sábado, 4 de mayo de 2019

«Nuestra misión de ser y hacer santos»... Un pequeño pensamiento para hoy


La Iglesia no sólo está llamada a anunciar el nombre de Dios a mundo entero; su vocación mira a manifestarle al mundo sobre todo el rostro amoroso y misericordioso del Padre para que todos sean santos. Todo aquel que entre en relación con la Iglesia debe saber que ha entrado en contacto con Dios y no solamente para saber de él, sino para amarle y hacerle amar experimentando su presencia en la vida diaria, cosa que podrá hacerlo en la comunidad de los fieles en Cristo. Por eso el discípulo–misionero sabe que no puede dar a conocer al mundo a Cristo sólo con las palabras; se necesitan las obras para no traicionar al Evangelio y a la misión que el Señor nos ha confiado. Nuestro Señor Jesucristo es el que nos revela al Padre y nos muestra el camino hacia el Padre. En su persona y en sus obras encontramos los destellos que necesitamos para reconocer la presencia del Padre en medio de nosotros. Hoy celebramos en la Iglesia la fiesta de dos santos apóstoles: Felipe y Santiago, dos grandes hombres que dan testimonio de que todo esto que digo es el camino a seguir. La 1ª lectura, tomada de la 1ª carta de Pablo a los Corintios (I Cor 15,1-8), nos recuerda el núcleo fundamental, esencial, de la fe cristiana; aquello sin lo cual seríamos cualquier otra cosa, menos discípulos de Jesús y miembros de su Iglesia. Es el llamado «kerygma» o proclamación inicial de la fe. Lo que éstos y los demás apóstoles seguramente predicaron, adaptándolo a las diversas circunstancias y auditorios. San Pablo lo recuerda a los corintios entre los cuales algunos se atreven a negar la realidad de la resurrección, o mejor, se atreven a afirmar que la resurrección es algo completamente espiritual, místico, que no afecta para nada nuestro cuerpo ni tiene repercusiones en nuestra existencia mortal. 

En el pasaje evangélico de hoy (Jn 14,6-14) Felipe, uno de los dos Apóstoles que hoy festejamos, hace a Jesús una petición audaz e inusitada: «Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta». Nada menos, como si a Dios se le pudiera mostrar aquí o allá, como se muestra a una persona o a una cosa cualquiera. Como si Dios pudiera ser contemplado con nuestros ojos mortales, cuando en el Antiguo Testamento es constante la afirmación de que quien vea a Dios necesariamente morirá (cf. Ex 33, 20; Is 6, 5). Pero con su audacia, el Apóstol Felipe ha hecho que Jesús nos revele el verdadero rostro de Dios: «Quien me ve a mí, ve al Padre». Conocer a Jesús, escuchar sus palabras, vivir sus mandamientos, equivale a conocer plenamente a Dios, a contemplar su rostro amoroso reflejado en la bondad de Jesucristo, en su misericordia y amor hacia los pobres y sencillos. Así, mientras en el evangelio Felipe aparece como un buscador de Dios en medio de los que el Señor ha elegido; Santiago, en la primera lectura, se nos presenta como testigo de la resurrección de Jesús, pero no en solitario, sino como eslabón de una larga cadena de testigos. De los sabemos muy pocas cosas. Y, sin embargo, cada pequeña perla «escondida» en la Escritura sobre los Apóstoles, aquellos seguidores iniciales del Señor, nos basta para estimular una vida de seguimiento de Jesús. 

Repetimos hoy en el Salmo responsorial una expresión de que el clamor y la gloria de Dios llegan a toda la Creación: «El mensaje del Señor llega a toda la tierra. Aleluya» (Sal 18 [19]). ¿Qué nos quieren expresar el cielo, el firmamento, el día, la noche en esta fiesta de dos de aquellos primeros seguidores del Señor? Seguro que comprendamos que la voluntad y la gracia de Dios lo recorren todo y nos llegan a todos. Su gracia, su providencia, su misericordia y su mensaje inundan a toda la creación. ¿Cuál ha de ser nuestra actitud ante este Mensaje que la Escritura nos susurra en este salmo en este día de fiesta? Yo creo que al contemplar la figura excelsa de estos dos testigos del Evangelio, la meditación del salmo nos debe llevar a una profunda seguridad y confianza en la mano providente de un Dios que es todo gracia. Que cuida día a día lo que ha creado y especialmente al hombre. Dios no nos falla nunca. Su voluntad y su gracia nos llenan de seguridad y confianza en su misericordia. De Dios podemos fiarnos como Felipe y Santiago porque nunca abandona a los seres creados por Él. Hoy, que es sábado, queremos unirnos al canto del universo con estos dos ínclitos hombres, con María, con el conjunto de santos y beatos, entre los cuales hoy se inscribirá el nombre de Concepción Cabrera de Armida. Queremos unirnos al clamor de la creación que agradece y celebra el valor del testimonio, y por eso, le pedimos al Señor que nos ayude a ser un canto de la gloria de su amor con nuestra vida cotidiana. Hoy es sábado y junto a la fiesta de estos dos Apóstoles, con el gozo de la beatificación de Conchita Cabrera de Armida y con María, Madre nuestra por la bondad de Dios, la Iglesia nos recuerda que Cristo es nuestro Hermano mayor, el Hijo del Eterno Padre que nos invita a ser santos. ¡Bendecido sábado! 

Padre Alfredo.

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