miércoles, 1 de mayo de 2019

«San José Obrero y mi vocación de misionero»... Un pequeño pensamiento para hoy

Hoy, en este calendario que parece que avanza a velocidad supersónica, escribimos una nueva hoja del libro de nuestra vida y empezamos un nuevo mes. Es 1 de mayo, día en que además celebramos a san José obrero y comenzamos el mes tradicionalmente dedicado a la Santísima Virgen María. Debo reconocer que una de las celebraciones litúrgicas que más llena mi corazón de alegría y me trae recuerdos de mi encuentro con el Cristo, es esta fiesta de San José Obrero, recordando mi ingreso a Van-Clar gracias a una kermés en la parroquia de San José Obrero en la colonia Cuauhtémoc, allá en San Nicolás de los Garza, al frente de la cual estaba un muy querido y recordado sacerdote: el padre Armando de Jesús Galván, «el padre Galván», un santo varón de un decidido y marcado «Sí» que había acompañado a mi padre desde que estaba en la Acción Católica Juvenil de la parroquia del Sagrado Corazón y luego fue a dar vida a esa comunidad nicolaíta en donde esta el convento de nuestras hermanas Misioneras Clarisas y a contagiarnos a muchos jovencitos del gozo de vivir para Cristo. La historia de mi ingreso a Van-Clar (el grupo de laicos misioneros de nuestra familia inesiana es larga y algún día la contaré) tiene que ver mucho con San José Obrero y cada vez que por algo me toca celebrar en ese hermoso templo, en donde también hice mi primera profesión pública como Misionero de Cristo, recuerdo y agradezco aquel llamado que me dio luego el regalo de encontrar mi vocación como Misionero de Cristo para la Iglesia Universal. 

Así que podrán imaginar cómo resuenan hoy en mi corazón las palabras del salmista en el salmo 33 [34] que hoy nos regala la liturgia del día: «Bendeciré al Señor a todas horas, no cesará mi boca de alabarlo... Yo me siento orgulloso del Señor... Proclamemos la grandeza del Señor y alabemos todos juntos su poder... Cuando acudí al Señor me hizo caso... Confía en el Señor y saltarás de gusto... Haz la prueba y verás que bueno es el Señor...» Todas esas frases me llevan a la docilidad, a la confianza, a la esperanza en aquel pobre carpintero que fue rico al ser el padre nutricio de Jesús y a la vez me hacen agradecer lo que el Señor, que bien sabe de carpintería en nuestras vidas, hizo con el trozo de madera de mi vida. La fiesta de «San José Obrero», patrono del trabajo, es una fiesta instituida por el Papa Pío XII en 1955, con el propósito de cristianizar el «Día Internacional del Trabajo» que en este día la sociedad celebra. En los antiguos textos griegos del Evangelio según San Mateo, se refiere el oficio de San José como «Tekton», palabra griega que ha sido traducida como «artesano», «carpintero» u «obrero». Desde antiguo, como lo denotan tan variadas traducciones de los Evangelios, se popularizó en la Iglesia universal atribuir a San José el oficio de carpintero, recordando que en tiempos de Jesús, los carpinteros no se dedicaban únicamente a la elaboración de muebles de madera y similares como hoy en día, sino que se trataba también eran verdaderos «albañiles», que se dedicaban a la construcción sobre todo de pequeñas viviendas, por tanto, verdaderos artesanos y obreros. 

En el evangelio de san Mateo, en el momento que hoy nos relata, en el que Jesús regresa a su pueblo y habla en la sinagoga, se pone de relieve el estupor de sus conciudadanos por su sabiduría, y la pregunta que se plantean es: «¿No es el hijo del carpintero?» (Mt 13, 54-58). Así, uno percibe que Jesús entra en nuestra historia y viene en medio de nosotros, naciendo de María por obra de Dios, pero con la presencia de José, el padre legal que lo protege y le enseña también el valor del trabajo. Jesús nace y vive en una familia, en la Sagrada Familia, aprendiendo de san José el oficio de carpintero, en el taller de Nazaret, compartiendo con él el trabajo, la fatiga, la satisfacción y también las dificultades de cada día. Hoy una gran cantidad de gente busca «dinero fácil» para gastarlo en jazmines para el alma —como decía una escritora cuyo nombre no recuerdo— y olvida el valor del trabajo. Yo recuerdo el trabajo cansado no solo de aquella kermés en la que el Señor me llamó a ser misionero, sino el trabajo pesado de los cargadores del mercado de abastos, el de los choferes, los albañiles, los empacadores, los obreros y también el de los profesionistas, los oficinistas —los llamados simpáticamente «Godínez»—, los maestros, los mozos, en fin... y sé que San José acompaña a cada uno en su labor. Imagino a María al final del día con su marido y Jesús, barriendo y recogiendo el humilde taller para volver a trabajar al día siguiente. ¡Bendecido miércoles de descanso para muchos y de arduo trabajo en nuestra tarea de seguir construyendo un mundo mejor! 

Padre Alfredo.

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