Hay muchos salmos que son atribuidos al rey David, y uno de ellos es este 144 [145] que la liturgia nos regala hoy para meditar. Siempre, para el salmo responsorial, se toman algunos trozos de los salmos, casi siempre tres o cuatro estrofas parecen suficientes para cada día y no van siguiendo un orden, sino que, como su nombre lo indica «responsorial», representa una meditación colectiva tras la lectura de la Palabra. Se compone de el salmo, proclamado por el salmista y una fórmula común que es respondida por los fieles. El día de hoy, esta fórmula común llamada «antífona» nos hace repetir: «El Señor es compasivo y misericordioso». Según los estudiosos del tema, David, al componer inspirado por Dios estas líneas, está recordando la auto descripción de Yahvé en Éxodo 34: ¡Yahvé! ¡Yahvé! fuerte, misericordioso y piadoso; lento para la ira, y grande en misericordia y verdad (Ex 34,6). David expresa la idea que a veces es llamada gracia común, el hecho de que Dios dispensa su bondad a toda la humanidad siendo compasivo y misericordioso. Jesús dirá, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. (Mt 5,45).
En este salmo, si lo leemos completo, encontramos que se trata de una manifestación gozosa de alabanzas y gratitudes al Señor precisamente por su compasión y misericordia. En su escrito, el salmista bendice y exalta a Dios Creador del universo, a la vez que lo reconoce con intimidad como su rey y señor, por sus atributos especiales de justicia y de poder, aunque siempre destacando que en él resplandece su compasión y misericordia. En sus ejercicios espirituales de 1950, la beata María Inés Teresa escribe: «Invade mi alma una alegría divina, porque cantaré eternamente las misericordias de Dios: sí Señor, tus misericordias llenan mi vida entera: tus misericordias llenan mi alma de gratitud, tus misericordias hacen que estalle en un himno de amor y agradecimiento, a quien siendo infinito en todas sus perfecciones, no se desdeña de abajarse a la más miserable de las criaturas». Pudiéramos decir que la síntesis de este retrato divino se halla en el versículo 8, cuando el salmista dice: «El Señor es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y generoso para perdonar». Son palabras que evocan la presentación que hizo Dios de sí mismo en el texto del Éxodo que ya cité (Ex 34,6) y que podemos ver como una preparación de la profesión de fe en Dios que luego hará el apóstol san Juan, cuando nos diga sencillamente que Dios es Amor: «Deus caritas est» (1 Jn 4,8.16). Palabras que darán título a la bellísima encíclica de Benedicto XVI sobre el amor, la compasión y la misericordia de Dios.
Además de reflexionar en estas hermosas palabras, que nos muestran a un Dios «lento para enojarse y generoso para perdonar», nuestra atención se puede ir también al siguiente versículo, un texto que es hermosísimo: «Bueno es el Señor para con todos y su amor se extiende a todas sus creaturas» (v. 9). Se trata de palabras que conviene meditar, palabras de consuelo, con las que el Señor nos da una certeza para nuestra vida. A este respecto, san Pedro Crisólogo (380 ca. 450 ca.) en el Segundo discurso que hace sobre el ayuno, que es un tema vital de nuestra cuaresma expresa: «Son grandes las obras del Señor. Pero esta grandeza que vemos en la grandeza de la creación, este poder es superado por la grandeza de la misericordia. La misericordia, llena el cielo y llena la tierra. Precisamente por eso, la grande, generosa y única misericordia de Cristo, que reservó cualquier juicio para el último día, asignó todo el tiempo del hombre a la tregua de la penitencia. (...) Precisamente por eso, confía plenamente en la misericordia el profeta que no confiaba en su propia justicia: "Misericordia, Dios mío —dice— por tu inmensa bondad" (Sal 50, 3)». Vivamos este día meditando en la infinita misericordia de Dios y hagamos caso a algo que la beata María Inés Teresa nos recomienda en relación a este tema recordando que Cristo, la Infinita misericordia, el Verbo encarnado nació de María: «Vayan a ese abismo de misericordia, a ese corazón de María y, arrójense en él confiados; esta Madre de dolores, que tanto padeció a causa de nosotros, sabe acoger con ternuras maternales a los que en ella confían, y cambiar los negros corazones, en blancos y mullidos nidos del Espíritu Santo» (Experiencias espirituales). ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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