Toda vida conoce alternancias extremas entre el sufrimiento y la alegría. Hay días hermosísimos, llenos de luz y también momentos muy oscuros. Toda la lírica de nuestro devenir está articulada por una secuencia de polarismos que el autor del salmo 29 [30] nos describe hoy: «El llanto nos visita por la tarde; por la mañana el júbilo». El escritor sagrado ha probado ya el sabor terrible de la muerte que ha visto muy cercana y lo que es el volver a llenarse de vida. Las cinco estrofas que forman este salmo en su totalidad —aunque hoy la liturgia toma solamente algunos versículos— son una especie de celebración de esta oscilación entre la muerte y la vida, entre la luz y la oscuridad, entre el llanto y la alegría, entre la vacilación y la firmeza que se entrecruzan en nuestras vidas. Estamos en la cuaresma, pero caminamos hacia la Pascua, hacia la resurrección de toda carne. Es un artículo esencial del Credo: ¡creo en la resurrección de la carne y en la vida perdurable!
Muerte y vida se enfrentan en la vida del salmista y él sabe que es Dios quien puede sacra al hombre del dolor para introducirlo en la alegría. Solo Dios puede hacer brotar la aurora, el nuevo amanecer, solo Dios puede hacer salir, en los ojos velados por las lágrimas de quien vive su existencia en este valle de lágrimas, la luz de la esperanza, la luz de la felicidad. El salmista se sabe «sostenido por Dios», escuchado por él y acompañado por su compasión y misericordia. Así vamos en nuestro camino cuaresmal, sostenidos por Cristo, acompañados por él y su Madre Santísima al encuentro de la Pascua, por eso San Agustín, entre otros santos que oran con este salmo, lo llevará en el corazón hasta transformarlo en un canto de la resurrección de Cristo pasando a través de la pasión y muerte a la gloria de la resurrección: «convertiste mi duelo en alegría, te alabaré por ello eternamente». El salmista canta y glorifica al Señor, pero también exhorta al pueblo a hacerlo, pues ha descubierto que la misericordia del Señor es eterna y es para todos. Por eso exhorta a todos los de su tiempo y por supuesto también a nosotros, a cantar al Señor y a celebrar su santidad. En nuestro diario vivir, casi siempre esperamos de Dios que domine lo que parece imposible: sufrimientos, enfermedades, la muerte... A veces el Señor nos escucha y suceden milagros extraordinarios pero siempre, siempre, siempre... él hará su voluntad optando por lo que más conviene a nuestras vidas. Dios nos pide confiar totalmente en El con una fe desnuda y sin argumentaciones, como sucede hoy en el pasaje evangélico que la liturgia nos presenta (Jn 4,43-54).
San Juan subraya hoy que el hombre aquel creyó en la palabra, sin poderla verificar... Se fue. No tenía ninguna prueba. Tenía solamente «la Palabra» de Jesús. A la luz de este relato y del contenido del salmo responsorial de hoy, debemos entender que no le dedicamos a Dios este tiempo o nuestros esfuerzos cuaresmales sin ton ni son. Es él quien nos va llevando en la cuaresma y tiene planes para nosotros con la llegada de la Pascua hacia la que avanzamos. Es él, como hizo con el pueblo de Israel, ayudándole a volver del destierro, y con su Hijo Jesús, cuando le sacó del sepulcro como primogénito de una nueva creación, quien quiere llevar a cabo también con nosotros un cielo nuevo y una tierra nueva. Es Dios quien desea que esta próxima Pascua sea una verdadera primavera para nosotros, incorporándonos a su Hijo. Porque «el que está en Cristo es una nueva creación: pasó lo viejo, todo es nuevo» (2 Co 5, l 7). Dios nos quiere devolver la salud, como Cristo al hijo del funcionario real, y liberarnos de toda tristeza y esclavitud, y perdonarnos todas nuestras faltas. Si tenemos fe. Si queremos de veras que nos cure seguiremos viviendo la cuaresma con intensidad, porque sabemos que Jesús nos quiere renovar en esta Pascua que ya se acerca. Que María Santísima nos siga acompañando en este camino de subida dejándonos acompañar por su Hijo, el Señor Jesús. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario