sábado, 6 de abril de 2019

«Vamos hacia la Semana Santa»... Un pequeño pensamiento para hoy


Cada vez estamos más cerca de la Semana Santa, que es un tiempo en el que podríamos quedarnos simplemente en una contemplación sentimental de los misterios de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor, cuando lo que está sucediendo en la Semana Santa es que Cristo se convierte en el juez y Señor de la historia, en el único que puede vencer a lo que destruye a la historia, que es la muerte. Cristo, vencedor de la muerte, se convierte así en el Señor de toda la historia y de toda la humanidad; en juez de toda la historia de la humanidad, y lo hace a través de la cruz, por lo que se transforma de condena en redención. Cristo constantemente nos está diciendo que Él es redentor porque es Hijo de Dios. Es decir, Él es el redentor porque es igual al Padre. «Yo soy», no me ha dejado solo, yo hago siempre lo que a Él le agrada. Ése es Cristo. Por eso es nuestro redentor aunque como en el evangelio de hoy mucho no le crean (Jn 7,40-53). Cristo no es solamente alguien que se solidariza con nosotros, con nuestros pecados, con nuestras debilidades; Cristo es, por encima de todo, el Hijo de Dios, enviado al mundo para salvarnos y para celebrar ese acontecimiento es que en Cuaresma nos estamos preparando. No vivimos la Cuaresma como dejándonos embaucar por el Señor. Él es el Salvador de nuestra vida y nosotros lo buscamos con más intensidad en este tiempo litúrgico porque lo amamos y queremos comprometernos con Él y con su Reino resucitando con Él a una nueva vida. 

Sabemos que el Hijo del Hombre es también el Hijo de Dios. Nosotros creemos en Él y aceptamos su vida en nosotros. Esa Vida nos hace signos de su presencia en nuestro mundo tan desgarrado por el pecado. Tal vez tengamos que padecer mucho por dar testimonio de nuestra fe, pero sabemos que el Señor, que también padeció, y mucho más que nosotros, siempre estará a nuestro lado para que, al llegar nuestra hora, no vayamos hacia la muerte, sino hacia la Vida eterna, pasando por la muerte. Así hemos de vivir continuamente nuestra Pascua, pues ya desde ahora, perteneciendo a Dios, moriremos al pecado y resucitaremos a una vida nueva. Y esto, Dios lo hace realidad en nosotros, de un modo especial al celebrar la Eucaristía, en la que vivimos una auténtica vida de comunión con el Señor. 

El autor del salmo 7, del que hoy leemos algunos trozos (Sal 7,2-3.9bc-10,11-12) nos dice que Dios conoce hasta lo más profundo de nuestro ser. Ante Él no se oculta nada de nuestra vida. Pero Él no ha venido a juzgarnos, sino a salvarnos perdonando todas nuestras culpas. El salmista, inspirado por Dios mismo, nos aclara que a eso le llevó el amor que nos tiene. Y Él nos pide que perdonemos a los demás sus deudas, sus ofensas, como nosotros hemos sido perdonados por Dios. Una vez redimidos, salvados, perdonados por el Señor, Él vela por nosotros como Padre amoroso, compasivo y misericordioso. A la luz de este salmo, podemos ver con más claridad que el amor de Dios se manifestó en esto: en que siendo aún pecadores nos envió a su propio Hijo, el cual murió por nosotros para el perdón de nuestros pecados y para hacernos sus hijos. Entre más avanzamos en la Cuaresma, más vamos admirando la decisión radical de Cristo, su fidelidad a la misión encomendada, su solidaridad con todos nosotros, en su camino hacia la cruz. Esta admiración irá creciendo a medida que nos aproximemos al Triduo Pascual. Pidámosle a María santísima, la Madre siempre fiel, que nos ayude a ser valientes como Jesús, a no desviar nuestra vista hacia otros intereses, hacia otros proyectos para la Semana Santa que no sean los de vivir íntimamente con el Señor su pasión y muerte para resucitar con él a una nueva vida. Los discípulos–misioneros de hoy no debemos asustarnos de ser como Jesús, signos de contradicción en un mundo que caminando de espaldas al Evangelio, persigue la justicia, justifica sus fechorías con la palabra o con la ciencia, y descalifica a los que son de Galilea o del mundo de los descartados. Nuestros días son también tiempos de unidad con todos, porque lo que nos une es la lucha por un mundo nuevo, donde la vida florezca para todos. ¡Bendecido sábado! 

Padre Alfredo.

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