miércoles, 24 de abril de 2019

«Como los de Emaús»... Un pequeño pensamiento para hoy


¿Otra vez escribiendo en la madrugada Alfredo? Sí, y muy de madrugada, pues ya estoy en la sala de espera para abordar un vuelo a Monterrey y pasar el día allá en la tierra que me vio nacer y en la que tengo varios pendientes que realizar debido a situaciones que hacen que esté más en contacto con esa tierra rejega en donde el clima cambia cada 15 minutos. ¿Pero, por qué de madrugada la mayoría de las veces? Hay que viajar barato cuando la mayoría de la gente no quiere hacerlo, y esto incluye conseguir vuelos que salen de madrugada o muy, muy temprano o incluso vuelos nocturnos y eso le sucede a este padrecito. Pero eso, eso es lo de menos, porque me da la oportunidad de orar en la paz y serenidad e una sala de espera que no está tan abarrotada como a las 7 y 8 de la mañana. Hoy me topo, para mi oración, con el salmo 104 (105 en la Biblia), un extracto de este salmo que marra las grandes maravillas de Dios, y eso me hace ver que las grandes maravillas de Dios en favor de su pueblo culminan precisamente con el hecho que estamos celebrando en esta «Octava de Pascua» como un solo día: la resurrección de Jesús, primicia de los que resucitaremos. Hoy la liturgia de la Palabra nos invita a que cantemos con salmista al Señor, que ha sido fiel a sus promesas, haciendo maravillas con su pueblo al nombre de Jesús: Por eso el escritor sagrado exulta de gozo: «Den gracias al Señor, invoquen su nombre, den a conocer sus hazañas a los pueblos, cántenle al son de instrumentos, hablen de sus maravillas. Gloríense de su nombre santo, que se alegren los que buscan al Señor. Recurran al Señor y a su poder, busquen continuamente su rostro. ¡Estirpe de Abrahán, su siervo; hijos de Jacob, su elegido! Él Señor es nuestro Dios, Él gobierna toda la tierra». 

¡Qué contraste con el inicio del evangelio de hoy, en donde dos discípulos apesadumbrados (Lc 24,13-3) dicen: «Nosotros esperábamos...» Unas palabras que están llenas de una esperanza que se ha perdido. Me imagino la decepción de aquellos dos. Medito y siento que camino con ellos y los escucho en este pasaje que en lo personal me encanta y del que escrito muchas, muchas veces, incluso para temas de retiros o ejercicios espirituales. Es que creo que en toda vida humana esto sucede algún día, a veces el menos pensado: una gran esperanza perdida, una muerte cruel, un fracaso humillante, una preocupación, una cuestión que no tiene solución, un pecado que cala hondamente y hace sufrir y parece que humanamente, no hay salida porque «las maravillas» de Dios parecen haberse perdido o por lo menos ocultado. El relato de los discípulos de Emaús me parece siempre muy rico, tan inagotable, que siempre tiene algo que decirme. A Emaús se dirigen estas dos personas, dos que se habían sentido interpeladas con el proyecto del Nazareno, pero que van asustadas por los últimos acontecimientos. Los discípulos y seguidores del ajusticiado ahora caminan temerosos por las calles de Jerusalén y sus alrededores. ¿Qué conversación se traen estos que van tristeando en el camino? El Resucitado se hace «encontradizo» y quiere ayudarlos a viajar hasta sus raíces y descubrir las maravillas del Señor al haber enviado a su hijo Jesús. Ayer Cristo nos preguntaba en la Magdalena por las razones de nuestro llanto. Hoy quiere saber lo que nos traemos entre manos. ¿Cuáles son nuestras preocupaciones actuales? ¿A qué estamos prestando atención? ¿Qué o quién ocupa nuestros intereses, nuestro tiempo? ¿De qué solemos hablar con las personas de nuestro entorno? ¿Por qué razón nos levantamos cada mañana? ¿Qué es lo que nos entristece y que es lo que debe maravillarnos?... ¿No era necesario que el Mesías padeciera para entrar en su gloria? 

Ese «era necesario» del que el viajero aquel habla, encierra algo misterioso, algo «maravilloso» que esconde el proyecto de amor de Dios hacia los de Emaús, hacia el mundo, hacia ti, hacia mí, la razón «maravillosa» que da sentido a nuestras noches oscuras, esas que como ya he dicho, todos vivimos. Las brasas de nuestras vidas están, muchas veces, cubiertas con las cenizas del cansancio, del aburrimiento, de la desesperación, del fracaso en algunos planes. ¿Cómo encender lo que parece completamente extinguido? ¿Cómo podemos ponerle la maravilla de Dios a nuestra vida? ¿De dónde brota el fuego interior? ¡De la palabra de Jesús que se hace encontradizo como con los de Emaús! Cada día, cuando nos acercamos a la Palabra de Dios, somos como ese mendigo que estaba sentado junto a la puerta Hermosa del templo (Hch 3,1-10). Pedimos la limosna de la luz maravillosa de la alegría, de la esperanza, del encuentro. Quizá no llegará a grandes destellos. Nos conformamos con la ración diaria que puede mantener el fuego interior. Jesús nunca la niega a quienes la piden con fe. Yo sigo esperando mi avión de las 4:45 para regresar hoy mismo en la noche y pienso en María, que aún en estas esperas de madrugada, sabría encontrar «las maravillas del Señor». ¡Bendecido miércoles de la Octava de Pascua! 

Padre Alfredo.

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