lunes, 29 de abril de 2019

«En herencia todas las naciones»... Un pequeño pensamiento para hoy

Cristo resucitado, sentado a la derecha del Padre, lleva a plenitud el significado del salmo 2 que hoy nos pone la liturgia como «salmo responsorial». Todo se lo ha dado el Padre. Su herencia son las naciones y su posesión son los confines de la tierra. Él intercede por nosotros como Pontífice supremo de nuestra fe y quiere hacer de todo, uno solo. Con cristo entendemos claramente lo que sí significa la palabra «globalización», no como nos la presenta el mundo. Es el Mediador y presenta al Padre nuestra cada alma y cada corazón para hacerlos conscientes de su pertenencia al Creador. La beata María Inés Teresa, escribe al respecto: «El alma misionera hará suyas estas palabras de Jesús nuestro Señor y unida a él levantará su voz para pedir al Padre en herencia las naciones de la tierra, a fin de que sobre ellas reine Cristo su Hijo divino y quede cumplida así la voluntad del eterno Señor que ha dicho «Este es mi Hijo muy amado, escuchadle». Oh sí, los misioneros son los portavoces de este divino mandato, son los encomendados de hacer «escuchar» a las almas, aún a las de los más remotos países, la voz del Verbo «que se hizo Hombre y habitó entre nosotros». que se hizo pan, y habitó en nosotros”. (La Eucaristía y las misiones, f. 1393). 

Con el Salmo 2 cantamos a la grandeza de Jesucristo y su reinado sobre todas las naciones. Dios ha constituido a su Hijo en Señor y Mesías de todo lo creado. ¿Podrá alguien oponerse al plan de salvación de Dios? Dios nos querido unirnos a su propio Hijo como se unen la cabeza y los demás miembros del cuerpo. Dios nos ha constituido en la prolongación de la encarnación de su Hijo, para que, a través de la historia, la Iglesia sea la responsable de hacer que la salvación llegue a todas las naciones, hasta el último rincón de la tierra, pero siempre, desde los inicios del cristianismo, la cosa no ha sido fácil. La Iglesia vive en medio de tribulaciones y persecuciones dando testimonio de su Señor, muerto y resucitado para que seamos perdonados de nuestros pecados y tengamos vida nueva gracias a la resurrección de Jesucristo. Su Señor le ha prometido a su Iglesia que los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. ¿Podrá alguien oponerse al plan de Dios sobre nosotros? Por eso, los discípulos–misioneros hemos de vivir confiados en el Señor, pues Él hará que su Iglesia reine, junto con su Hijo, eternamente. 

Para comprender desde nuestra fe, la situación de comunidad perseguida, la Iglesia de los primeros tiempos del cristianismo, se apoya tan solo en Cristo y su misterio pascual (Hch 4,23-31), pero se sitúa en la encrucijada de la Palabra de Dios y del desarrollo de los acontecimientos que le van dando cumplimiento a lo largo de la historia: los «hechos de vida» y las «maravillas» de la historia de la salvación que encuentran conjuntamente su esclarecimiento en la persona de Cristo. Por eso no basta hacer memoria de la resurrección para vivir la fe y recordar el hecho simplemente como algo bonito y extraordinario; se necesita además situar la resurrección del Señor correctamente en la vida de la Iglesia y de los hombres. Se trata continuamente de aclimatar —por así decir—, la vida del Resucitado en tal o cual tiempo y espacio cultural. Por eso para Jesús, «el nuevo nacimiento», no resulta del esfuerzo humano, sino de la acción de Dios que responde a la aceptación del hombre que debe desandar su camino para volver a nacer otra vez (Jn 3,1-8). El renacer en Cristo es la fuerza divina: sólo él hace nacer a una vida nueva y sólo quien nace de él puede entrar en el Reino de Dios. Nicodemo —como muchos filósofos actuales y del pasado— pensaba que el hombre podía acabarse, realizarse a sí mismo, por su fidelidad, por su obediencia a la Ley. Jesús afirma que la creación del hombre ha de ser terminada por Dios, infundiendo al hombre el aliento de la vida definitiva que lo lleva a esperar siempre en el Señor, como María, Nuestra Señora de la Esperanza, y como afirma el estribillo del salmo de hoy: «Dichosos los que esperan en el Señor. Aleluya». ¡Bendecido lunes! 

Padre Alfredo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario