miércoles, 10 de abril de 2019

«Sedrak, Mesak y Abednegó»... Un pequeño pensamiento para hoy


El capítulo 3 del libro de Daniel ocupa hoy el espacio de la primera lectura de la Misa y también el salmo responsorial. En labios de tres jóvenes valientes, el escritor sagrado pone un cántico de alabanza a Dios que hoy leemos como salmo responsorial. Unas alabanzas de este calibre, sólo pueden brotar de corazones realmente libres que se saben amados por Dios. Es hermoso el ejemplo de fortaleza que nos dan esos tres jóvenes del horno de Babilonia. A pesar de estar en medio de un ambiente hostil, pagano, y a pesar de todas las órdenes y amenazas de la corte real en la que sirven, saben mantener su identidad de creyentes. En medio de las llamas del horno, son un ejemplo viviente de libertad. Son más libres ellos que el rey que les ha mandado arrojar al horno. 

Sedrak, Mesak y Abednegó son símbolos de una actitud fiel y contracultural. Demuestran y defienden su fe. Ellos confían en que el Dios a quien rinden culto y por quien se saben profundamente amados, puede librarlos del horno encendido. Poseen fortaleza y audacia como para hacerle ver al rey, que no dan culto a sus dioses ni están dispuestos a adorar la estatua que ha mandado erigir. ¿No estamos llamados a vivir también hoy una fe más viva y una fortaleza más audaz como la de esos tres? Para mucha gente, la vida cristiana se ha convertido en una variante cultural del espíritu de nuestra época; es decir, en una sal que ha perdido su sabor. Así, esta primera lectura con el salmo responsorial, es un canto a la fidelidad de un pueblo, de unos jóvenes, de unas personas cultas, a su Dios y a sus creencias. Su actitud no se funda en palabras fáciles ni en conformismos, sino en acciones arriesgadísimas que sólo una gran confianza y fe en Dios pueden sostener. Los tres jóvenes aceptan morir en el horno antes que renegar de su fe en un solo Dios verdadero. Pero son librados de las llamas, al igual que un día Cristo será rescatado de la muerte. Los que se mantienen fieles al Señor, no obstante la persecución, triunfan de un modo o de otro. Toda persecución es una prueba del justo, de su fe en el poder de Dios. Pertenece al misterio de la lucha del mal contra el bien, del vicio contra la virtud. Revela el juicio de Dios en cuanto que anuncia el juicio escatológico y el advenimiento del Reino. 

El justo obra libremente por amor a Dios. Dice San Jerónimo: «Él, que promete estar con sus discípulos hasta la consumación de los siglos, manifiesta que ellos habrán de vencer siempre, y que Él nunca se habrá de separar de los que creen» (Com. al Evangelio de S. Mateo 21,3). La Iglesia, al ir terminando ya el tiempo de la Cuaresma, quiere ver en los tres jóvenes arrojados al horno de Babilonia su propia imagen: los jóvenes perseguidos, castigados, condenados a muerte, perseveran en la alabanza divina y son protegidos por una brisa suave que los inmuniza del fuego mortal. Todo es figura de Cristo en su Pasión (Jn 8,31-42). El fuego no toca a sus siervos. Los enemigos se imaginan haber aniquilado a Jesús. Pero Dios destruye sus esperanzas y planes. El condenado, el vencido, se levanta glorioso al tercer día de entre los muertos. A los cristianos nos ha correspondido vivir en un sociedad pluralista y compleja. Es la nuestra y en ella intentamos vivir los valores cristianos: Los del Evangelio. No podemos vivir asustados, acomplejados, indecisos. Si así fuera, no seríamos fieles a Jesucristo, ni colaboraríamos con el plan salvador del Señor. Jesús nos pide que permanezcamos firmes y motivados por la fe en su Palabra. Es seguro que tendremos que navegar amenazados por un crucigrama de corrientes y conductas. Incluso, tendremos que liberarnos de un entramado de propuestas y palabras. Si damos la espalda al que va a ser crucificado, dejaríamos de ser verdaderos y de ser y sentirnos libres. Renunciaríamos a la «la luz y la verdad de la vida», que Jesús quiere compartir con nosotros y nos envía para compartirlo con nuestros hermanos. Sigamos el camino Cuaresmal con María hasta acompañar a Cristo en la cruz. ¡Bendecido miércoles! 

Padre Alfredo.

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