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Dice el libro de los Proverbios que «muchas son las ideas en la mente del hombre, pero sólo el designio del Señor permanece sólido» (Pr 19,21) y él sabe cómo llevar el destino de la humanidad y el destino de nuestras vidas permaneciendo a nuestro lado sin olvidar nunca nuestro nombre, nuestra misión, nuestro ser y quehacer de cada día: «Jesús le dijo: “¡María!» escribe el evangelista. El proyecto de Dios es un proyecto no siempre visible, o más bien, casi nunca visible para nosotros. Es eterno, porque los planes del corazón de Dios superan los miles y miles de generaciones y es un proyecto histórico que se va realizando en cada uno de nosotros con tareas concretas, misiones especializadas que hay que ir descubriendo en el diario andar aunque el Señor no parezca muy visible. Hay que reconocer al Señor cuando, lleno de amor, pronuncia nuestro nombre para decirnos que nos reconoce como suyos y que, cuando nosotros lo reconocemos y aceptemos en nuestra vida, nos invita a proclamar su Nombre y sus maravillas a nuestros hermanos para que «todos le conozcan y le amen». Un día como hoy, pero de hace 30 años, el 23 de abril de 1989, yo hice mis votos perpetuos como Misionero de Cristo para la Iglesia Universal en mi queridísima parroquia de «El Espíritu Santo» allá en mi natal Monterrey. Era Pascua también y yo, como la Magdalena y todos a los que ella lleva el aviso de la Resurrección de Cristo, fui invitado a ser misionero para siempre. El camino de esta consagración no ha sido nada fácil y por lo tanto nada aburrido, sino siempre lleno de esperanza, de tensión, de esa tensión que marca un envío que mantiene vivo el corazón. Después de aquello vendría la ordenación diaconal a los ocho días y unos cuantos meses después sería ordenado sacerdote...
¡Cómo ha pasado el tiempo! Quienes entramos en comunión de vida con Cristo no podemos sino ir con los mismos sentimientos de esperanza en el Señor hacia nuestro prójimo como María Magdalena. Yo celebro este aniversario en mi corazón, sobre todo un corazón contrito, un corazón que no siempre ha sabido amar ni anunciar el gozo de vivir para Cristo con el calibre que se debe; un corazón que tal vez muchas veces ha dudado, callado o tenido miedo de seguir viviendo la consagración en un mundo que tienta a muchas cosas; un corazón que a veces, como el de María Magdalena no ha visto con claridad que el Señor está frente a mí y me llama cada día porque parece no estar; pero, un corazón que aún sabiéndose llenos de miseria, quiere seguir diciendo: «Sí, “Maestro”... heme aquí, Señor, pues me has llamado» (cf. 1 Sam 3,9) y me parece ver aún aquella ceremonia sencilla en la que este corazón quería reventarse de alegría yd e esperanza. Ayúdenme a rogarle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, a quien ahora iré a visitar a su casita del Tepeyac, que me conceda no solo a mí, sino a todos, la gracia de conocer íntimamente a Cristo para que, viviendo conforme a sus enseñanzas, podamos dar testimonio de Él ante todos aquellos a quienes Dios llama para que vivan con Él eternamente para que aquel anhelo de la beata María Inés de «que todos le conozcan y le amen» se haga realidad. ¡Bendecido martes de la Octava de Pascua!
Padre Alfredo.
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