sábado, 27 de abril de 2019

«Cristo resucitado, el sol que alumbra nuestras vidas»... Un pequeño pensamiento para hoy



Me ha llamado mucho la atención el fragmento del salmo responsorial de hoy (117 [118]) que dice: «El Señor es mi fuerza y me alegría: en el Señor está mi salvación» y es que sabiendo que en él lo tenemos todo, el mundo actual, alejado no solo de Dios sino de muchos valores que dan fortaleza y alegría, anda buscando eso donde nunca lo va a encontrar atiborrándose de cosas materiales que nunca van a llenar el corazón del ser humano que no ha sido para quedarse en eso. Hace muchos años, vivió un filósofo llamado Diógenes (hacia el 412 a. C.) que no dejó ningún legado escrito, pero se dice que habitaba en un tonel y que no poseía más bienes que una capa, un bastón y una bolsa de pan. Se cuentan, entre sus anécdotas, una que hoy me viene muy bien para mi reflexión. Resulta que un día, estaba Diógenes tomando el sol delante de su tonel y le visitó nada menos que Alejandro Magno con toda su pompa y circunstancia, que, colocándose delante del sabio le preguntó si deseaba alguna cosa, si le hacía falta algo. Diógenes le contestó escuetamente: «Sí, que te hagas a un lado un poco y no me tapes el sol». Y es que, ¿qué se necesita para sentirse fuerte y llenarse de alegría? Para nosotros, que somos creyentes, podemos decir que necesitamos solamente ese sol que es Cristo Resucitado y lo demás, irá llegando conforme se necesite, como la bolsa de pan de Diógenes.

El mundo de hoy se complica mucho la existencia, y cada vez parece que necesitamos de más y más cosas. Los países poderosos se llenan de armas, porque dicen que allí está su fuerza y en los países menos afortunados mucha gente piensa que en la cantidad de cosas materiales que se tenga está la alegría plena. Más que en Diógenes, pienso ahora en Cristo, el Señor Victorioso a quien hoy contemplamos en esta Octava de Pascua resucitado y queriéndonos llenar de luz como el sol radiante, ante el que se ponía aquel sabio para fortalecer su cuerpo. Hoy el evangelio, de forma resumida y sencilla nos muestra el itinerario de las pariciones del Señor resucitado (Mc 16,9-15) dejándonos entrever cómo aquellos momentos llenaban de fortaleza y alegría a sus discípulos, hombres y mujeres que reconocían que no necesitaban más. La fe y el contacto cotidiano con la Palabra de Dios y con el Resucitado en su Eucaristía, son capaces de transformar a los más débiles en hombres valientes y seguros de sí mismos y a los corazones tristes, como los de los discípulos de Emaús, en los más alegres proclamadores del mensaje de salvación.

«¡Cristo ha resucitado!». Desde hace una semana, lo cantamos en todos los tonos habidos y por haber. Pero nuestra alegría no es la afirmación de un hecho del pasado, todo lo importante que se quiera, pero que no pasaría de ser un piadoso recuerdo. Es que hoy y cada día, damos testimonio de que para nosotros y para todo hombre, Jesús vive en la situación de resucitado para fortalecernos y llenarnos de alegría. Hombre entre los hombres, y verdadero Dios, el Nazareno se encuentra con todos los hombres de todos los tiempos en lo secreto de su corazón, en la fuente inexpresable de su vida para llenar nuestras vidas de valentía y de alegría a la vez. Con él habitando en el corazón, nadie puede sentirse debilucho y triste. Al confesar la resurrección de Jesús damos un fuerte testimonio de que vale la pena hacer a un lado las cosas que nos estorban para quedarnos con lo necesario. «La única realidad eres tú Jesús» le decía la beata María Inés Teresa, mujer valiente y alegre en todo momento y ante toda circunstancia. Creo que este salmo de hoy, mesiánico y pascual, nos ayuda a entrar aún más en la gozosa convicción de esta semana: «Hay cantos de victoria en las tiendas de los justos... no he de morir, viviré para contar las hazañas del Señor». Con María, sigamos viviendo esta Octava de Pascua hasta el día de mañana y prolonguemos el gozo de la alegría con la valentía que todo discípulo–misionero debe tener. No necesitamos más. ¡Bendecido sábado de la Octava de Pascua!

Padre Alfredo.

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