La Hermana Martha Alicia Mireles Bravo, nació en Cuitzeo de Hidalgo, en el municipio de Abasolo, Guanajuato, México, el 7 de noviembre de 1958.
El 25 de noviembre de 1975, tocó a las puertas de la casa Noviciado de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento para iniciar una vida misionera en un perenne «sí» al Señor que le hizo entregarse por entero hasta darlo todo.
El 22 de junio del año siguiente, 1976, inició su noviciado en una sencilla ceremonia ante la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento en la Casa Madre de este instituto misionero.
El 24 de junio de 1978, luego de completar y haber vivido intensamente su etapa inicial de formación, emitió sus votos temporales en la Parroquia del Purísimo Corazón de María en la Ciudad de México. En ese mismo año de 1978, fue destinada a la región de Estados Unidos en California, donde se especializó en enseñanza infantil, psicología, pedagogía y catequesis, con la finalidad de dar clases a los pequeños de las guarderías y jardines de niños de Santa Ana y Gardena. Allí colaboró en la guardería y en preescolar; pero además se desempeñó como ayudante de cocina. Fue, junto con otra hermana Misionera Clarisa, la iniciadora y primera asesora del grupo de Van Clar matrimonios en Santa Ana. Fue allí en donde en el año de 1984 la conocí, siendo yo postulante de paso a Roma para iniciar mi noviciado. Aún recuerdo su sonrisa y sus palabras de aliento en el tiempo de verano que pasé allí.
El 23 de junio de 1985, la hermana Martha hizo su profesión perpetua emitiendo los votos de pobreza, castidad y obediencia para vivir así durante toda su vida. En esa misma región de California, desempeñó en esa región los cargos de cuarta y segunda consejera regional en los años de 1994 y 1995, respectivamente.
Años después, en 1997, fue destinada, como maestra de novicias, a la Región de Nigeria, combinando este servicio con el de superiora local de la Casa de Obosi, hasta el año 2000. Como misionera «Ad Gentes» en esas tierras del África, las hermanas comentan que llegó a la región de Nigeria alegre, sonriente, dispuesta a todo y con gran amor por la misión, decidida a entregarse y a aprender cómo se hacían las cosas prácticas de cada día, trabajando con las hermanas del noviciado y siendo testimonio para todas. Siempre mantuvo su alegría y sonrisa ante las dificultades y como mujer de carácter, supo salir adelante confiada en su Señor.
En 2002 fue enviada nuevamente a California, en donde permaneció hasta el 2005 en la comunidad de Gardena como maestra en el jardín de niños. Allí, el 23 de junio de 2003, celebró sus Bodas de Plata dando gracias a Dios por esos primeros 25 años de vida consagrada. Tenía un don especial para los niños; encontraba siempre, por ejemplo, palabras para tranquilizarlos cuando lo necesitaban y para animarles cuando estaban tristes por situaciones vividas en sus familias; les hablaba con amor y bondad, a la vez que con una dulce firmeza; buscando siempre trasmitirles el amor de Dios.
Al terminar esta etapa de tres años, regresó nuevamente, como Maestra de Novicias, a Nigeria, labor que desempeñó con el mismo entusiasmo que lo había hecho años antes, hasta el 2011, cuando fue nombrada superiora Regional. La hermana Martha tenía gran celo por las almas, era una mujer entusiasta, deseosa de hacer que Cristo reinara en todos los corazones. Así, su sola presencia con una sonrisa que expresaba la alegría de sus desposorios con Cristo, contagiaba su celo misionero, aún en las labores más sencillas de la vida de Nazareth.
Alma de mucha oración, era, de ordinario, la primera en llegar a la capilla, dejando ver, en su sencilla sonrisa, el espíritu de recogimiento y su gran amor al Señor, por eso era fácil ver reflejado el fruto de esto en su diario vivir, pues se distinguía por su generosidad, disponibilidad y espíritu de servicio. Yo la recuerdo como una religiosa muy sonriente y alegre, y eso mismo cuentan algunas hermanas que la conocieron y que afirman que desde su noviciado, siempre mostró su particular sonrisa, la cual mantuvo hasta el final de sus días, con lo que demostraba, especialmente a las hermanas jóvenes, que vale la pena seguir a Cristo y darlo todo por él.
Como superiora y maestra de novicias, las hermanas que convivieron con ella en esa etapa de su vida, la recuerdan por su entrega y testimonio como alma consagrada. Siempre estaba dispuesta, con amor y cariño, para atenderlas, escucharlas y darles algún consejo. Solía decir que todo lo que hacía era solo por un acto de amor a nuestro Señor, y que Él era lo primero, que a Él pertenecían y a Él debían volver algún día. Por las noches, la recuerdan de rodillas con su rosario en la capilla.
Asumiendo su tarea y sabiendo la gran responsabilidad y la delicada misión de ser autoridad, fue una hermana que supo realmente escuchar, se le veía en su oficina pasando horas escuchando a las hermanas, siempre dispuesta a darles el tiempo que fuera necesario con amor maternal.
Cuando terminó ese periodo de gobierno en la región de Nigeria, en África, contenta y agradecida por el servicio prestado con esta ardua y comprometida labor en esas tierras del oeste de África, regresó a México y fue destinada a la misión de Mazatán, Chiapas, como superiora local, labor que desempeñó por un año.
Las hermanas que convivieron con ella en las diversas etapas de su vida consagrada, comentan hasta nuestros días, cuando se habla de ella, que siempre fue una excelente maestra, preparando sus clases, tanto para los pequeños como las novicias y laicos en la misión, con gran dedicación. La hermana Martha fue una religiosa que amaba mucho a la Congregación, a Nuestra Beata Madre fundadora, a la Iglesia y a todas las almas que se iban cruzando por su camino. Cada noche —atestiguan algunas hermanas Misioneras Clarisas— daba gracias a Dios por este regalo.
En el mes de septiembre del 2018, las hermanas de la comunidad de Mazatán la empezaron a notar enferma, por lo que la llevaron a la ciudad de Tuxtla Gutiérrez para que le realizaran estudios, pensando que podría tratarse de algo de mayor cuidado. Se le trasladó luego a la ciudad de Guadalajara para realizar otros estudios y descubrir así lo delicado de su salud, ya que se trataba de un caso clínico grave. Así, la hermana Martha se integró a la comunidad de la «Casa del Tesoro», donde estuvo recibiendo cuidados paliativos con gran esmero y cariño de las hermanas.
Ahí, en Guadalajara, se le detectó un tumor inoperable en la vesícula, por lo que le realizaron algunos tratamientos paliativos y poco a poco su salud fue minando, ya que su estómago no toleraba alimento alguno, y le costaba trabajo respirar. Sin embargo, sabiendo de lo gravedad de su enfermedad, se mantuvo tranquila, sin perder la paz y con su sonrisa acostumbrada, siempre agradeciendo a las hermanas y las personas que la atendían. Una de las hermanas jóvenes de la Casa del Tesoro, comentó que al pasar a visitarla, salían siempre de su cuarto llenas de paz, y que sentía que, en lugar de irla a animar, eran ellas las que se animaban a continuar con su consagración en la vida religiosa.
Ya en los últimos meses, como hermana enferma, fue una mujer muy dócil que facilitaba cualquier tratamiento que se le hacía, abandonándose en las manos de quien le atendía. Siempre respondía amablemente, y conscientemente no se quejaba, por ello los doctores y enfermeras del hospital valoraban mucho su presencia.
La hermana que la atendió como enfermera, comenta que luchó por la vida con disposición, permitiendo lo que fuera necesario hacerle, y cuenta que, después de una intervención quirúrgica, al ir al convento le dijo a la hermana Martha: «Voy a la casa, ¿qué le digo a Nuestro Señor?» y que ella le respondió: «Dile que siga adelante». Y el Señor continuó su obra en nuestra hermana, quien mantuvo la serenidad y la paz, con su característica sonrisa hasta que fue llamada a celebrar las nupcias eternas. El diagnóstico final fue: adenocarcinoma en vías biliares metastásico.
Los médicos sugirieron que era mejor, para la hermana, estar en la casa para continuar recibiendo la atención de las hermanas. El 31 de enero su situación se agravó y en la madrugada del 2 de febrero, a la 1:00 a.m., acompañada de sus hermanas de comunidad, su mamá, y algunos de sus hermanos, fue llamada por el Divino Esposo a las nupcias eternas.
Rogamos al Señor que haga fructificar todos sus anhelos misioneros y esfuerzos ofrecidos durante su vida, para su mayor gloria y salvación de las almas. Descanse en paz la hermana Martha Alicia Mireles Bravo, de quien yo, y estoy seguro que muchos más, conservamos el sabor de perseverancia y fidelidad de su entrega en una sonrisa que hoy, me parece volver a sentir.
Padre Alfredo.
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