llagas de Jesucristo crucificado.

Oh dulcísimo Jesús, 
no seas mi juez sino mi salvador... 

(Indulgencia parcial al rezarla)

«Misioneras Clarisas en Onitsha, Nigeria»... Conociendo la Familia Inesiana XX

«Van-Clar Señoras, Nuevo León México»... Conociendo la Familia Inesiana XIX

«Van-Clar Jóvenes Santa Ana en California U.S.A.»... Conociendo la Familia Inesiana XVIII

«Misioneras Clarisas en CDMX, Instituto Schifi... Conociendo la Familia Inesiana XVII

«Misioneras Clarisas "Villa María Inés", Roma Italia»... Conociendo la Familia Inesiana XVI

«Van-Clar»... Conociendo la Familia Inesiana XV

«Misioneras Inesianas Consagradas»... Conociendo la Familia Inesiana XIV

«Misioneras Clarisas en la Casa General "La Casita", Roma Italia»... Conociendo la Familia Inesiana XIII

«Misioneras Clarisas y Van-Clar en Ruteng Indonesia»... Conociendo la Familia Inesiana XII

«Van-Clar Maywood, California en Estados Unidos... Conociendo la Familia Inesiana XI

«Misioneras Clarisas en la casa Noviciado en Lungi, Sierra Leona»... Conociendo la Familia Inesiana X

«Van-Clar niños en Monterrey, México»... Conociendo la Familia Inesiana IX

«Misioneras Clarisas en Pamplona, España»... Conociendo la Familia Inesiana VIII

«Misioneros de Cristo»... Conociendo la Familia Inesiana VII

«Misioneras Clarisas y Van-Clar en Jakarta, Indonesia»... Conociendo la Familia Inesiana VI

«Misioneras Clarisas en Moravia, Costa Rica»... Conociendo la Familia Inesiana V

«Misioneras Clarisas del Santisimo Sacramento, Tokyo, Japón»... Conociendo la Familia Inesiana IV

«Van-Clar "Jóvenes Cuauhtémoc»... Conociendo la Familia Inesiana III

«Misioneras Clarisas en Sylmar, California»... Conociendo la Familia Inesiana II

«MISIONERAS CLARISAS EN LA CASA MADRE»... Conociendo la Familia Inesiana I

ORACIÓN PARA MANTENER LA ENTEREZA... Oraciones de mi padre I.

Mi padre fue siempre un  hombre de oración. Ahora que hemos estado viendo sus libros, sus oraciones, sus escritos, me encontré esta oración escrita por el novelista, poeta, dramaturgo, guionista y ensayista español José María Pemán y Pemartín (Cádiz, 1898-1981). Es una estampa que tiene restos de flores, impresa en Jerusalén y tocada al Santo Sepulcro con una de las oraciones que el solía rezar y que ahora comparto:

¡Bendito seas, Señor,
por tu infinita bondad
porque pones, con amor
sobre espinas de dolor,
rosas de conformidad!

No quiero que en mi cantar
mi pena se transparente;
quiero sufrir y callar;
no quiero dar a la gente
migajas de mi pesar.

Tú sólo, Dios y Señor,
Tú que por amor me hieres;
Tú que por inmenso amor
pruebas con mayor dolor
a las almas que más quieres.

Tú solo lo has de saber;
que sólo quiero contar
mi secreto padecer
a quien lo ha de comprender
y lo puede consolar.

«La Ley de Dios y los signos de los tiempos»... Un pequeño pensamiento para hoy


El salmo 118 [119] es el más largo de la Biblia, y, por lo tanto, también el capítulo más extenso de la misma. Tiene 176 versículos y cada versículo (con la posible excepción de 2 versículos) constituye una alabanza a la Palabra de Dios. Fue escrito de una manera muy cuidada en la forma de acróstico, pero un acróstico un poco diferente de los demás salmos que utilizan este estilo, pues, en lugar de tener un versículo que comienza con cada letra del alfabeto hebreo, una de ellas, distribuyendo así, sus 176 versículos que mucho han influido en hombre y mujeres de bien. El famoso escritor, crítico de arte, sociólogo, artista y reformador social británico John Ruskin (8 de febrero de 1819—20 de enero de 1900) que influyó notablemente en personajes como Mahatma Gandhi, escribió: «Es extraño que de todas las porciones de la Biblia que me enseñó mi madre, la que me resultó más difícil de aprender y la que rechazaba mi mente, el Salmo 119, ha llegado a ser la más hermosa, en su pasión desbordante y gloriosa del amor por la ley de Dios». Hoy el salmo responsorial nos ofrece los versículos 66,68,76,77,93 y 94 de este salmo. Este maravilloso salmo, dado a su gran longitud, nos ayuda a maravillarnos en la inmensidad de la Escritura y a ver detalladamente cómo «la Ley» es la voluntad de Dios que se revela para ordenar la vida religiosa del creyente, su convivencia con Dios y con el prójimo: por eso es amable y perfecta e inagotable. El salmista está continuamente hablando a Dios en segunda persona, porque la ley no es un orden objetivo impersonal, sino una realidad muy personal. La ley es parte de la alianza y parte de la revelación divina; es voluntad de Dios hecha palabra para enseñar y guiar al hombre. Dios nos hizo, Él sabe exactamente lo que nosotros necesitamos. Y una de nuestras necesidades básicas es su Palabra que es la Ley en que tenemos que vivir, y de eso nos está hablando aquí el salmista. 

Nuestro Señor Jesucristo, nos dice en el Evangelio: No viene a abolir la ley. Viene a darle plenitud, viene a darle su verdadero sentido, su madurez (Mt 5,17). La ley del Sinaí, que está contenida en todo el Antiguo Testamento, es para Él sagrada, es el alimento de su vida. Pero Él le quita todo la inhumano y todo lo que no es de Dios en ella. Rescata todo la positivo y puro y le da un nuevo espíritu con el cual podemos nosotros orar este y otros salmos. Y en eso consiste su radicalismo, porque cambiar «el espíritu» con que se vive una ley no es solamente cambiar una ley por otra, sino darle cumplimiento. ¡Cuánta necesidad tenemos de vivir en la Ley del Señor que se encuentra expresada especialmente en los diez mandamientos! Éstos no son más que una derivación del amor en su doble vertiente: a Dios y al prójimo. Si amamos a Dios, a Cristo, guardaremos sus mandamientos y cumpliremos entonces la Ley. Así llevaremos con honra el calificativo de discípulos–misioneros que Cristo nos da. Viéndolo así, es el amor y cercanía de Dios al hombre lo que oramos con este salmo, porque no podemos olvidar que el hombre, por consecuencia de la mancha que ha dejado el pecado original, es un ser dividido, que aspira al bien y que hace el mal y que, entonces, ha de estar recurriendo contantemente a meditar en la Ley del Señor para enderezar su corazón y amar a Dios y al prójimo ayudado por los signos de los tiempos, es decir, atendiendo al mundo en el que vivimos con sus esperanzas y aspiraciones, escuchando a través de los acontecimientos la voz de Dios que nos señala el camino a seguir para vivir bajo su Ley. 

En el Evangelio de hoy (Lc 12,54-59) Jesús reprocha a sus conciudadanos no saber interpretar los «signos de los tiempos», cuando son perfectamente capaces de interpretar los signos metereológicos. El Concilio Vaticano II dice: «Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y futura... Es necesario, por ello, conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el rasgo dramático que con frecuencia le caracteriza (G.S. 4). Es preciso, según la invitación de Jesús en el Evangelio de hoy, darnos cuenta del momento en que nos encontramos y con los pies en la tierra y la mirada en el cielo, sepamos interpretar los signos de los tiempos para poder cumplir con fidelidad la Ley del Señor, es decir sus mandamientos, esos que se resumen en amar a Dios y al prójimo. Qué María Santísima, que cumplió con impresionante fidelidad la Ley, atenta siempre a la Palabra de Dios nos ayude. ¡Bendecido viernes! 

Padre Alfredo.

jueves, 24 de octubre de 2019

«SYMBOLUM 77»... Un bello canto en la voz de nuestras hermanas Misioneras Clarisas

«El Buen Pastor»... Un pequeño pensamiento para hoy


¿Quién no conoce por lo menos los primeros versículos de uno de los salmos más bellos del salterio, el salmo 22 [23]? «El Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes praderas me hace reposar y hacia fuentes tranquilas me conduce...» Este salmo es, sin duda, unos de los más conocidos. Es un salmo claro y conciso, un cántico de alabanza que habla del Señor como un pastor bueno que nos guía, acompaña y protege; un pastor bueno que nos prepara un maravilloso hogar donde nada nos faltará y que, si nos descarriamos del camino, su vara y su cayado nos tocan, sin pegarnos ni hacernos daño para que sigamos el camino correcto y no nos perdamos. Esa vara y ese cayado nos tranquilizan, porque son una barrera para que no nos perdamos por estos campos del mundo llenos de lobos. Si estamos en el borde de un precipicio, el bastón del pastor bueno hace de barrera para que nos caigamos y nos hace adentrar al camino seguro. Cuando recitamos este salmo, al igual que el salmista, nos damos cuenta que al cuidado del Pastor bueno, el Pastor obsequioso, el Pastor misericordioso, nada nos falta. Yahvé le prometió a Israel que nada le faltaría. El Señor es para el salmista el pastor que le hace ir hacia los lugares frescos y jugosos, llevándole por las rectas sendas para que allí se recree su alma. Hace descansar el rebaño en el oasis después de haber caminado bajo los ardores del sol del desierto. También en nuestra vida de discípulos–misioneros de Cristo tenemos que andar por zonas áridas, bajos los ardores de un sol inclemente y en medio de lobos (Mt 10,16). Es sólo con la ayuda del Señor que encontramos las frescas aguas que reparan nuestras fuerzas. 

Con este salmo y el Evangelio de hoy (Jn 10,11-16) la liturgia de la palabra parece tomar en este día un ritmo diferente del que llevamos en estas semanas del tiempo ordinario, y es que, cómo no hacer un alto para contemplar la figura de un hombre extraordinario como san Rafael Guizar y Valencia, el primer obispo mexicano e hispanoamericano en ser canonizado, figura clara de lo que debe ser el Buen Pastor. «Yo daría mi vida por la salvación de las almas» solía decir quien, como buen pastor de su rebaño, para ejercer su ministerio en medio de los violentos tiempos de la persecución religiosa en México, se disfrazaba de vendedor de baratijas, de músico o de médico homeópata, lo que le permitía acercarse a los enfermos y administrarles los sacramentos. El 6 de noviembre de 2014, el Papa Francisco, hablando del Buen Pastor en su homilía decía: «El verdadero pastor, el verdadero cristiano tiene este celo dentro: que nadie se pierda. Y por esto no tiene miedo de mancharse las manos. No tiene miedo. Va donde debe ir. Arriesga su vida, arriesga su fama, arriesga perder su comodidad, su estatus, también perder en la carrera eclesiástica, pero es buen pastor... también los cristianos deben ser así... El Hijo de Dios va al límite, da la vida, como la ha dado Jesús, por los otros». 

Ante el salmo 23, el evangelio del Buen Pastor y las palabras del Papa Francisco me pregunto y les pregunto: ¿Seremos capaces de ser pastores en aquellos sitios donde nos encontramos? ¿Nos expondremos al peligro por salvar a alguien que se aleja del camino? Y entonces voy a otro fragmento de este salmo que hoy se nos presenta como salmo responsorial en la Misa: «aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú estás conmigo». Es tal la confianza que debemos tener en el Señor, que, aunque tengamos que andar por parajes peligrosos y valles profundos, nos sentimos seguros bajo la protección de nuestro Pastor. Así es como el salmista reconoce que gracias a la confianza en el Señor, a el no le importa si tiene que atravesar zonas peligrosas antes de llegar a los oasis seguros. Tengamos la confianza de san Rafael Guizar y de tantos más que, sabiéndose sostenidos y acompañados por el Buen Pastor buscaron la manera de ser como él, buenos pastores y busquemos nosotros también a la vez que nos sentimos ovejas del Señor y confiamos en él para que muchas almas se salven. Que la Santísima Virgen María nos ayude a seguir adelante, sin desfallecer. ¡Bendecido jueves eucarístico y sacerdotal! 

Padre Alfredo.

miércoles, 23 de octubre de 2019

«La trampa se rompió y escapamos esperando al Señor»... Un pequeño pensamiento para hoy


Para el hombre y la mujer de fe, la historia no es nada más un perpetuo volver a empezar sino que es algo que sigue una progresión que jalonan unas «visitas inesperadas» de Dios, unas «intervenciones» divinas, en días, horas y momentos privilegiados: el Señor ha venido, continúa viniendo, vendrá... para juzgar el mundo y para salvarlo. El cristiano, en medio de este devenir de la historia, no alguien que solamente está estático a la espera de la última venida de Jesús, la de nuestra propia muerte, la del fin del mundo. Porque sabe que las «venidas» de Dios a nuestro encuentro son múltiples, y nada ostentosas... incluso ¡podemos no verlas! podemos ¡rehusarlas! «Vino a su casa y los suyos no lo recibieron» (Jn 1,11) y sabemos que Jesús lloró sobre Jerusalén «porque la ciudad no reconoció el tiempo en que fue "visitada"» (Lc 19,44). El Apocalipsis presenta a Jesús preparado a intervenir en la vida de las Iglesias de Asia si no se convierten (Ap. 2,3). Y cada discípulo es invitado a recibir la «visita íntima y personal» del Señor: «He ahí que estoy a la puerta y llamo: si uno me oye y me abre, entraré en su casa y tomaremos la "cena" juntos» (Ap 3,20). 

Nuestra esperanza está en la venida del Señor Jesús al final de los tiempos; pero ahora y aquí, también Jesús viene a nuestro encuentro y se hace presente en nuestra vida, en la sencillez y la complejidad de cada momento. Es hoy cuando, con la fuerza del Señor, esperando su retorno glorioso, como el padre de familia que está alerta cuidando a los suyos de la llegada del ladrón (Lc 12,39-48) descubrimos que viene cada día en la sencillez de un momento, de una presencia, de un gesto en el que se hace encontradizo. Dios, en su infinita misericordia, ha vuelto su mirada compasiva hacia nosotros al enviarnos como Salvador a su Hijo, Jesús y hoy podemos reflexionar en que, a pesar de las grandes pruebas a que hemos sido sometidos, el Señor jamás nos ha abandonado. Él sabe de nuestra inclinación al mal y cómo, muchas veces, hemos abandonado el camino de la salvación. Sin embargo, Él jamás dejará que nuestro enemigo nos destruya y nos lleve a la muerte eterna. Por eso hoy el autor del salmo 123 [124] nos invita a que confiemos en el Señor y recordemos que está siempre de nuestra parte. 

En medio de este tiempo de espera de la parusía —el advenimiento glorioso de Jesús al final de los tiempos—, la vida del hombre está rodeada de emboscadas de los malvados que no sólo atentan contra su existencia, sino que quieren destruir también todos los valores humanos. Sin embargo, el Señor interviene en ayuda del justo y le salva (El Señor fue un apoyo para mí; me sacó a espacio abierto, me salvó porque me amaba» (Sal 17). San Agustín explicando este salmo dice: «Los santos recuerdan los sufrimientos que afrontaron y desde el lugar de felicidad y de tranquilidad en el que se encuentran miran el camino recorrido; y, dado que hubiera sido difícil alcanzar la liberación si no hubiera intervenido para ayudarles la mano del Liberador, llenos de alegría, exclaman: «Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte». Así comienza su canto» (Comentario al Salmo 123, «Esposizione sul Salmo 123», 3: «Nuova Biblioteca Agostiniana», XXVIII, Roma 1977, p. 65). Dios no nos deja, Él, que viene cada día a nuestro encuentro especialmente en la Eucaristía y en su Palabra, al final de los tiempos volverá de nuevo y podremos cantar con el salmista: «Nuestra vida se escapó como un pájaro de la trampa de los cazadores. La trampa se rompió y nosotros escapamos. La ayuda nos viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra». Hoy, de la mano de María Santísima, la que entendió muy claro que el Señor viene cada día pero que hay que estar preparados para esa venida especial del Señor al final de los tiempos, podemos orar diciendo: «Apártanos, Señor, de la trampa del cazador, que nos asalta y quiere tragarnos vivos; que nuestro auxilio sea tu nombre, para que no caigamos como presa de sus dientes, antes, cubiertos con tus plumas y refugiados, bajo tus alas, podamos bendecirte, viendo cómo la trampa se rompió y nosotros escapamos. ¡Ven, Señor Jesús! Amén». ¡Bendecido miércoles! 

Padre Alfredo.

martes, 22 de octubre de 2019

«En una alegre espera»... Un pequeño pensamiento para hoy

El salmo 39 [40], es uno de esos salmos que nos animan a buscar la voluntad de Dios y a cumplirla, conscientes de que esto nos dará una alegría que será incomparable a cualquier otra cosa en este mundo. El escritor sagrado nos hace contemplar que, quien se goce en el Señor y le busque continuamente irá siempre por un buen camino, un camino que le llenará de alegría su corazón. No me parece que sea casualidad que hoy, que la Iglesia celebra a san Juan Pablo II aparezca este cántico de alegría. En un Ángelus del año 2003 el santo afirmaba: «Saber que Dios no está lejos, sino cercano; que no es indiferente, sino compasivo; que no es ajeno, sino un Padre misericordioso que nos sigue con cariño en el respeto de nuestra libertad: este es motivo de una alegría profunda que las cambiantes vicisitudes cotidianas no pueden arañar» (Ángelus del 14 de diciembre de 2003). 

La victoria final de Dios sobre el poder del mal y la salvación que conseguirá Israel para todas las naciones se manifiesta en algunas palabras que expresa el autor sagrado en el que es el salmo responsorial de la Misa de este día. Los cristianos entendemos perfectamente que la verdadera alegría solo nos la podrá otorgar Cristo, el autor de nuestra Redención. A la luz de este salmo nos queda claro que, para salvarnos, es necesario abrir nuestros oídos a la voz de Dios seguros de que eso llenará de alegría nuestras vidas. Hoy en día, como lo he hecho notar en otras ocasiones, lo menos que vemos a nuestro alrededor es gente sonriendo. Pareciera que la gran mayoría —como dice el Papa Francisco— tienen cara de funeral, mostrando siempre un rostro adusto. El bautizado, que se sabe salvado por Cristo, debe estar siempre alegre, siempre feliz. Nada debe venir a robar el gozo de Dios, y no hablo de una alegría al estilo del mundo, que parece centrarla en momentitos pasajeros de unas carcajadas, en el compartir unas bebidas o en el burlarse de los más disminuidos. la Sagrada Escritura dice que «para el abatido, cada día acarrea dificultades; pero para el de corazón feliz, la vida es un banquete continuo» (Prov 15,15). 

Este tiempo que vivimos, el de la Iglesia, exige una actitud que el Evangelio de hoy nos recuerda (Lc 12, 35-38): vigilar llenos de alegría al Señor que volverá. El discípulo no puede envolverse en un mundo de tristeza que no ve más allá que el consumo de bienes materiales que aparentemente dan la felicidad. Todo discípulo–misionero debe permanecer alerta siempre, siempre en tensión en una espera alegre. Sólo así el discípulo se asegura la acogida por parte de Jesús cuando vuelva. Sólo así se asegura la comunión con él en el gozo y en el amor. Sólo al siervo vigilante servirá el Señor (cf. Mt 25. 1-13; Lc 22. 27; Jn 13. 4-5). El gozo del Señor está ya entre nosotros como un adelanto todos los días de nuestra vida porque somos hijos de Dios y porque nos ha enviado a su Hijo que le da sentida a nuestro paso por este mundo. El discípulo–misionero que no ríe y no goza, no podrá estar en vigilante espera a la llegada del Señor; pero aquél que alaba y tiene gozo, que entiende lo que Dios ha hecho en su vid, estará siempre listo para la llegada del Redentor. Con razón san Pablo decía: «Estén siempre llenos de alegría en el Señor. Lo repito, ¡alégrense!» (Flp 4,4). Pidamos a la Santísima Virgen que ella nos ayude a estar preparados «con la túnica puesta y las lámparas encendidas». ¡Bendecido martes! 

Padre Alfredo.

lunes, 21 de octubre de 2019

«EL BENEDICTUS»... Un pequeño pensamiento para hoy

Formulado en el capítulo 1 del Evangelio de san Lucas (Lc 1,68-79), el “Benedictus», es uno de los tres grandes cánticos de los capítulos iniciales que este evangelista nos presenta, siendo los otros dos el «Magníficat» (Lc 1,46-55) y el «Nunc dimittis» o Cántico de Simeón (Lc 2,29-32). El Benedictus, que en este día es propuesto por la liturgia de la palabra como salmo responsorial, fue el canto de acción de gracias pronunciado por Zacarías con ocasión del nacimiento de su hijo Juan el Bautista. Es en su composición, un canto judío —por la forma—, pero todo un canto cristiano por el sentimiento. Esta hermosa composición está dividida de forma natural en dos partes. La primera (versículos 68-75) es un canto de acción de gracias por la realización de las esperanzas mesiánicas ya con un tono característicamente cristiano a tal realización. La liberación estaba ahora a punto, y fue señalada por Zacarías como el cumplimiento del juramento de Dios a Abraham; pero el cumplimiento se describe como una liberación no por amor al poder mundano, sino para que «pudiéramos servirlo sin temor, con santidad y justicia, todos los días de nuestra vida». La segunda parte del cántico (versículos 76-79), que hoy no aparece en el salmo responsorial, es un discurso de Zacarías a su propio hijo, que tendrá una parte tan importante en el plan de la Redención; pues será un profeta, y predicará la remisión de los pecados antes de la venida del Oriente, o la Luz, de lo alto. 

Todo completo, este cántico encuentra un espacio muy propicio en la oración de Laudes en la Liturgia de las Horas todas las mañanas. Hoy, como digo, la primera parte del cántico, aparece como salmo responsorial. Este cántico tiene como tema central la misericordia de Dios y su fidelidad a su alianza. La primera parte del cántico, que hoy recitamos en la liturgia de la Palabra de la Misa, ensalza las grandes obras redentoras de Dios, que alcanzan su punto culminante en la misión del Mesías. Zacarías queda lleno de Espíritu Santo, como antes Isabel (Lc 1,41), en el momento de desatarse su lengua, y pronuncia su cántico en aquel estado de inspiración profética (Lc 1,67). El himno comienza con las alabanzas usuales dirigidas a Dios en muchos salmos del Antiguo Testamento y oraciones posteriores judías. La actuación de la misericordia, —o sea de la bondad y la indulgencia divinas— constituye el contenido único de esta primera mitad del himno; la glorificación de Dios por la oración de los hombres puede consistir solamente en la sonora proclamación agradecida de sus obras. Los pensamientos se mantienen dentro del horizonte de la elección de Israel por parte de Dios como pueblo suyo y se expresan agradeciendo el hecho de que Dios ha visitado misericordioso a su pueblo (cf. vv. 71 y 74), y lo ha redimido. La visita de Dios consiste en la misión del Mesías, que viene a salvar a los hombres, todos e integralmente. y a encender en el mundo el fuego del amor, el que resolverá, evitándolos, todos los litigios entre los hermanos (cf. 1 Co 6. 1-11).

Zacarías, con este precioso cántico, nos ayuda a comprender con más claridad que Cristo es nuestra única esperanza. (1Tim 1,1). Nada más puede llenar nuestro corazón, y junto a Él encontraremos todos los bienes prometidos, que no tienen fin. Incluso los medios materiales que nos rodean y de los que nos servimos pueden ser objeto de la virtud de la esperanza en la medida que aprovechen para alcanzar el fin humano y sobrenatural del hombre. Nada ni nadie más que Cristo puede llenar nuestro corazón, es junto a Él que encontramos todos los bienes prometidos y la razón de vivir en este mundo hasta que nos llame, pero, como nos deja ver en la parábola del Evangelio de este día (Lc 12,13-21), no debemos convertir esos medios en fines. Un corazón que ama desordenadamente las cosas de la tierra estará como sujeto por una cadena que lo llevará hasta pelear, con el propio hermano, por causa de esos bienes. El cántico de Zacarías y la parábola de Jesús, nos ayudan hoy a agradecer la infinita misericordia de nuestro Dios y a darnos cuenta de que la medida de la riqueza espiritual no la da el tener más o menos dinero ni mucho menos el acaparar, sino el tener más o menos amor a Dios y a los demás. Nuestra Señora, esperanza nuestra nos ayudará a poner el corazón en su Hijo y los bienes que él nos trae y que son los que perduran para que seamos un signo creíble del amor de Dios para todos. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 20 de octubre de 2019

«DOMUND 2019»... Un pequeño pensamiento para hoy


Para el pueblo de Israel, había algunos salmos que, con sus imágenes, evocaban el tiempo de la larga peregrinación del Éxodo, en que una nube protectora tamizaba el sol ardiente del desierto y manifestaba, de forma clara y certera, el cuidado de Dios para con su pueblo. Al leer y reflexionar el salmo 120 [121] que en este día del DOMUND aparece en la liturgia de la Palabra como salmo responsorial, pienso en la larga peregrinación que la mayoría de los hombres y mujeres recorren en este mundo para llegar a la cada del Padre al final de la vida terrena y principio de la vida futura. Y lo pienso así, desde la perspectiva del DOMUND (Domingo MUNDial de las misiones), que nos invita a agradecer el don de la salvación que le da sentido a esta peregrinación por el mundo que todos hacemos y que, como el Papa Francisco ha dicho en su homilía del día de hoy en el Vaticano, ha de ser «una vida buena: una vida de servicio, que sabe renunciar a muchas cosas materiales que empequeñecen el corazón, nos hacen indiferentes y nos encierran en nosotros mismos; una vida que se desprende de lo inútil que ahoga el corazón y encuentra tiempo para Dios y para los demás». 

Desde el domingo de Pentecostés, el Papa Francisco envió su «Mensaje del DOMUND 2019» recordándonos que se daría en el marco de un mes misionero extraordinario, que habría de mover el corazón de todo bautizado invitándole a salir de sí mismo y a cumplir su tarea de discípulo–misionero del Señor. La Iglesia, que va en peregrinación hacia lo alto, es decir, hacia la Casa del Padre está en misión en el mundo —dice el Papa—. EN su mensaje afirma: «La fe en Jesucristo nos da la dimensión justa de todas las cosas haciéndonos ver el mundo con los ojos y el corazón de Dios; la esperanza nos abre a los horizontes eternos de la vida divina de la que participamos verdaderamente; la caridad, que pregustamos en los sacramentos y en el amor fraterno, nos conduce hasta los confines de la tierra (cf. Mi 5,3; Mt 28,19; Hch 1,8; Rm 10,18). Una Iglesia en salida hasta los últimos confines exige una conversión misionera constante y permanente. Cuántos santos, cuántas mujeres y hombres de fe nos dan testimonio, nos muestran que es posible y realizable esta apertura ilimitada, esta salida misericordiosa, como impulso urgente del amor y como fruto de su intrínseca lógica de don, de sacrificio y de gratuidad (cf. 2 Co 5,14-21). Porque ha de ser hombre de Dios quien a Dios tiene que predicar (cf. Carta apost. Maximum illud)». 

Yo creo que en la actualidad, por muchos y muy diversos motivos que son más que evidentes, hay una grave crisis de identidad entre los miembros de la Iglesia, porque la mayoría no se siente «discípulo–misionero» desde su bautismo. Es posible que el católico de nuestro tiempo esté tan lleno de ruidos, de prisas, de orgullo, de competitividad, de grandes logros y de no menos grandes y ruidosos fracasos en las cosas del mundo, que se haya olvidado de que ahí, cerca de él y aun en la intimidad de su ser, Dios está esperando que le dedique unos minutos de su preciosa vida para decirle con absoluta sencillez lo que piensa, lo que teme, lo que desea, lo que padece, lo que goza y el anhelo que tiene de que el número de discípulos–misioneros, como él, crezca y se extienda al mundo entero. El católico de hoy ha olvidado en mucho su condición de misionero y se ha contentado muchas veces con ser el discípulo que cumple solamente con lo estrictamente necesario. El texto del Evangelio de hoy domingo (Lc 18,1-8) termina con una frase que a todos nos debería impactar: «cuando venga el Hijo del hombre, ¿creen ustedes que encontrará fe sobre la tierra». Ser discípulo–misionero de Jesús significa acción, marcha hacia adelante. Por eso el Dios que el texto de hoy transmite es un Dios de la acción, del camino, de la lucha; un Dios cercano y entrañable para el que vive en esas condiciones; un Dios que jamás defrauda al que está en la brecha y que ora con fe y confianza. Ser seguidor de Jesús significa, entre otras cosas, vivir desde la experiencia de un Dios así que nos invita a ser «discípulos–misioneros» que vamos ascendiendo en la vida hasta llegar a la Casa del Padre. Hoy en este DOMUND tenemos que recordar que en nuestra condición de bautizados y bajo el amparo de María Santísima, la primera misionera, o vamos como misioneros, o enviamos misioneros o ayudamos a enviar misioneros a los que aún no conocen a Dios o lo han sacado de la escena de sus vidas. ¡Bendiciones! 

Padre Alfredo.

sábado, 19 de octubre de 2019

«DE GENERACIÓN EN GENERACIÓN»... Un pequeño pensamiento para hoy


Cada día de este año litúrgico 2018–2019, he compartido, hasta hoy, mi meditación diaria basándome en el salmo responsorial de la Misa de cada día y lo hago a la hora de la mañana que puedo, a veces muy de madrugada y otras mucho más tarde, como hoy. Al estar ya en octubre, empiezo a pensar en que línea llevará mi oración de la mañana para el nuevo ciclo litúrgico y de que parte de la liturgia de la Palabra partirá. Por lo pronto aquí estoy de nuevo situado frente al autor del salmo 104 [105], un salmo de 45 versículos de los que el salmo responsorial de hoy toma unos cuantos y me deja centrado en el versículo 8 que dice: «Ni aunque transcurran mil generaciones, se olvidará el Señor de sus promesas» y me voy al tiempo en que este salmo se escribió. El salmo cubre el período histórico que va desde el llamado de Abraham hasta que el pueblo se establece en la tierra prometida. Todo el salmo procura alabar a Dios con gratitud por su trato con el pueblo. Dios escogió a Abraham y le prometió que sus descendientes vivirían en la tierra de Canaán —ahora llamada Israel— y que serían tan numerosos que no se podrían contar (Gen 17,6-8). 

Para los primeros oyentes, los salmos históricos, como éste, eran recordatorios verídicos de los hechos pasados de Dios por el bien de Israel. Estos cánticos históricos se escribieron con el propósito de que se trasmitieran lecciones importantes a las generaciones futuras. Alaban las muchas promesas que Dios hizo y cumplió con fidelidad, además hacían un recuento de la infidelidad del pueblo. Nosotros tampoco podemos leer esta historia antigua sin reflexionar en la fidelidad que Dios tuvo con este pueblo que, muchas veces, fue de cabeza dura y no atendió al amor y fidelidad del Señor que nunca les retiró. La historia de la relación de Israel con Dios, fue constantemente contaminada con el veneno de la ingratitud, y de la insatisfacción; y solamente eran «agradecidos» cuando recibían respuesta a sus deseos pasajeros. Pero cuando atravesaban tiempos de adversidad, muy pronto se olvidaban de las «maravillas» con las cuales habían sido bendecidos en el pasado, y volvían a rendirse a un espíritu de queja y murmuración en contra de Dios. Eso me recuerda a algunas de esas personas que, cuando tienen el enfermo muy grave o aquel problemón que les llega hasta el pescuezo, rezan y van a Misa y luego, cuando aquello se ha superado, se olvidan del Señor. Cuántas veces, en más de una ocasión, tal vez nosotros mismos hemos abierto las puertas de nuestra mente y corazón a los pecados de la ingratitud y de la insatisfacción; pero gracias al autor del Salmo 105 podemos recordar esta mañana que existe el camino de la fidelidad y perseverancia que nos lleva a la gratitud al Señor que nunca nos deja. 

Atravesamos tiempos difíciles, una época en la que poco se agradece el don recibido, una época que se engolfa muchas veces en placeres pasajeros que en nada hacen referencia a la perseverancia en proyectos de toda clase, una época en la que parece que no se quiere hacer memoria ni de Dios ni de nada. Es entonces un tiempo espinoso en que en la vida pública se reivindica la laicidad, obligando a los creyentes a manifestar su fe y su gratitud en el Señor únicamente en el ámbito privado. Cuando un cristiano, un presbítero, un obispo, el Papa mismo..., dice alguna cosa públicamente, aunque sea llena de sentido común, molesta, únicamente porque viene de quien viene, como si nosotros no tuviésemos derecho —¡como todo el mundo!— a decir lo que pensamos. Por más que les incomode, no podemos dejar de anunciar el Evangelio y recordarle a la humanidad que Dios está vivo y que «nunca olvida sus promesas». En todo caso y en todo momento habrá que seguir hablando de las promesas del Señor que cruzan de generación en generación seguros de que, como dice el Evangelio de hoy, «el Espíritu Santo les enseñará en aquel momento lo que convenga decir» (Lc 12,8-12). Al respecto, san Cirilo de Jerusalén lo remataba afirmando que «el Espíritu Santo, que habita en los que están bien dispuestos, les inspira como doctor aquello que han de decir». El Señor quiere prevenirnos contra la apostasía, pues la voluntad del Padre Dios es que creamos en Aquel que Él nos ha enviado y que, de generación en generación está siempre dispuesto a perdonarnos si volvemos a Él con un corazón sincero y arrepentido y le dejamos actuar como María, como los santos, como tanta gente buena que aún en medio de este mundo que parece hacer a un lado la acción del Espíritu Santo, se dan cuenta de que «el Señor es nuestro Dios y gobiernan la tierra sus decretos». ¡Bendecido sábado! 

Padre Alfredo.

viernes, 18 de octubre de 2019

«No dejar vacío el corazón»... Un pequeño pensamiento para hoy


Jesús es la expresión viviente y la encarnación de la ternura de Dios de que habla el salmo 144 [145 en la numeración hebrea de nuestras Biblias] y otros más. Él es aquel cuyo «reino es para siempre y su imperio por todas las generaciones» aunque gran parte de la sociedad de hoy no lo acepte y busque diversas maneras de rechazarlo. El mundo moderno, marcado por el relativismo, está tentado a rechazar toda trascendencia. En esta perspectiva reduccionista, esos consideran que el universo y el hombre se bastan a sí mismos. Sin embargo hay algunos de de ser los ateos más lúcidos, han pasado a ser agnósticos, hombres y mujeres que, sin negar la existencia de Dios, consideran inaccesible para el entendimiento humano la noción de lo absoluto y, especialmente, de Dios y confiesan que la condición humana de permanecer en el ateísmo es trágica. Algunos de ellos, han cambiado su mirada hacia ese Dios del que decían que no existía y redefinen al hombre como «un ser que solamente puede realizarse en dependencia de Otro». El novelista, aventurero y político francés André Malraux (París, 3 de noviembre de 1901 – Créteil, 23 de noviembre de 1976) decía que «el problema principal para un agnóstico de nuestro tiempo es el siguiente: puede existir una comunión sin trascendencia, y si no, ¿sobre qué puede fundar el hombre sus valores supremos?... Soy un agnóstico ávido de trascendencia que aún no recibe su revelación». 

Dios no es del mismo orden de lo creado. El salmista lo dice hablando de su magnificencia, de su gloria, de su grandeza. Dios nos supera totalmente, así como el infinito es de un orden completamente diferente al finito, sin embargo Dios quiere que existamos ante El y como dice el salmista: «No está lejos de aquellos que lo buscan; muy cerca está el Señor, de quien lo invoca». Dios, así, es también el totalmente próximo, el inmanente, el Dios con nosotros, el Dios que hizo la Alianza. El Señor es grande, clemente y misericordioso, bondadoso para todo el mundo, sus obras son obras de amor, está cerca de los que lo invocan. Sus acciones son calificadas por el autor del salmo de grandezas, proezas, hazañas, temibles proezas, favores, gloria, majestad. El Señor sostiene y endereza a los que se caen y se doblan, da la comida y sacia a todos los seres vivos, está cerca de los que lo invocan sinceramente, satisface los deseos de sus fieles y los salva, guarda a los que lo aman, destruye a los malvados pero, todo esto toca al hombre descubrirlo, y por eso ha de enamorarse de Dios, por eso la liturgia judía reza este salmo dos veces al día: al final de la plegaria litúrgica de la mañana (shaharit) y al inicio de la plegaria litúrgica del mediodía (minhah). Muchos de sus versículos tienen sentido por sí mismos y pueden ser utilizados como breve oración personal a lo largo de nuestra jornada laboral. Hoy en el Evangelio (Lc 10,1-9) Jesús nos invita a orar. En el marco de la fiesta del evangelista San Lucas a quien celebramos este día, el Señor invita a los que le siguen a rezar para que el «Dueño de la mies», mande obreros a su mies. Los cristianos de hoy, que escuchamos tantas cosas negativas, no debemos ceder nunca a la tentación de convertirnos en lobos entre lobos, que es quizá lo más fácil para dar rienda suelta a muchos criterios humanos torcidos que quieren llevar al hombre al sin sentido, sino debemos orar pidiendo al Señor envíe pastoras que nos guíen y nos ayuden a ver que es con el don de uno mismo, con el amor llevado al extremo, también a esos enemigos como el mundo será lo que Dios quiere que sea. 

Leyendo este precioso salmo 144 [145] uno se da cuenta de lo absurdo de asociaciones como esa recientemente creada por un grupo de mujeres en Zacatecas, México, que se llama «Movimiento Apostasía Colectiva Zacatecas» y que atacan —según ellas— «la ultraconservadora, retrógrada, opresora y sexista ideología de la Iglesia católica». Yo, después de leer este salmo y de ver en estos días noticias como esta de la creación de ese movimiento, entiendo las acciones que realiza el enemigo, el maligno, el «indecente» —como lo llamaba la hermana Esthela Calderón que en paz descanse— para dividir a nuestro pueblo, un pueblo cuyas generaciones pasadas estaban totalmente arraigadas en Dios y vencer así, introduciendo idelogías que le llevan a sacar a Dios de sus vidas y a dejar espacio para que entre... ¿qué? Porque, si el hombre echa fuera a Dios de sus vidas y de su escenario social... ¿qué quedará en su alma y en su corazón?, ¿quién puede llenar ese vacío interior? Oremos, roguemos al Dueño de la Mies que escuche nuestras súplicas, pidamos al Señor pastores que nos acerquen más y más a él y, mirando a María siempre fiel, pidámosle que nos alcance el ser pregoneros del amor de este Dios maravilloso, el único que puede llenar el vacío que el mundo que aparentemente lo da todo, va dejando en el corazón del hombre y de la mujer de hoy. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

jueves, 17 de octubre de 2019

«Desde el abismo de mi nada»... Un pequeño pensamiento para hoy


En los sublimes versos del salmo 129 [130], se evidencia una joya literaria extraordinaria de acatamiento al Padre celestial por parte del autor sagrado, que nos hace ver que se necesita un corazón totalmente contristo y humillado para que la acción del Rey de reyes y Señor de señores pueda hacerse evidente en las vidas de cada uno de los hijos que realmente se encuentran arrepentidos de sus pecados y convencidos de que Dios siempre estará al servicio de quien desee recibirlo. Esto nos lleva a comprender que a pesar de que nuestra humana nos lleva muchas veces a fallarle de una y mil formas, mientras estemos cimentados en Él nada nos separará de su amor, su gloria y gracia en nuestras vidas. Si el Señor conservara el recuerdo de nuestras culpas ¿quién resistiría ante Él? Pero el Señor está lleno de amor y de misericordia hacia nosotros. Él jamás dará marcha atrás en el amor que nos tiene. Y sin importar qué lejos se hayan ido sus hijos, Él sale a buscarlos para ofrecerles su perdón, su vida y su paz. Y esta búsqueda del pecador se ha concretizado en la Encarnación del Hijo de Dios, por cuya sangre hemos sido perdonados y reconciliados con Dios. 

Este salmo, que el autor sagrado pone en su propio corazón o en el de alguien que está atravesando una grave situación y por eso clama al Señor dirigiéndole la súplica: «Señor, escucha mi clamor; que estén atentos tus oídos a mi voz suplicante», puede estar también perfectamente en nuestro corazón y en el de cada uno de los De la súplica pasa a la confianza, invitando a todo Israel a participar de este horizonte de los discípulos–misioneros de Cristo que caminamos por este mundo con la esperanza de ser —a pesar de nuestra miseria— escuchados por Dios. Desde siempre este salmo se ha conocido como el «De profundis» y se ha considerado como un espléndido himno a la misericordia y al perdón divino. Es uno de los salmos que nos son más familiares, porque es de los más usados, amados y estudiados. Y, como alguien dijo por ahí, «el más bello grito de esperanza salido del corazón humano». El autor sagrado quiere mostrar un rostro distinto de Dios, un rostro que muchos, en su tiempo, no conocían, pues se movían ante Dios solamente por miedo. El escritor sagrado, inspirado por el mismo Dios nos muestra el rostro de la misericordia divina. 

El Evangelio de hoy sigue con «los ayes» de Jesús (Lc 11,47-54), esta serie de lamentaciones de Jesús. El mundo de hoy está hoy necesitando que los discípulos–misioneros de Cristo seamos como Él. Hombres y mujeres que sepan hablar con valentía, que tengan el coraje de anunciar el Reino y de denunciar aquello que se opone a éste. No es nada fácil, pues la suerte del profeta siempre será muchas veces la misma: el desprecio, el descrédito, incluso la misma muerte. Sin embargo, ¿cómo podemos quedarnos callados cuando vemos que nuestro mundo va caminando a la oscuridad; cuando los valores morales van desapareciendo y cuando el cristianismo se ha hecho una rutina de domingo en lugar de una vida. Nuestro papel como Bautizados, como heraldos de la buena noticia del Evangelio nos lleva vivir y predicar con la verdad, aunque el hombre actual vuelve la vista y haga oídos sordos a la verdad. El camino de salvación —lo sabemos todos— se construye con vidas que crecen a porfía en el amor, en la fidelidad, en la entrega, en la justicia y que se hacen para muchos un «¡Ay de ustedes!» con la sola presencia y manifestación de una vida que desde lo hondo, desde el abismo de los propios pecados clamo al Señor. Hoy quiero terminar con una oración que hace el padre Carlos G. Vallés basado en el salmo responsorial de hoy: «Sea cual sea la oración que yo haga, Señor, quiero que vaya siempre precedida por este verso: «Desde lo hondo». Siempre que rezo voy en serio, Señor, y mi oración brota de lo más profundo de mi ser, de la realidad de mi experiencia y de la urgencia de mi salvación. Siempre que rezo, lo hago con toda mi alma, pongo toda mi fuerza en cada palabra, toda mi vida en cada petición. Conozco mi indignidad, Señor, conozco mi miseria, conozco mi pecado. Pero también conozco la prontitud de tu perdón y la generosidad de tu gracia, y eso me hace esperar tu visita con un deseo que me brota también de lo más profundo de mi ser. Observa mi interés, Señor, comprueba mi ansiedad. Te necesito como el centinela la aurora, como la tierra necesita el sol. Te necesito como el alma necesita a su Creador. Cuando rezo, rezo con toda mi alma, porque sé que tú lo eres todo para mí y que la oración es lo que me une a ti un vínculo existencial y diario». Que María Santísima nos ayude a acercarnos al Señor para orar desde el abismo de nuestra nada pidiendo que fieles en la escucha de su Palabra, seamos también fieles en la puesta en práctica de la misma, seguros de ir por el buen camino, por el camino de la verdad de Cristo y de su Iglesia, que es la misma verdad. ¡Bendecido jueves! 

Padre Alfredo.

miércoles, 16 de octubre de 2019

«Confianza en Dios»... Un pequeño pensamiento para hoy


Empiezo mi reflexión de esta mañana, como algunas veces lo hago, con un cuento que me hace entrar en el tema de mi meditación: «Un alpinista se preparó mucho para conquistar el Aconcagua. Conociendo todos los riesgos, inició su travesía sin compañeros, en busca de la gloria sólo para él. Empezó a subir y se fue haciendo tarde y él no se preparó para acampar, sino que decidió seguir subiendo para llegar a la cima ese mismo día. Pronto la noche cayó con gran pesadez y ya no se podía ver absolutamente nada. Todo era negro, no había luna y las estrellas estaban cubiertas por las nubes. Subiendo por un acantilado, a unos cien metros de la cima, se resbaló y se desplomó por los aires. Caía a una velocidad vertiginosa y con la terrible sensación de ser succionado por la gravedad. Seguía cayendo...y en esos angustiantes momentos, pasaron por su mente todos los momentos de su vida, pensaba que iba a morir, pero de repente sintió un tirón muy fuerte que casi lo parte en dos... Como todo alpinista experimentado, había clavado estacas de seguridad con candados a una larguísima soga que lo amarraba. En esos momentos, suspendido por los aires sin ver absolutamente nada, no le quedo más que gritar: "¡Ayúdame Dios mío, ayúdame Dios mío!". De repente una voz grave y profunda de los cielos le contestó: "¿Qué quieres que haga?" Él respondió: "Sálvame, Dios mío". Dios le preguntó: "¿Realmente crees que yo te puedo salvar?" "Por supuesto, Dios mío", respondió. Entonces, corta la cuerda que te sostiene", dijo Dios. Siguió un momento de silencio y quietud. El hombre se aferró más a la cuerda y se puso a pensar sobre la propuesta de Dios... Al día siguiente, el equipo de rescate que llegó en su búsqueda, lo encontró muerto, congelado, agarrado con fuerza, con las dos manos a la cuerda, colgado a sólo dos metros del suelo... El alpinista no fue capaz de cortar la cuerda y simplemente, confiar en Dios.

La confianza es un elemento fundamental en toda relación humana y claro, con Dios también. Nuestra relación con Dios puede entrar en conflicto si comenzamos a desconfiar de él cuando las cosas no van por donde pensamos. Definitivamente la lógica de Dios no es la lógica de los hombres. Muchas veces no es que nuestra lógica sea una lógica equivocada sino que nos cuesta aceptar, con nuestro lento aprendizaje y nuestra falta de confianza en él, que Dios actúa con una lógica que no es limitada como la nuestra. Buen número de veces, aunque Dios utiliza muchos y diversos medios, instrumentos, circunstancias, palabras, mensajes, etc, nos cuesta trabajo someternos a lo que él nos dicta. Con frecuencia ante el consejo de Dios que llega por diferentes medios —aunque no sea directamente su voz como en el cuento— surgen preguntas que despiertan la desconfianza: «¿Y por qué?» «¿Quién dijo?» «A mí así no me gusta», etc. Palabras y actitudes que no sólo impiden el avance como hijos de Dios, sino que hacen perder múltiples bendiciones del Señor. En contraste cuando se decide alguien obedecer y confiar en el Señor, llega la bendición. La primera parte del salmo 61 [62], que este miércoles encontramos en el salmo responsorial, insiste en la confianza que hay que tener en Dios: «Sólo en Dios he puesto mi confianza», dice el salmista; «mi confianza es el Señor» afirma y nos lanza una invitación: «Confía siempre en él». Ésta es la clave del éxito en la vida del creyente, afirma en Papa Francisco: «¡La confianza en el Señor, encomendémonos al Señor!... Esta es una apuesta que tenemos que hacer: confiar en Él, porque nunca decepciona. ¡Nunca, nunca! Escuchen bien, chicos y chicas, que inician la vida: Jesús nunca decepciona» (Visita a la parroquia del Sagrado Corazón en Roma el 19 de enero de 2014). 

Hoy, en el Evangelio (Lc 11,42-46), escuchamos tres acusaciones muy duras de Jesús contra los fariseos, y una contra los juristas o doctores de la ley —que se lo buscaron metiéndose en la conversación—. Tres acusaciones que van directamente al corazón de estas gentes que confiaban mucho más en sus decisiones y normas humanas que en Dios. Si como los fariseos y los doctores de la ley nosotros tampoco confiamos en Dios sino en nuestros humanos criterios, seremos parte de una sociedad que vive de unas contradicciones que la mantienen en pie. Sin confianza en Dios se cae en la explotación como forma de producción, en el lucro como forma de intercambio y en la manipulación como la ideología vigente. Como Jesús necesitamos denunciar estos mecanismos de falta d confianza en el Padre Misericordioso que no abandona nunca y permitir que la lógica de Dios nos guíe. De esta forma dejaremos actual al Señor con su justicia y su misericordia como los fundamentos del cuidado que tiene de nosotros. Que nuestra Madre Santísima, Santa María de Guadalupe, llena de misericordia y consuelo, la mujer que siempre confió en la lógica de Dios, nos enseñe tener un corazón atento, compasivo, capaz de dejarse guiar por Dios. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.