Esta es nuestra última semana de la Cuaresma de este 2019. Ya el próximo domingo estaremos celebrando la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén con el llamado: «Domingo de Ramos». Durante toda esta semana, la quinta de Cuaresma, veremos en el Evangelio a Jesús discutiendo con los judíos, sobre su autoridad, su procedencia y, de alguna manera, anticipando el fin que le espera. Cada uno de nosotros somos invitados a sacarle jugo a estos días previos a la Semana Santa para aceptar plenamente a Cristo como la Luz verdadera. Si encontramos que él es la luz, tenemos que quedarnos con la tarea de compartirla con todos. Tenemos nosotros también necesariamente que ser luz. ¡Es una tarea que nos está esperando en la Pascua ya inminente! ¡Ser luz como Jesús! Y, si nos vemos aún sin fuerzas para lograr este ser luz, tenemos el estribillo del salmo de hoy (Sal 22 [23]) que podemos repetir como jaculatoria una y otra vez: «Nada temo, Señor, porque tú estás conmigo».
Jesús es para nosotros la «Luz» verdadera. Quién más quién menos, todos pasamos por «cañadas oscuras» alguna vez. Porque nos falta confiar más en Dios, o porque no somos fieles a la verdad, o porque hay demasiadas trampas en nuestra vida. En esta próxima Pascua, Jesús nos quiere curar de toda ceguera, nos quiere iluminar profundamente y nos quiere librar de las trampas del enemigo seductor. El Cirio que se encenderá en la Vigilia Pascual y los cirios personales con los que participaremos de su luz —que por cierto hay que ir preparando—, quieren ser símbolo de una luz más profunda que Cristo nos comunica a todos para ser nosotros también luz de este mundo que a veces va tan oscuro valiéndose de mañas y tretas tan oscuras como los dos ancianos malvados que aparecen en la primera y larguísima lectura de la liturgia de hoy conocida como «el relato de la casta Susana» (Dn 13,1-9.15-17.19-30.33-62) y que no comento porque me parece un pasaje bastante claro para mostrar que Dios es «Luz que brilla en la oscuridad».
Jesús camina hacia su Pascua —pasión, muerte y resurrección— y es el quien nos invita también a nosotros a seguirle, para que participemos de su victoria contra el mal y el pecado, y nos acojamos a la sentencia de misericordia que él nos ha conseguido con su muerte. En cada Misa, antes de comulgar, se nos presenta a Cristo como «el que quita el pecado del mundo». Con su cruz y su resurrección nos ha liberado de todo pecado. Jesús, es el perdonador. Es el que se nos da en cada Eucaristía, como se nos dio de una vez para siempre en la cruz. En El Antiguo Testamento ya se veía al Mesías como luz del mundo, puesto que viene a revelar la Verdad de Dios. El tema de la luz es amplísimo en la Escritura. La primera palabra de Dios en el Génesis es: «Hágase la luz» y al final del Apocalipsis se canta a Cristo como «Estrella luciente de la mañana». Dios es Luz indeficiente. Y la segunda Persona de la Santísima Trinidad, es «Luz de Luz», según decimos en el Credo. Clemente de Alejandría, a fines del siglo II, invoca a Cristo como Luz del mundo, con estas palabras que quiero hoy guardar en el corazón como María guardaba tantas cosas y meditarlas en este día: «¡Salve, Luz! Desde el cielo brilló una Luz sobre nosotros, que estábamos sumidos en la oscuridad y encerrados en la sombra de la muerte; Luz más pura que el sol, más dulce que la vida de aquí abajo. Esa Luz es la vida eterna, y todo el que de ella participa, vive, deja el puesto al día del Señor. El universo se ha convertido en luz indefectible y el Occidente se ha transformado en Oriente. Esto es lo que quiere decir la nueva creación; porque el Sol de justicia que atraviesa en la carroza el universo entero, imitando a su Padre, que hace salir el sol sobre todos los hombres (Mt 5,45) y derrama el rocío de la Verdad» (Protréptico 11,88,114). ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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