«Llenémonos de gozo y gratitud» dice hoy el salmista (Sal 65 [66]), do palabras que, en la vida del discípulo misionero deben resonar constantemente en el corazón aún en las condiciones más adversas que este mundo en el que vivimos nos pueda presentar. A veces nos enfocamos mucho más en nuestros problemas o en las dificultades que no faltan — una enfermedad, problemas familiares, situaciones financieras—, de manera que no pensamos en el gozo que hemos de vivir y la gratitud que le debemos a Dios por todo lo bueno que hay en nuestra existencia. Un corazón gozoso y agradecido, está lleno de alabanza a Dios, sobre todo ante la realidad de su amor eterno. Dios no es como los seres humanos que hoy nos aman, tal vez porque les caemos bien o les hacemos un favor y mañana nos olvidan porque ya no necesitan de nosotros. El amor de Dios es incondicional y dura para siempre. No importa cuántas veces le fallemos, él continúa fiel, amándonos y dispuesto a perdonar. ¿Cómo no vamos a estar llenos de gozo y agradecidos ante un amor así? Creo que con estas dos sencillas palabras, el salmista nos invita a estar alertas, a que no dejemos escapar la oportunidad de agradecer al Señor con gozo por los detalles de amor que él nos da cada día.
Si una comunidad cristiana está viva, si camina llena de gozo y gratitud, las persecuciones exteriores no hacen sino estimularla a buscar nuevos modos de evangelizar el mundo. Lo que a nosotros nos puede parecer catastrófico —los ataques a la Iglesia que tanto se han acrecentado, la exhibición de algunos de sus pastores que no se han portado bien, la falta de vocaciones en algunos sectores, la progresiva secularización de la sociedad, los momentos de tensión— será seguramente ocasión de bien, de purificación, de discernimiento, de renovado empeño de fe y evangelización por parte de la comunidad cristiana, guiada y animada por el Espíritu para que renueve precisamente el gozo y acreciente la gratitud al Señor (Hch 8, 1-8). Los primeros cristianos sufrían, y sufrían mucho viendo a algunos, como Esteban, que daban su vida por la fe, sin embargo, se sostenían en el gozo y la gratitud a Dios por saberse elegidos. Ellos comprendían que Dios escribe recto con líneas que a nosotros nos pueden parecer torcidas. La muerte de Esteban fue, para la Iglesia naciente, una oportunidad de gracia, porque con la huida o dispersión de muchos miembros de la naciente comunidad cristiana de Jerusalén, perseguida, se produjo una inesperada expansión del conocimiento y seguimiento de Cristo.
Por eso, cuando el ambiente en el que vivimos, parece alejarse más de Dios, los discípulos–misioneros deberemos sentir como una llamada del Señor a manifestar con nuestra palabra y con el ejemplo de nuestra vida, el gozo y la gratitud porque Cristo resucitado está entre nosotros, y anunciar a todos que, sin Él, se desquician el mundo y el hombre. Cuanto mayor sea la oscuridad, mayor será la urgencia de la luz. Los cristianos, llenos de gozo y gratitud, vamos contra corriente, apoyados en una viva oración personal, fortalecidos por la presencia de Jesucristo «Pan de vida» (Jn 6,35-42). La contradicción nos lleva a purificar bien la intención, realizando todo por Dios, sin buscar recompensas humanas. No olvidemos que una misma dificultad tiene distinto efecto según las disposiciones del alma: el bien que hemos de alcanzar es un bien arduo, difícil, que exige de nuestra parte una correspondencia decidida, llena de gratitud y de gozo. Y solamente la lograremos muy cerca del Señor. La unión con Dios a través de las adversidades, de cualquier género que sean, es una gracia de Dios que está dispuesto a concedernos siempre las gracias necesarias, pero exige el ejercicio de la propia libertad, nuestra correspondencia, con gozo y gratitud. El Señor, el «Pan de Vida», nos espera en el sagrario para animarnos siempre y para decirnos que lo más pesado de la Cruz lo llevó Él, camino al Calvario. Y al pie de la Cruz estaba su Madre, que es nuestra Madre y que es Maestra en esto de vivir el gozo y la gratitud por el don de la salvación. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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