lunes, 22 de abril de 2019

«El gozo de la resurrección»... Un pequeño pensamiento para hoy

Todos los evangelios al hablarnos de la Resurrección, nos narran que a las mujeres se les aparece un ángel en el sepulcro vacío. Un ángel les aclara siempre la razón por la que esa tumba está vacía, les explica las palabras que Jesús les dijo en vida. Y es gracias a un ángel que las mujeres comprenden las palabras de Jesús. En el Evangelio de hoy (Mt 28,8-15) cuando las mujeres se acercan al sepulcro, aún a oscuras, un ángel del Señor del cielo ilumina la oscuridad y de repente se hace la luz en la vida de las mujeres que llegan agitadas al sepulcro. Gracias a las palabras del ángel, con la resurrección del Señor estas mujeres, llenas de fe, ven estrenados los tiempos de un mundo nuevo e inaugurado por la llegada del Reino de Dios que ya, aún sin estar establecido en plenitud —cosa que será hasta que se clausuren los siglos y comience la eternidad— y basado en el amor , ha transformado sus vidas. 

La Iglesia existe para proclamar a lo largo de los siglos este anuncio. Ese anuncio sorprendente que el ángel ha dado a las mujeres, ese anuncio que ha sido creído por Pedro, por el discípulo amado, por los dos de Emaús y por todos aquellos primeros que, como dice el salmista hoy (Sal 15 [16]) «esperan en el Señor» y saben que su vida está en sus manos: «tengo siempre presente al Señor , y con él a mi lado, jamás tropezaré». Cada uno de nosotros somos discípulos–misioneros en la medida en que anunciamos esta realidad, nos sentimos identificados con este anuncio de la Resurrección, tenemos el valor de descubrir y de repetir, en las mil formas diferentes de la vida diaria que según nuestra vocación vivimos, que el mal ha sido vencido y que será vencido, que el amor ha sido y será más fuerte que el odio, que no hay tinieblas que no puedan ser vencidas por el poder de Dios, porque Cristo ha resucitado, «pues era imposible que la muerte lo retuviera en su poder». Somos auténticos discípulos–misioneros si anunciamos la resurrección de Cristo con nuestra boca, con el ardor de nuestro corazón, con una actitud positiva hacia la vida y con el optimismo de quien sabe que el Padre quiere liberarnos también a nosotros, «de las ataduras de la muerte». El salmo responsorial que hoy tenemos, atribuido a David dice: «Mi carne descansa confiada: Tú no puedes abandonar mi espíritu al abismo... No dejarás que tu Santo vea la corrupción». Pedro, para un público de judíos, se refiere a la Biblia, y cita este salmo llenando a todos de la esperanza de vida compartiendo el gozo que experimenta en su corazón. 

Ayer un buen grupo de misioneros, miembros de la Familia Inesiana, culminamos nuestra misión de Semana Santa en el bellísimo pueblo michoacanos de la parroquia de Santiago Apóstol en Capula y en sus comunidades de los ranchos de El Correo, Buenavista, Iratzio, Joyitas, San Bernabé y Trojes. Desde ayer algunos de los misioneros han empezado a regresar a las ocupaciones de la vida diaria, con el corazón lleno de gozo, gratitud por las maravillas que el Señor ha obrado en cada comunidad y en cada corazón incluidos por supuesto, los nuestros y con la confianza de que el Señor ha obrado maravillas. Al comienzo de este tiempo pascual, un tiempo apostólico, le rogamos al Señor, que, por la intercesión de María, haga crecer en nosotros, cansados tal vez físicamente del trajín de los días de la misión, nuestro ser de discípulos–misioneros y con los pies cansados, la garganta un poco gastada, el corazón ardiendo de gratitud y llenos de confianza, unas hermosas palabras de una oración que me acabo de encontrar esta mañana y que dice así: «Señora nuestra, reina de los apóstoles, tú diste a Cristo al mundo. Fuiste apóstol de tu Hijo por primera vez llevándolo a Isabel y a Juan el Bautista, presentándolo a los pastores, a los magos, a Simeón. Tú reuniste a los apóstoles en el retiro del cenáculo, antes de su dispersión por el mundo, y les comunicaste tu ardor. Concédeme un alma vibrante y generosa, combativa y acogedora. Un alma que me lleve a dar testimonio, en cada ocasión, de que Cristo, tu Hijo, es la luz del mundo, que sólo él tiene palabras de vida y que los hombres encontrarán la paz en la realización de su Reino». ¡Bendecido lunes de la Octava de Pascua! 

Padre Alfredo.

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