lunes, 15 de abril de 2019

«luz y salvación. Lunes Santo»... Un pequeño pensamiento para hoy


Estoy en estas hermosas tierras michoacanas a donde llegué anoche y me veo rodeado de un hermoso silencio al amanecer de este Lunes Santo pensando en los Evangelios de estos días previos al Triduo Pascual, textos que nos hacen revivir hora por hora, los últimos instantes de Jesús: la unción en Betania en casa de sus amigos, Lázaro, Marta, María... luego la última cena con sus apóstoles... y la traición de uno de los Doce. Las lectura (Is 42,1-7) y el salmo responsorial (Sal 26 [27], 1.2.3.13-14) nos dejaran, este lunes, acercarnos a un Mesías pobre, humilde, manso, perseguido. Un redentor que viene a salvar a la humanidad con su muerte; un perfecto siervo de Dios. El siervo de Yahvé es presentado como «luz y salvación», el elegido de Dios, lleno de su Espíritu, enviado a llevar el derecho a las naciones y abrir los ojos de los ciegos y liberar a los cautivos con un estilo muy especial, estilo con el que actuará: «la caña resquebrajada no la quebrará, ni apagará la mecha vacilante». El salmo de hoy nos otorga la clave para entender el éxito del Siervo de Yahvé que es nuestro Señor Jesucristo: «El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién voy a tenerle miedo?... Cuando me asaltan los malvados para devorarme, ellos, enemigos y adversarios, tropiezan y caen... La bondad el Señor espero ver en esta misma vida. Ármate de valor y fortaleza y en el Señor confía». 

Juan, en el evangelio de hoy (Jn 12,1-11) hace notar la proximidad de la Pascua, y la presencia de Lázaro «a quién Cristo había resucitado» de entre los muertos. Esto es ya para nosotros una «clave» de interpretación, como anticipándonos el tema de la resurrección con la presencia de Lázaro. Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban a la mesa con el Maestro. Por su parte María, su otra hermana, la que había escogido la mejor parte, sabe «lo que toca hacer» en este momento. Ungiendo los pies de Jesús, representa a la comunidad en su relación íntima con Jesús. Su gesto muestra su agradecimiento por el don de la vida; el precio del perfume es símbolo de su amor sin tasa. Ella asume el papel de la Iglesia Esposa respecto a Jesús, el Esposo (3,29) (Cant 1,12: el perfume de nardo). El perfume simboliza el amor de la comunidad por Jesús; la expresión «se los enjugó (los pies) con su cabellera» alude al Cantar de los Cantares (7,6), significando el amor de Jesús por los suyos. Tras la unción «la casa se llenó con la fragancia del perfume», fragancia del amor, perfume de vida e inmortalidad, que tiene por centro a Jesús. 

Ayer celebrábamos con él su entrada en Jerusalén, con un gesto decidido de asumir sobre sus hombros el destino que nos hubiera correspondido a nosotros. El Siervo de Yahvé, el Hijo de Dios camina hacia su muerte. Con unción previa incluida, una unción que es la anticipada de su cuerpo que va a ser torturado, muerto y sepultado. Es la unción del Siervo de Dios, no para ejercer el poder despóticamente como los reyes y mandatarios de aquel y de estos tiempos, ni para ofrecer el culto formalístico de los sacerdotes del templo de Jerusalén. Sino una unción para el servicio hasta la muerte, para la entrega de amor a la humanidad toda, culminación del ministerio de Jesús, de su enseñanza y de sus milagros, signos de la misericordia de Dios. Nuestros ojos estarán fijos en el «Ungido» estos días, llenos de admiración. Dispuestos a imitar también nosotros, en su seguimiento, sus mismas actitudes de fidelidad a Dios y de tolerante cercanía para con los demás. Dispuestos a vivir como él «entregados por Dios y por las almas». ¡Bendecido lunes santo! 

Padre Alfredo.

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