En este día, me encuentro con un salmo responsorial que me recuerda que la Iglesia es misionera por excelencia. El salmo 66 [67] involucra en sus palabras de alabanza al Señor todo el horizonte de la humanidad. El salmista anhela que Dios sea conocido y amado por todas las naciones. También las naciones paganas pueden conocer el camino de salvación, el proyecto salvífico de Dios y gozar de la felicidad de saberse amadas y elegidas por él. Por eso es que pueden participar de la alabanza y alegría mesiánicas que trae el Salvador. En Cristo, el Padre misericordioso ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales a la humanidad entera. Por eso, agradecidos, alabamos al Señor con este salmo: «Ten piedad de nosotros y bendícenos; vuelve, Señor, tus ojos a nosotros. Que conozca la tierra tu bondad y los pueblos tu obra salvadora... Que nos bendiga Dios y que le rinda honor el mundo entero».
Dios debe ser conocido y amado en este mundo pluriforme, en el que no es difícil darnos cuenta de que, entre tantas propuestas que encontramos, la única verdad absoluta es Dios. Por ello, una de las grandes obras que realiza el Espíritu en nosotros es «el guiarnos a la verdad plena», es decir guiarnos a Dios para cumplir con alegría su voluntad. Esta verdad eterna, involucra todas las cosas creadas pues como dice san Pablo: «En él somos, existimos y nos movemos» (Hch 17,28). No es por ello raro que en la medida en que dejamos que el Espíritu tome posesión de nosotros, nuestro entendimiento con los demás sea más claro y nuestra posición delante de la vida moral y religiosa se clarifique, pues la Verdad se va haciendo patente a nuestro entendimiento. Debemos como quiera, estar atentos, pues somos buscadores incansables de la verdad plena. Toda nuestra vida será crecer en ella. La humildad y la oración hacen posible que ésta crezca y se manifieste en nosotros como: sabiduría, prudencia, y amor a Dios y nuestros hermanos. El tiempo de Pascua, previo a Pentecostés, es propicio para pedir incesantemente: «Ven Espíritu Santo y muéstranos la verdad, muéstranos tu Verdad, la única Verdad que es Jesucristo «Camino, Verdad y Vida» (Jn 14,6).
En el Evangelio de hoy (Jn 12,44-50) Jesús «grita» —exclamó con fuerte voz, dice el salmista—, grita como quien dice palabras que deben ser escuchadas claramente por toda la humanidad. Su fuerte voz sintetiza su misión salvadora, pues ha venido para «salvar al mundo» (Jn 12,47), pero no por sí mismo, sino en nombre del «Padre que me ha enviado y me ha mandado lo que tengo que decir y hablar» (Jn 12,49). La importancia de esta obra del Padre y de su enviado, espera una respuesta personal de quien escucha. Esta respuesta es el creer, es decir, la fe (cf. Jn 12,44); fe que nos da —por el mismo Jesús— la luz para no vivir en tinieblas, como muchos en este mundo. Aceptar a Jesús y su Palabra, es creer, ver, escuchar al Padre, significa no estar en tinieblas, obedecer el mandato de vida eterna y vivir bajo la acción del Espíritu de Verdad. El Señor ha tenido piedad de nosotros y nos ha bendecido al enviarnos a su propio Hijo como Salvador nuestro. Quienes hemos sido beneficiados con el don de Dios debemos convertir toda nuestra vida en una continua alabanza de su nombre. Si queremos que el mundo entero vuelva al Señor y bendiga su nombre y le rinda honor, debemos anunciarlo desde una vida que se convierta en testimonio creíble de la eficacia de la salvación que Dios ofrece a todos, pues si vivimos sujetos a la maldad ¿cómo creerá el mundo que el Dios que les ofrecemos en verdad los librará del pecado y los llevará sanos y salvos a su Reino celestial? Tenemos mucho que hacer como discípulos–misioneros y hoy, es un buen día para actuar. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
P.D. Felicidades a todos los maestros en su día, sobre todo a los que de una u otra manera han marcado mi vida y los que, con esta hermosa vocación han sido extensión de mi ministerio misionero.
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