Hoy es viernes. En lo que menos pensemos estaremos en el Viernes Santo, fijos los ojos en la Cruz de Cristo. Las lecturas de hoy parecen orientarnos ya a esa perspectiva. «El Señor no está lejos de sus fieles y levanta a las almas abatidas. Muchas tribulaciones pasa el justo, pero de todas ellas Dios lo libra», dice hoy el salmista (Sal 33 [34]). Sí, el Señor nunca abandonará al que le es fiel, como le es Jesús su Hijo muy amado, aunque muchos no le entiendan (Jn 7,1-2.10.25-30). El Padre misericordioso se inclinará siempre con ternura y compasión sobre el hombre justo y sacará de toda clase de atolladeros a aquel que lleno de esperanza confía y se pone en manos de Dios como se puso Jesús en manos de su Padre. Él está cerca del que tiene el corazón contrito y latiendo al unísono del suyo. Dios se hace siempre cercano al justo, lo salva, lo libera, lo protege, lo levanta. Pero, ¿quién es el justo para el salmista? Es el que se sabe pobre y necesitado y va en busca de la felicidad verdadera; es el que teme al Señor que recompensa las acciones humanas de manera justa. Este salmo, cuando se lee completo, nos muestra un conjunto de pequeñas oraciones que reclaman la misericordia divina mostrando, en boca del autor inspirado por Dios, algunas expresiones de gratitud por las respuestas recibidas de Dios.
Hoy la liturgia nos ofrece, para meditar, parte de la segunda sección de este salmo, una selección que incluye una serie de enseñanzas que destacan el importante tema de la felicidad que proviene de la justicia divina. El tema central de esta parte del salmo nos dice que el Señor nunca abandonará al justo. La vida abundante está reservada para los justos, para las personas que rechazan el engaño como tipo de vida y buscan ser como Jesús. La enseñanza es clara: La vida plena es la que no se fundamenta en la maldad de las mentiras y falsedades, sino la que desarrolla un estilo de vida que propicia la justicia, que es el valor que precede a la paz. El salmista nos invita hoy a reafirmar nuestro sentido de seguridad y esperanza puestas en el Señor. Una sociedad que va perdiendo valores fundamentales, acusa el impacto del testimonio de los creyentes. Los justos son con frecuencia perseguidos. Los falsos profetas, los que no se preocupan de transmitir lo que Dios dice, sino lo que gusta a la gente, ésos sí que prosperan. Lo de perseguir al justo le puede pasar al Papa, si lo que dice no gusta. A unos obispos o a algunos misioneros, si su voz se levanta para denunciar injusticias o situaciones que afectan a intereses de poderosos. También nos puede pasar a cada uno de nosotros, si con nuestra vida damos un testimonio de valores diferentes, porque vivimos en sentido inverso de lo que es moda o de lo que dicen las estadísticas sociológicas. O sea, si damos testimonio del evangelio de Jesús, que no coincide con el del mundo.
Tal vez no llegaremos a ser perseguidos y amenazados de muerte como Jesús, pero sí desacreditados o ridiculizáis o simplemente ignorados. No deberíamos asustarnos demasiado. Los discípulos–misioneros estamos comprometidos en la batalla entre el bien y el mal. Jesús fue signo de contradicción, como les anunció el anciano Simeón a María y a José. Los cristianos, si somos luz y sal, podemos también resultar molestos por justos en el ambiente en que nos movemos. Lo triste sería que no diéramos ninguna clase de testimonio, que fuéramos insípidos, miedosos, incapaces de iluminar o interpelar a nadie. Ante el Triduo Pascual, ya cercano, nuestra opción por Cristo debe movernos también a la aceptación de su cruz y de su testimonio radical siendo justos como él, si queremos en verdad celebrar la Pascua. Que María Santísima, nos ayude a seguir caminando estos días que quedan de la Cuaresma en busca de llenarnos el corazón de ese ser justos orando, compartiendo lo que somos y tenemos y ofreciendo sacrificios por nosotros y por la humanidad. Hace rato me encontré una oración que me gusta para terminar mi reflexión de hoy: « Señor, Tú nos dijiste que el discípulo no tendrá mejor suerte que la de su Señor; que es la verdad quien nos hará libres; que tu Reino es de justicia, amor y paz. Danos fortaleza para ser testigos fieles de la Verdad y prudentes servidores de la misma en este mundo confuso en que vivimos. Amén». ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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