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A 30 años de aquel hecho que luego me llevaría a la ordenación sacerdotal no olvido las hermosas y desafiantes palabras del ritual de ordenación que aquel obispo tan querido para mí y del que tanto recibí me dijo: «Alfredo: recibe el Evangelio de Cristo en cuyo heraldo te has convertido. Cree en lo que leas, enseña lo que creas y practica lo que enseñes»... y aquí estoy, luego hecho sacerdote y con el anhelo vivo de que la palabra del Señor siga llegando a muchas almas. Todos los sacerdotes y obispos son también diáconos, porque el diaconado es la primera de las tres etapas del sacramento del Orden y aquello recibido no se quita con la ordenación sacerdotal, sino que consolida en un compromiso más profundo y comprometedor con el «Rey magnífico», como lo llama hoy el salmo 92 [93] en el salmo responsorial. La Palabra de Dios, sus mandatos y enseñanzas, son para los diáconos, los sacerdotes, los obispos y para todo el pueblo de Dios, el camino que nos santifica y nos ayuda a manifestarnos como hijos suyos. Quien no ame como Cristo nos ha amado no puede decir que en verdad cree en Dios y que se deja conducir por Él. La revelación de Dios va dando a cada uno el conocer cuál es el «Camino» que hemos de seguir para lograr algún día encontrarnos y estar definitivamente con el Señor. Y «el Camino» es Cristo; tomar nuestra cruz de cada día, servirle con amor y seguir sus huellas significará para todo aquel que ha recibido la ordenación diaconal, ya sea como diácono transitorio o permanente, que estamos encaminándonos con seguridad a la posesión de los bienes definitivos. Si realmente creemos en Dios no despreciamos los dones recibidos, sino que vamos haciendo un tesoro para darlo a los demás sin egoísmos y sin trampas, sino en nombre de Aquel que es nuestro único Camino, Verdad y vida (cf. Hch 4,32-37).
Participando de la Vida y del Espíritu de Dios, debemos ser un signo de esa Vida y de ese Espíritu para que el mundo entero experimente el amor de Dios por medio de su Iglesia. Quien no sabe inclinarse ante los pobres y descartados para socorrerlos y levantarlos, y que en lugar de eso busca escalar —como dice el Papa Francisco—, no pude decir que ha renacido de lo Alto (Jn 3,7-15). Cristo, al ser levantado en lo alto, se ha convertido en causa de salvación para todos. Sólo quien levante en lo alto a su hermano sacándolo de sus maldades, miserias y pecados podrá decir que está siendo un instrumento del Espíritu Santo para atraer a todos hacia Cristo y eso, eso no lo quiero olvidar nunca, aquí y en donde quiera que esté. Rueguen por mí, para que Dios Que me conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de volver la mirada hacia Cristo y recordar el compromiso adquirido aquel día del niño de 1989 que el sacerdocio no vino a borrar sino a impulsar para seguir siendo un servidor. Encomiendo a mi padrino Mons. Margarito Salazar para que su trabajo al frente de la diócesis de Matehuala sea siempre fructífero y que al padre Alejandro Ostos, le conceda el eterno descanso. Por mi parte, hoy iré a confesar 4 horas la Basílica de Guadalupe, como lo he hecho por más de un año, respondiendo a esta hermosa encomienda de servicio al pueblo de Dios que como diácono no podía hacer y con la ordenación sacerdotal llegó a mi vida para reforzar la actitud de servicio poniendo mi granito de arena para que todos conozcan y amen al Señor. ¡Bendecido martes y feliz día del niño
Padre Alfredo.
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