viernes, 12 de abril de 2019

«LA IMPORTANCIA DEL MAESTRO CATÓLICO»... Tema de reflexión para Cuaresma y para siempre

Las hermanas Siervas de María Inmaculada, me han invitado a dar una charla y a celebrar la Misa para el retiro de sus maestros en este tiempo de Cuaresma ante la llegada ya inminente de los días de la Semana Mayor. 

Comparto aquí el texto íntegro de la reflexión porque creo que puede servir a otros profesores en estos turbulentos tiempos que vive nuestra sociedad y en los que el papel del profesor católico es primordial:

El maestro, en la labor educativa de las aulas, tiene una situación de contacto privilegiada y permanente con seres humanos, en este caso concreto de este colegio con niños de kinder, pre-primaria y primaria, en esta situación, experimenta muchas alegrías, recompensas, dificultades, penas, y situaciones diversas, que en ocasiones generan desgaste espiritual y humano. Un día de retiro, se convierte en ocasión para que el profesor pueda reencontrarse consigo mismo, con sus compañeros y con Dios, lo que le da mayor sentido a su labor dentro del aula, en una especie de trabajo pastoral, ya que la educación católica está concebida como un espacio de evangelización para que los docentes vivan a profundidad su fe y la fe que nos propone la Iglesia. La educación, constituye siempre una gran preocupación en el corazón de los hombres y mujeres de Iglesia que nos han precedido en esta tarea. La beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento decía que la labor del maestro es «formar a Cristo en el alumno» y Monseñor José Abraham Martínez Betancourt, fundador de las Siervas de María Inmaculada a quienes ha sido encomendado este colegio «10 de Mayo», en una de sus cartas a sus hijas Siervas de María Inmaculada les dice: «La educación comienza por la familia y por la escuela, por consiguiente, ahí tienen ustedes un campo amplio para desarrollar su actividad en medio de la sociedad en que viven» (Carta del 1 de enero de 1979).

Nos encontramos casi al final de la Cuaresma y en el preámbulo de la Semana Santa. Es un buen tiempo para hacer un alto y avanzar en el conocimiento de Cristo, de ese Cristo que se debe formar en cada alumno, pero también de ese Cristo con el que debemos encontrarnos para aumentar y mejorar la vida espiritual que sostiene nuestro compromiso bautismal.

1. Este es un buen tiempo para examinar la propia conciencia.


La práctica de hacer un examen de conciencia, era algo muy frecuente en los tiempos apostólicos y una cuestión que los santos padres citan con frecuencia. También los santos nos recomiendan hacerla. San Agustín dice: «Avancen siempre, hermanos míos. Examínense cada día sinceramente, sin vanagloria, sin autocomplacencia, porque nadie hay dentro de ti que te obligue a sonrojarte o a jactarte. Examínate y no te contentes con lo que eres, si quieres llegar a lo que todavía no eres. (San Agustin Sermón 169). 

Con el examen de conciencia, uno puede darse cuenta de las propias faltas y se puede arrepentir de ellas más fácilmente. «¡No dejen de anotar su examen de conciencia!», les dice Monseñor José Abraham a las hermanas (Carta del 29 de septiembre de 1965).

¿Y qué puede examinar un maestro y alguien que, desempeñando alguna otra función, labora en un centro educativo? Hay —como se dice— mucha tela que cortar. 

El camino de la santidad, que nos lleva al cielo, es estrecho y lleno de dificultades, todos necesitamos hacer de vez en cuando un alto para examinarnos y ver por dónde va nuestro ser y quehacer. En el número 13, de su reciente Exhortación Apostólica «Christus vivit», el Papa Francisco nos recuerda: «La Palabra de Dios nos pide: «Eliminen la levadura vieja para ser masa joven» (1 Co 5,7). Al mismo tiempo nos invita a despojarnos del «hombre viejo» para revestirnos del hombre «joven» (cf. Col 3,9.10). Y cuando explica lo que es revestirse de esa juventud «que se va renovando» (v. 10) dice que es tener «entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándose unos a otros y perdonándose mutuamente si alguno tiene queja contra otro» (Col 3,12-13). Esto significa —dice el Santo Padre— que la verdadera juventud es tener un corazón capaz de amar. En cambio, lo que avejenta el alma es todo lo que nos separa de los demás. Por eso concluye: “Por encima de todo esto, revístanse del amor, que es el vínculo de la perfección” (Col 3,14)». Con estas palabras, podemos ver que, como equipo de trabajo, aquí debe brillar el amor y entonces es necesario, en este alto, hacer un examen sobre el amor, el amor a Dios, el amor a los compañeros de trabajo, el amor a los niños, el amor a las hermanas religiosas que dan vida espiritual a este plantel. «Sigue el consejo de los prudentes y no desprecies ningún buen consejo», dice el libro de Tobías (Tob 4,18).

2. La mortificación no ha pasado de moda.


La Cuaresma y la Semana Santa, deben ser un tiempo de entrega generosa, de ofrenda sincera, de sacrificios que duelen pero que nos vuelven fecundos en nuestra vida espiritual. Este tiempo, para todo hombre y mujer de fe, es un tiempo para morir, de cierta manera, a lo terrenal: «la fornicación, la impureza, la pasiones desordenadas, los malos deseos y la avaricia, que es idolatría; a causa de las cuales cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia» dice San Pablo a los colosenses (Col 3,5-6). El mismo Apóstol de las Gentes dice: «Castigo mi cuerpo y lo esclavizo, no sea que habiendo predicado a los otros venga yo a ser reprobado» (1Cor 9,27).

Para entender la mortificación cristiana que puede hacer un maestro por sus alumnos, basta leer a San Francisco de Sales que dice: «Los cotidianos, aunque ligeros, actos de caridad: el dolor de cabeza o de muelas; las extravagancias del marido o de la mujer; el quebrarse un brazo; aquel desprecio o gesto; el perderse los guantes, la sortija o el pañuelo; aquella tal cual incomodidad de recogerse temprano y madrugar para la oración o para ir a comulgar; aquella vergüenza que causa hacer en público ciertos actos de devoción; en suma, todas estas pequeñas molestias, sufridas y abrazadas con amor, son agradabilísimas a la divina Bondad» (Introducción a la vida devota 3,35).

¿Qué haces tú por tus alumnos desde tu condición de cristiano o cristiana comprometidos? ¿Cómo haces tu trabajo para que el colegio ofrezca un espacio de santificación para los pequeños? Dice San Pablo: «Y todo lo que hagan, haganlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres» (Col 3,23). 

Hay una anécdota que habla de un rabino —¿ustedes saben qué es un rabino?— que acostumbraba ayunar todos los sábados. El hombre se ausentaba a la hora de la comida, desapareciendo de la vista de todos, cosa que despertó la curiosidad de su congregación, que se preguntaba a dónde iría el rabino. Todos imaginaban que en su tiempo de ayuno, se encontraba secretamente con Dios y para averiguarlo designaron a un miembro de la congregación para que lo siguiera. El «espía» lo siguió y vio que el rabino se disfrazaba de campesino para ir a atender a una mujer pagana paralítica, limpiando su casa y preparando para ella la comida del sábado. Cuando el «espía» regresó, la congregación le preguntó: «¿Qué ha hecho el rabino en sus horas de ayuno? ¿A dónde ha ido? ¿Le has visto ascender al cielo?». «No», respondió el otro, «ha subido aún más arriba».

Este es el camino de la santidad laical, de la santidad que ustedes pueden vivir, el esforzarse por ir más allá de lo establecido y hacer todo para Dios, todo ofrecerlo a Dios, el propio trabajo, el apostolado que se puede hacer escuchando a los niños que tanto lo necesitan, el estudio para estar al día, el cuidado de su vida familiar, poniendo a Cristo a la cabeza de toda realidad social, así se puede vivir la mortificación y caminar por la senda de la Santidad. Así lo enseñó San Jose María Escrivá de Balaguer: «No hay situación terrena, por pequeña y corriente que parezca, que no pueda ser ocasión de un encuentro con Cristo y etapa de nuestro caminar hacia el Reino de los cielos» (Es Cristo que pasa n˚ 22).

Hace pocos días, le llamé por teléfono a una de mis maestras, quizá la más recordada. La profesora Magda Yolanda Villarreal Fernández, mi maestra de matemáticas de secundaria. ¡No tengo nunca con que pagar la entrega y la mortificación de esta extraordinaria mujer que en nuestra adolescencia dejó grabada su pasión por enseñar, educar y formar a Cristo en sus alumnos! Y no hablo de una religiosa ni de una institución católica. Era la Secundaria Vicente Guerrero en San Nicolás de los Garza, N.L., una escuela de la SEP. La profesora Magda nos hacía las clases tan amenas, que aún hasta el más pelado con las matemáticas terminaba haciendo ecuaciones con gusto. Cuando se llegaba el fin de semana y escuchaba que había fiestas de quinceañeras y demás. Nos decía: ¡Muchachos —siempre nos llamó así— yo los acompaño si quieren y llevo a los que necesiten en mi carro! ¿Cómo nos metíamos hasta 9 en un datsun? Allí, con la maestra en la fiesta, díganme ustedes ¿cómo nos teníamos que comportar? Y nunca nos sentimos vigilados sino acompañados por alguien «diligente, sin flojedad, fervorosa de espíritu, como quienes sirven al Señor» diría San Pablo (Rm 12,11). 

«Yo conozco tus obras» —dice el libro del Apocalipsis—, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Así, por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca (Apoc 3,14-15)

El apóstol san Juan, enseña que Dios odia a los tibios, a los que no se mortifican, a los que pasan por la vida sin ton ni son, a los que viven sin pasión, por eso usa una expresión tan fuerte como «vomitarles de su boca». Se vomita lo que daña, lo que no ha sentado bien, así son los tibios para Dios. La tibieza se combate con la diligencia, la mortificación, la entrega, la pasión. La tibieza es hoy muy común en muchos que se dicen católicos y que han sido seducidos por la sociedad materialista y de consumo en la que vivimos, una sociedad con un estilo de vida que, como una sanguijuela, chupa la sangre, las energías, el gozo, la alegría de vivir. Decía San Juan de la Cruz: «Suelen tener tedio (los principiantes) en las cosas que son más espirituales y huyen de ellas, como son aquellas que contradicen el gusto sensible ….. Y así por esta acedia posponen el camino de perfección» (Noche oscura,1,7).

3. Hay que orar sin cesar.


Hay un cuentito que habla de un maestro que invitó al gobernador de cierto lugar a practicar la oración porque él lo hacía a diario y le iba muy bien, le rendía el tiempo, sus alumnos estaban contentos, y en su colegio había un muy buen ambiente. El maestro quiso dar ese buen consejo a aquel hombre para que su pueblo estuviera mejor. Pero el gobernador le dijo que estaba muy ocupado, que no tenía tiempo, y la respuesta del maestro no se dejó sentir: «Me recuerdas a un hombre que caminaba por la jungla con los ojos vendados —le dijo— y que estaba demasiado ocupado para quitarse las vendas». El gobernador siguió alegando su falta de tiempo y el maestro le dijo: «Es un error creer que la oración no puede practicarse por falta de tiempo. El verdadero motivo es la agitación de la mente que se embota». ¿Qué tiempo le dedicamos a nuestro encuentro con Dios en la oración cada día? ¿Cómo podemos conservar nuestra intimidad con Dios, en el ritmo de vida cotidiano para orar por los alumnos? ¿Cómo le podremos pagar al Señor que nos de un trabajo y la oportunidad de servir ala sociedad con una vocación tan especial como ésta? Monseñor José Abraham escribe: «El amor infinito con que Jesucristo nos ha amado, hasta el extremo de dar su vida por nosotros en la cruz exige de nosotros una gran correspondencia de amor» (1 de junio de 1980). Por eso, hay que orar, «oren sin cesar» dice San Pablo a los tesalonicenses (1Tes 5,17).


La Iglesia propone diversas formas de oración para los laicos que todo maestro puede practicar: Rezo del Santo Rosario, La Liturgia de las Horas, La Lectio divina, el Ángelus, etc. La oración es un gran medio de santificación que Dios pone a nuestro alcance. San Juan Bautista de la Salle, recomendaba a sus maestros que, de vez en cuando, hicieran un alto en la clase que estaban dando e hicieran una pequeña monición: «Recordemos que estamos en la presencia del Señor —y guardaba un pequeño momento de silencio— ¡Adorémosle! —decía. Esta práctica la siguen haciendo los lasallistas en sus escuelas. Yo fui maestro de prepa, en la facultad de administración y de arquitectura de una universidad lasallista y lo solíamos hacer. 

Pero, no hay que olvidar que en el mejor sitio donde podemos estar para orar es en la celebración de la Misa, especialmente en la participación de la Misa Dominical. Por eso la Eucaristía comenzó a ser el centro de la fe cristiana desde los tiempos apostólicos. Un maestro que acude con frecuencia a Misa y al Santísimo Sacramento —aquí tienen una capilla, ¿cuántas veces visitan al Señor?— logra mucho para sí y para sus alumnos. San Alfonso María de Ligorio enseñaba: «Jesucristo quiso quedarse en la tierra bajo las especies de pan, no solo para servir de alimento a las almas que lo reciben en la sagrada Comunión, sino también para ser conservado en el sagrario y hacerse presente a nosotros, manifestándonos por este eficacísimo medio el amor que nos tiene» (Visitas al Santísimo. Sacramento, 2). El obispo José Abraham, en una de sus cartas escribe: «Si descuidan la Santa Misa no les puede ir bien. Si descuidan la meditación, el examen de conciencia, la lectura espiritual y el Santo Rosario, se irá debilitando su amor a Dios y después serán incapaces de comprender el amor de Dios» (Carta del 10 de abril de 1970).

4. Estamos aquí para amar como Cristo nos amó.


«Me amó y se entregó por mí» dice San Pablo a los Gálatas (Gal 2,20). Y no hay prueba más grande de ese amor que haber muerto por nosotros para luego quedarse en la Eucaristía.

En un mundo que rehuye el dolor, el sufrimiento, la cruz de Cristo se presenta como referencia. Un Dios condenado, un Dios sufriente, que murió por nosotros debe inspirarnos a ver el dolor de la entrega como un medio de purificación, como una prueba de amor, y santidad, dirá por eso San Ignacio de Loyola: «cuando Dios envía a un alma sin culpa suya, grandes sufrimientos, señal clara es que pretende elevarla a la santidad» (Escritos).

Me viene a la mente un relato que leí por ahí y que dice: «Por la calle vi una niña aterida y tiritando de frío dentro de su ligero vestidito y con pocas perspectivas de conseguir una comida decente. Me encolericé y le dije a Dios: ¿Por qué permites estas cosas? ¿Por qué no haces nada para solucionarlo? Durante un rato, Dios guardó silencio. Pero aquella noche, de improviso, me respondió: ¡Ciertamente que he hecho algo, te hice a ti!».

Un buen maestro, un buen trabajador de un centro educativo católico, sabe que debe saber guardar distancia con el mundo, como todo católico vive en el mundo, pero no es del mundo, y por tanto no cae en lo mismo que caen aquellos que no son cristianos, en espectáculos impúdicos, en asistir a lugares de pecado, en vivir en frivolidad etc. 

¿Cómo formar a Cristo en el alumno sin alejarse de todo lo que va contra la moral, contra la espiritualidad católica y contra los valores, pero sin dejar de vivir en el mundo, en las realidades cotidianas? Amando. Sí, descubriendo y viviendo en el verdadero amor, el amor de Dios. «Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe... Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada» dice San Pablo a los corintios (1 Cor. 13,1-3).

Transcribo ahora un largo trozo de una carta que Monseñor José Abraham, cuando era obispo de Tacámbaro dirige al pueblo de Dios y que mucho nos deja para meditar: «Todos tenemos que cooperar a vivir en nuestra comunidad como verdaderos cristianos. Tu vida moralmente cristiana también hace falta a la comunidad, así́ como la vida moralmente cristiana de los demás es un apoyo para ti. Examina no solo tu vida individual, sino también tu vida de comunidad cristiana. 

¿Por la radio o la prensa te has dado cuenta de las guerras que hay entre naciones, de los colonialismos con que se esclavizan unos a otros? ¿Y tú qué has hecho por ellos? ¿Al menos has pedido a Dios que los ilumine para que encuentren la paz por los caminos de la justicia y la caridad? ¿Has oído quejas de deshonestidad y corrupción pública? ¿Y tú te has contentado con criticar, o has hecho algo cooperando con los demás para conseguir el remedio de estos males? ¡A lo mejor tú mismo, por miedo o por conveniencia, has cooperado a sostener esos males!
¿Has oído hablar de abusos de autoridad o de que la justicia se vende? ¿Y tú que has hecho para unirte con los demás y conseguir que quien tiene autoridad remedie esos males? ¡No vaya a suceder que tú mismo te valgas de influencias para que se haga alguna injusticia de la que tú esperas provecho!

Y hay más cosas, de las que debemos examinarnos, y debemos buscar el remedio, pero no por los caminos de la violencia sino todos unidos por los caminos de la verdad, la justicia y la caridad. Así́ es como debemos vivir el Reino de Cristo, que es Reino de verdad, de amor, de justicia y de paz» (Carta al pueblo de Dios el 26 de noviembre de 1972).

Así que en estos días hay mucho que hacer para re-estrenarse en la vida y en la tarea como maestros, como gente que trabaja en un centro de educación católica. El Papa Francisco varias veces ha hablado a los maestros y antes de terminar esta reflexión, quiero compartirles algunos de sus pensamientos que los animen a seguir dando la vida en esta hermosa tarea que realizan: 

«Ser profesor —dice el Santo Padre— no es solo un trabajo: es una relación en la que cada maestro debe sentirse enteramente implicado como persona, para dar sentido a la tarea educativa hacia los propios alumnos» (Marzo de 2015).

«El docente —dice en otra ocasión— es como el Sol. Muchos no ven su trabajo constante, porque sus miras están en otras cosas, pero no deja de irradiar luz y calor a los educandos, aunque únicamente sabrán apreciarlo aquellos que se dignen “girarse” hacia su influjo. Yo les invito a ustedes, profesores, —continúa diciendo el Papa— a no perder los ánimos ante las dificultades y contrariedades, ante la incomprensión, la oposición, la desconsideración, la indiferencia o el rechazo de sus educandos, de sus familias y hasta de las mismas autoridades encargadas de la administración educativa. La educación es el mejor servicio que se puede prestar a la sociedad, pues es la base de toda transformación de progreso humano, tanto personal como comunitario» (Mensaje del año 2016).

«Un pueblo que no es educado, o por la guerra o por todas las razones que hay para no poder tener educación, es un pueblo que decae. Decae, decae, incluso puede caer hasta el nivel de los instintos. Por eso quiero destacar su noble tarea. Los maestros son: ¡Artesanos de humanidad! ¡Y constructores de la paz y del encuentro! (IV encuentro mundial sobre la educación, celebrado en Dubái, Emiratos Árabes, videomensaje).

5. Vivir este tiempo con María.


Si todo lo que hemos meditado aquí, en este día ya casi finalizando la cuaresma, lo depositamos en el corazón de María, la Madre de Dios y Madre nuestra, a quien la contemplamos como la Madre Dolorosa. Si en su corazón ponemos las tristezas de muchos de nuestros niños, las angustias de algunos padres y tutores y la soledad e incomprensión de muchos maestros que sufren en el mundo, entonces, este momento de reflexión, no será provechoso solamente para nosotros, para nuestras almas, sino que ella lo multiplicará para muchos más porque es Madre de todos. No tengan miedo de vivir en plenitud la Semana Santa, que no sea solo un tiempito para quedarse sin los alumnos y darse a retozar. No teman recorrer su Semana Santa con las prácticas que la Iglesia nos propone, no renieguen de su cruz, que es la cruz del Señor. Levanten los ojos y vean la mano de María su Madre, nuestra Madre extendida y sólo tómenla, y verán que su misión se seguirá realizando en medio del mas profundo amor. Vivan su tarea educativa como Cristo que dice: «¡A mí nadie me quita la vida, yo la doy porque quiero!» (Jn 10,18).

En esta Semana Santa, ya inminente, estoy seguro de que Dios quiere hacer nueva tu vida. «Hagan todo lo que él les diga» (Jn 2,5), esta expresión del diálogo entre Jesús y María en las Bodas de Caná les ayudará a esperar contra toda esperanza, No tengan miedo, no hay fracaso en la vida de un profesor que quiere entregarse de lleno, no tengas miedo al tiempo que vendrá, es siempre el tiempo mejor que Dios nos permite vivir si le creemos que está verdaderamente con nosotros como lo estuvo con ella. Que ella tome cada uno de sus corazones y sientan hondamente en su ser en plena comunión con ella y en alianza con ella que el Señor se entrega, que el Señor da su vida, para que la vida nuestra sea nueva.

Padre Alfredo.

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