sábado, 13 de abril de 2019

«Hacia la Pascua»... Un pequeño pensamiento para hoy


Este sábado el salmo responsorial está tomado de una parte del profeta Jeremías (Jer 31,10-13) y es lo que se conoce como el «Cántico de Jeremías». A un día de iniciar la Semana Santa, la liturgia nos invita a penetrar en este hermoso canto del profeta de las lamentaciones, que es también un profeta de esperanza. En este cántico, él se dirige a los deportados a Babilonia y les anuncia un futuro lleno de bendiciones de Dios: «El que dispersó a Israel lo reunirá y lo cuidará como el pastor a su rebaño». En los umbrales de los días santos, este cántico lleno de esperanza se dirige hoy también a nosotros, que de alguna manera en la Cuaresma hemos estado viviendo en medio de sacrificios y obras de misericordia que desterrados y en medio de múltiples dificultades, lejos del gozo sensible de la visión del Señor. Jeremías recibió el encargo de extirpar y destruir, de «reconstruir y plantar» y eso es precisamente, creo yo, lo que queremos alcanzar en esta Semana Santa en nuestras vidas, extirpar y destruir lo malo que hay en nuestra condición de pecadores y reconstruir y plantar la Pascua del Señor en nuestras vidas. 

Con estas líneas de este cántico, la Iglesia nos invita a actualizar el mensaje consolador y esperanzador de Jeremías en un mundo dividido, oprimido, empobrecido, desfallecido, triste y despistado; un mundo que en su mayoría ya no dirige su mirada hacia los días santos sino que toma este tiempo como un «spring break» para descansar y divertirse. Profética e en nuestros días de la Semana Mayor no sólo puede ser nuestra palabra, sino también y primordialmente nuestro testimonio de vida y no solo quienes vamos a misión, sino todo católico que, con devoción se esmera en vivir los días de la pasión, muerte y resurrección del Señor con un tono de esperanza que quiere construir un mundo nuevo: «Entonces se alegrarán las jóvenes danzando —dice el profeta—; se sentirán felices jóvenes y viejos». El Señor nos concede sus bienes y sobre nosotros pronuncia la bienaventuranza de la felicidad: «convertiré su tristeza en alegría». Si volviéramos a meditar todos los textos que la Iglesia nos ha ido presentando a lo largo de la cuaresma, nos daríamos cuenta del progresivo acercamiento que ha intentado realizar en nuestros corazones, no sólo al Padre, sino a la adorable persona de Jesús que viene a llenarnos de alegría con la Pascua. Y es que la Pascua, aunque es seria, porque pasa por la muerte, es un anuncio de vida: para Jesús hace casi dos mil años y para la Iglesia y para cada uno de nosotros ahora. Dios nos tiene destinados a la vida y a la fiesta. 

Los que hoy no sólo oímos a Ezequiel (Ez 37,21-28) o Jeremías (Jer 31,10-13), sino que conocemos ya a este Cristo Jesús que nos presenta el Evangelio (Jn 11,45-56), tenemos todavía más razones para mirar con optimismo esta primavera de la Pascua que Dios nos concede. Porque es más importante lo que él quiere hacer que lo que nosotros hayamos podido realizar a lo largo de la Cuaresma. La Pascua de Jesús tiene una finalidad: Dios quiere, también este año, curar nuestras heridas, desterrar nuestras tristezas y depresiones, perdonar nuestras faltas y corregir nuestras divisiones. ¿Estamos dispuestos a una Pascua así? En nuestra vida personal y comunitaria, ¿nos damos cuenta de que es Dios quien quiere «celebrar» una Pascua plena en nosotros, poniendo en marcha de nuevo su energía salvadora, por la que resucitó a Jesús del sepulcro y nos quiere resucitar a nosotros? Entremos de lleno con María Santísima en la Semana Santa que nos deja entrever la felicidad de la Pascua, no dejemos sola a la Madre Dios, caminemos estos días con ella hasta el pie de la Cruz para resucitar a una vida nueva con Cristo. ¡Bendecido sábado! 

Padre Alfredo.

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