viernes, 26 de abril de 2019

«Con obediencia y valentía»... Un pequeño pensamiento para hoy


Todos los días de esta semana, desde el Domingo de Resurrección pasado hasta el que ya casi llega, llamado «Domingo de la Misericordia», vivimos el tiempo llamado «Octava de Pascua», la primera semana de la Cincuentena Pascual que se considera como si fuera un solo día, es decir, que estamos en el júbilo del Domingo de Pascua que se prolonga ocho días seguidos. Las lecturas evangélicas se centran en los relatos de las apariciones del Resucitado, en esa experiencia que los apóstoles tuvieron de Cristo Resucitado y que nos transmiten fielmente los evangelios, mientras que, en la primera lectura iremos leyendo, desde esta semana hasta que se acabe la Pascua, de modo continuo, las páginas del hermoso libro de los Hechos de los Apóstoles. Los salmos que proclamamos en este tiempo, están todos cargados de gozo, de alegría, de un júbilo que desborda el corazón. Llenos de gozo proclamamos con el Salmo 117 [118]: «Este es el día en que actuó el Señor». Cristo, rechazado por los suyos, ha resucitado y es el centro de todas las cosas. Por eso con la ayuda del salmista, proclamamos que «ha sido un milagro patente» y abrimos nuestro corazón a la plenitud que la resurrección da a nuestra fe: «Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia. Diga la Casa de Israel: “eterna es su misericordia”. Digan los fieles del Señor: “eterna es su misericordia”... La piedra que desecharon los arquitectos es ahora piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente. Éste es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo. Señor, danos la salvación; Señor, danos prosperidad. Bendito el que viene en el nombre del Señor; el Señor es Dios; Él nos ilumina».

Hoy, en el Evangelio (21,1-14), Jesús se aparece por tercera vez a sus discípulos desde que resucitó. Pedro ha regresado a su trabajo ordinario de pescador y los otros se animan a acompañarle en aquello que vendría a ser como una pequeña empresa o cooperativa pesquera. Es lógico que, si la mayoría de ellos eran pescadores antes de ser llamados por Cristo, regresaran ahora a ese mismo quehacer. Los Apóstoles y los demás discípulos no han inventado la resurrección. Se les vuelve a encontrar ahora a todos tal como eran: gentes sencillas, sin segundas intenciones y entregados a humildes trabajos manuales. ¡Aquella noche los pobres no pescaron nada! Y, cuando al amanecer, se les aparece Jesús, no le reconocen hasta que les pide algo para comer. Al decirle que no tienen nada, Él les indica dónde han de lanzar la red. A pesar de que los pescadores se las saben de todas todas, y en este caso han estado batallando toda la noche sin fruto alguno, obedecen con docilidad enseñándonos el gran poder de la obediencia a la voluntad de Dios. Y entonces el relato nos deja ver los corazones jubilosos que pescaron una gran cantidad de peces. 

Si antes, encabezados por Pedro, aquellos hombres se habían entrenado en la obediencia a Cristo que los enviaba a predicar de dos en dos, y junto a esa obediencia ponían la valentía, ahora, vuelven a ser obedientes y con valentía echan las redes. Así serán después, obedientes y valientes cuando el Maestro ya no esté físicamente junto a ellos, como nos lo narra hoy la primera lectura (Hch 4,1-12) delante de las autoridades, y experimentarán lo que es la persecución y la cárcel admirablemente decididos y cambiados. La obediencia que Pedro había mostrado hacia Cristo en vida, pero con debilidades y malentendidos, después que el Señor ha resucitado, se ha convertido en una convicción madura y en un entusiasmo valiente que le llevará a soportar todas las contradicciones y al final la muerte en Roma, para dar testimonio de aquél a quien había negado por temor la noche de la pasión. Por eso Pedro siempre predicará lo mismo: a Cristo Resucitado. Esta es su convicción y la vive con obediencia y valentía citando varias veces este salmo que hemos proclamado, y comunicando su experiencia a los demás. Nosotros también creemos y celebramos siempre lo mismo. Cada año celebramos Pascua, y cada semana el domingo, y cada día podemos celebrar la Eucaristía. No es rutina. Es convicción, es obediencia, es valentía y es motor de toda nuestra existencia. Y en nuestro trabajo apostólico también repetimos una y otra vez, con toda la pedagogía de que somos capaces, el anuncio central de Cristo muerto y resucitado. Pidamos a María Santísima que el gozo de estos días de Pascua se prolongue a lo largo de toda nuestra vida con obediencia al Señor y valentía para anunciarle. ¡Bendecido viernes de la Octava de Pascua!

Padre Alfredo.

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