lunes, 20 de mayo de 2019

«No hagamos ídolos»... Un pequeño pensamiento para hoy


Después de un fin de semana muy agitado, llega para mí este día lunes, un espacio de calma donde me encuentro con la segunda parte del salmo 113 en la liturgia, que en la Biblia, por las cuestiones de las divisiones sálmicas de las que ya he hablado, aparece como el 115. Hace poco alguien me volvía a preguntar: ¿Padre Alfredo, por qué los salmos se citan con dos números de capítulo distinto, uno normal y uno entre paréntesis? ¿cuándo se usa uno y cuándo el otro? Esto me da la oportunidad de aprovechar la calma de esta mañanita para retomar el tema y asomarnos de nueva cuenta al proceso de formación del Salterio (Conjunto de los salmos). La diferencia de numeración se suscita entre la versión griega del Antiguo Testamento —llamada «Septuaginta» o de los LXX— y el texto hebreo llamado «Texto masorético». A nosotros nos ha llegado la numeración griega a través de la versión latina llamada «Vulgata» —la traducción en latín—. Como todos los textos litúrgicos provienen de la organización del texto de esta versión latina, en la liturgia se usa la numeración de ésta, mientras que en todo lo demás, se usa la numeración hebrea. En los dos casos hablamos de 150 salmos, pero hay uniones y divisiones de textos en medio, de modo que no resultan numeraciones homogéneas. 

En la tradición Septuaginta/Vulgata, el Salmo 9 y el 10 del hebreo, forman uno solo, por lo tanto, a partir del salmo 11, todos tienen un número menos que en la numeración hebrea: el 11 es el 10, el 12 es el 11, el 51 es el 50 etc... hasta el salmo 146 —es decir: 147 del hebreo—, que se divide en dos, por tanto la segunda parte del 146 se llama 147, y como el hebreo no divide ese salmo, desde el 148 las dos numeraciones se igualan, y siguen igual hasta el 15... ¡Qué confusión! Pero resulta que hay un problema más en medio: sucede que el salmo griego 113, que debería ser el 114 hebreo, también une dos salmos, el 114 y el 115, así que allí comienza una distancia de dos números en cada salmo, pero enseguida se subsana el problema, porque el griego divide en dos el salmo 116 hebreo —es decir, el 114 griego—, así que de nuevo recobra la diferencia de 1 salmo, que se mantiene hasta el 148 —como ya he dicho—. Por supuesto que, si tenemos dudas, lo único que nos quedará por hacer es ir a la Biblia y mirar a ver qué es lo que concretamente se está queriendo citar. Precisamente en esta mañana serena, aparece en el salmo responsorial el 113 en su segunda parte, que, si lo buscamos en nuestras Biblias, va a ser el 115. En este Salmo, el rey David —a quien se le atribuye— declara cómo las gentes que se hacen un dios de un ídolo terminan volviéndose como esos, sólo algo material, sin ninguna esencia espiritual. 

Hoy, motivada por la New Age y el relativismo tan tremendo que vivimos, mucha gente carga ídolos, obras de manos de hombres, que nada tienen que ver con nuestro Dios: pulseritas rojas, ojos de venado, piedritas de diversos colores, colguijes, dijes, amuletos y demás. El salmista afirma que los que tienen estas costumbres, confiando ídolos, terminan por hacerse iguales a ellos: «de piedra» y, aunque tienen oídos, ya no pueden escuchar la voz de Dios; tienen ojos, pero se les dificulta reconocer las maravillas de Dios y ya no ven con claridad lo que es bueno y lo que es malo; y se vuelven mudos para hablar con Dios o para compartir de lo maravilloso que es Él y Su Palabra. Por eso en la sociedad actual vemos mucha gente así, con un corazón duro, materializado, lejano de bondad de Dios de la que el salmista nos habla. Ídolo es todo aquello que ocupa en el corazón el lugar reservado para Dios. Incluso las cosas buenas pueden llegar a convertirse ídolos: el amor, el trabajo, las vacaciones, el descanso, la salud, la belleza, el confort, el objeto al cual se aficiona uno, las ideas o las opciones a las cuales se atribuye un valor «absoluto». Una característica del ídolo es ser «vano»... algo ¡vacío! y, a la larga, decepcionante... incapaz de dar realmente lo que se le pide. Cuando se pide lo absoluto, la plenitud, la felicidad perfecta, a cosas relativas, frágiles, mortales, materiales... un día llega forzosamente la decepción. Entonces el ídolo se revela vano, como dice la primera lectura hoy (Hch 14,5-18). Pidamos hoy al Señor, por intercesión de su Madre Santísima, que nos ayude a no darles mayor importancia a las cosas que la que tienen, a no convertir lo bueno que la vida nos ofrece en ídolos. Que el Señor nos ayude a saber apoyarnos sólo en Él, como lo hizo María, como lo han hecho los santos y como lo ha hecho tanta gente buena como Osvaldo Batocletti y el profesor José Hernández Gama, estos dos católicos maravillosos, cuyos funerales celebré antier y ayer. Y conste que hoy me alargué por volver a explicar la división de los salmos en el Salterio. ¡Bendecido lunes! 

Padre Alfredo.

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